En prácticamente todas las latitudes del mundo estamos presenciando el creciente resurgimiento de discursos, políticas y gobiernos que siembran odio a partir de considerar o ubicar a la progresiva diversidad de las sociedades como la fuente de los más graves problemas que les aquejan. Diversidad que también en casi todas las latitudes se da no sólo por cuestiones étnicas, de origen nacional u otras características personales intrínsecas, sino también por razones ideológicas, sociales o políticas. Así, todo parece indicar que para dividir, crear o hacer resurgir heridas no cerradas o bien saldadas del pasado lejano o reciente y, con ello, fragmentar para romper e imponer una sola visión, prácticamente cualquier diferencia que se magnifique entre “unos” y “otros” es útil.

Puede resultar paradójico que justamente lo anterior se esté acentuando en este año en el cual se han cumplido 70 años de la aprobación de la Declaración Universal de Derechos Humanos, especialmente cuando en el preámbulo de ésta se recogen ideas como la de la “familia humana”, “conciencia de la humanidad”, “desarrollo de relaciones amistosas entre las naciones”, “dignidad y valor de la persona humana” y se reconocen más de 25 derechos a partir de la presencia transversal a lo largo de todo el texto de los valores de libertad, justicia, igualdad y paz.

Ante esta evidente realidad, vale la pena preguntarnos ¿por qué parece que vamos en camino de repetir lo que ya causó tanto dolor y desgracia a millones de seres humanos? ¿Qué podemos hacer para frenar esa peligrosa tendencia?

Responder las anteriores preguntas no es sencillo, pero debemos reflexionarlo. Una posible respuesta desde los derechos humanos es que no es suficiente con difundir y proclamar que por el simple hecho de ser seres humanos tenemos derechos, sino también debemos hacer y construir memoria para poner en evidencia por qué ha sido y es necesario que esos derechos sean una constante en las relaciones humanas en toda sociedad sin importar su composición.

En ese sentido, parecería que una vía posible y necesaria con ese fin está en la construcción y reconstrucción de memoria a partir de relatar la verdad de los hechos que en el pasado lejano o reciente han sido el origen de muchas tragedias humanitarias y, por tanto, la razón de la necesidad de que los derechos humanos sean valores comunes y permanentes. Aunque esto parece ser una opción que poco se ha priorizado, prefiriendo que el simple transcurso del tiempo y el olvido hagan su trabajo sin más.

En España eso se evidenció cuando en el año 2007 al aprobarse la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución y violencia durante la guerra civil y la dictadura; en la que según su exposición de motivos, se querían sentar las bases del conocimiento de aquellos dolorosos periodos de la historia y el fomento de la memoria democrática, así como el derecho a la memoria personal y familiar que permitieran reflexionar sobre el pasado, para evitar que se repitan situaciones de intolerancia y violaciones de derechos humanos; no se previó la creación de una Comisión de la Verdad que pudiera coordinar y llevar a buen destino esos objetivos.

Con lo que a más de una década de la vigencia de dicha Ley, la ultraderecha y manifestaciones que exaltan esos periodos trágicos de la historia española crecen, mientras dos proposiciones de ley que plantean la creación de una Comisión de la Verdad (una del Grupo Parlamentario Socialista presentada en diciembre de 2017 y otra del Grupo Parlamentario de Esquerra Republicana presentada en septiembre de 2018) están prácticamente paralizadas en el Congreso de los Diputados. Como también están dentro y fuera de éste los debates respecto a la necesidad de dicha Comisión.

Si bien ese desinterés de amplios sectores de la sociedad y órganos del Estado no es exclusivo de España, como lo demuestra en algunos aspectos el trabajo que está desarrollando desde hace varios meses la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición de Colombia; se debe poner atención en el esfuerzo por esclarecer y promover el reconocimiento de las prácticas y hechos que constituyen graves violaciones a los derechos humanos y graves infracciones al Derecho Internacional Humanitario que tuvieron lugar con ocasión del conflicto, así como del impacto humano y social del conflicto en la sociedad que se están haciendo en ese país, en la medida de que es una pieza fundamental para  alcanzar una paz duradera en Colombia, y será ejemplo para otros países.

Por lo que desde España, bien se puede mirar a Colombia si se pretende estructurar una Comisión de la Verdad, ya que a pesar de que la tipología de hechos es distinta, no los son así los obstáculos que está y ha enfrentado para su puesta en marcha, para el desarrollo de su trabajo, en su diseño e integración, es decir, a fin de aprender de lo que ha funcionado y evitar lo que está generando problemas para cumplir con sus fines.

Ahora bien, tampoco se trata de crear una Comisión de la Verdad como acto de mera “buena” voluntad política transitoria, tal como parece se ha hecho recientemente en México para el conocido como caso Ayotzinapa, ya que, a partir de leer el Decreto de creación de ésta, son muchas las dudas que se generan y dejan mucho que desear sus incipientes líneas base de creación.

Una Comisión de la Verdad implica un trabajo muy serio y profundo, su misión no es imponer un relato, sino el conocer y escuchar todas las voces, todos lo relatos, todas las posiciones, todos los ángulos posibles desde donde se pudo observar el momento histórico a reconstruir. Esto es así, ya que “la verdad” entraña tener un conocimiento pleno y completo de los actos que se produjeron, las personas que participaron en ellos y las circunstancias específicas, en particular de las violaciones perpetradas y su motivación. En revelar todo lo ocurrido sin tendencias, para mostrar los daños causados, la inutilidad final de los medios empleados y el dolor humano causado. En ayudar a entender que una sociedad no puede superar un pasado de violencia, si no conoce y reconoce lo que ocurrió y, por tanto, que está condenada a repetirlo si no tiene memoria a partir de la reconstrucción colectiva de la verdad de esos trágicos momentos.

Hoy que todavía estamos a tiempo, aunque al límite, de evitar que esos movimientos racistas, xenófobos y supremacistas de varios tipos vuelvan a ser mayoría en todas las latitudes del mundo; apostemos por más verdad respecto de los hechos de violencia y graves violaciones de derechos humanos que nos han aquejado, para hacer memoria de las tragedias que como humanidad hemos sufrido y así logremos que aunque dichos movimientos se expresen, nunca más trasciendan y menos aún puedan repetir el dolor que ya han causado. Verdad, memoria y no repetición, una fórmula que sin duda alguna hoy más que nunca debemos usar como antídoto ante la creciente realidad que vivimos. 

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