Anoche soñé que volvía a Manderley. Bien, no es del todo cierto, pero a medida que avance en la explicación podréis comprobar lo preciso de esta primera frase, centrada en el retorno a una finca con aires terroríficos en una de las cimas del Guinardó, punto de partida para sumergirnos en otros aspectos del barrio.
Nos encontramos en el carrer del Doctor Cadevall. Cuando era adolescente subía su sinuoso recorrido para beber con mis amigos sin temor a ser molestado siquiera por los vecinos. La curva final conduce a un mirador extraordinario, una especie de límite ciudadano, pues sólo los pájaros pueden superarlo. El resto son vallas y una vista inigualable, una de las más bonitas y desconocidas de toda Barcelona.
Como colofón, tras ascender un camino que clama con urgencia una capa de chapa y pintura, encontramos una reja para proteger una vivienda muy difícil de fotografiar en su integridad. La llaman Can Mascaró y resulta imposible dar con el nombre de su arquitecto. Es de 1910 y ahora acoge el Instituto médico pedagógico José Córdoba Ferreiro, un centro residencial para personas con discapacidad intelectual, lo que quizá explique las varias experiencias de aquellos con intención de pedir permiso para acceder al interior. Son muchos los que, en persona o mediante sus bitácoras, han comentado las malas pulgas de los responsables, siempre predispuestos a responder con silencios o a echar con poco tino a los atrevidos e inquisidores preguntones que se acercan al portal para intentar averiguar sus secretos.
Todo tiene una historia. Esta parte de Claudi Planàs i Armet, director general de la Compañía de Ferrocarriles de Tarragona, Barcelona y Francia. En 1870 compró la finca de Can Melich. A principios de siglo XIX tenía una extensión de más de setenta mil metros cuadrados, muchos de ellos destinados a uso agrícola. Con el paso de los años la propiedad perdió su gigantismo y hoy en día es el Centre Cívic del Guinardó, un espacio público ubicado justo al lado del antiguo Torrent d’en Melis, término muy parecido al Melich de la casa, y adyacente a las instalaciones del F.C. Martinenc que antaño acogieron el mítico canódromo de la zona.
La masía amenazaba ruina y por eso Planàs decidió ir hasta lo más alto y edificar una torre modernista donde acaece nuestra particular Rebeca, un lugar aislado que por aquel entonces debía ser la envidia de todos. De este modo nació Can Mascaró, cuyo nombre seguramente remita al arquitecto. Según nuestro amado blog Memòria dels Barris es probable que este fuera Maties Mascaró, yerno de Planàs, quien sin embargo poco pudo disfrutar de su nueva residencia a 150 metros sobre el nivel del mar, pues falleció el 13 de septiembre de 1914.
Más o menos por aquellas fechas se erigía en el número 81 de rambla Volart un chalet modernista que aún hoy en día, convertido en el Liceo Castro de la Peña, destaca por su combinación cromática y una estupenda tribuna central. En 1915 acogió la sede del Instituto médico- pedagógico de los doctores Josep Córdoba Rodríguez y Benjamí Nonell Camp. El primero se había especializado en psicopatología en París y se casó con Rosalía Ferreiro, también partícipe en la fundación del centro.
El segundo era especialista infantil y ellos nos ayudaría a entender la vocación inicial de la institución, remarcada en un anuncio de 1917 que rezaba lo siguiente: Casa de cura y educación (primera y única en España) destinada a los niños rebeldes inestables, a los débiles, apáticos, asténicos, a los atrasados, a los que padecen afecciones nerviosas, a los que sufren tics, a los que tienen algún defecto de lenguaje.
La promoción terminaba con una loa a lo saludable del lugar, factor muy valorado por tantos barceloneses que instalaron su vivienda a principios de siglo en el Guinardó. Este territorio de San Martí de Provençals recibe su nombre por la abundancia de guineus, zorras en castellano, a lo largo de los tiempos. De pequeño pensaba que debía su bautizo a la presencia del bandolero Perot Rocaguinarda, confusión comprensible dada la presencia de una homónima cooperativa.
En 1915 la finca debía estar más bien aislada y como mucho, así lo atestigua la cronología edilicia, se acompañaba de otras villitas con características similares ocupadas por nuevos ricos que crearon un tipo humano bien reflejado en la novela El senyor Joanet del Guinardó, de Carles Sindreu.
No sabemos la fecha exacta del traslado de la clínica a Can Mascaró, en el ya mencionado carrer del Doctor Cadevall. Algunas fuentes opinan sucedió en 1936, mientras otras trazan una línea más fina y cifran el hecho en 1920, cuando el 81 de Rambla Volart pasó a denominarse Villa Vicenta para seguir la tradición de muchas otras casitas de los alrededores que inciden en lo femenino de sus dueñas.
El paraje es inhóspito para el paseante y tranquilo para sus residentes. En su página web hemos buscado información y se nos informa de la metamorfosis del centro. De dedicarse a la salud mental de los más pequeños evolucionó hacia una residencia para adultos con discapacidad intelectual.
Anoche soñé que volvía a Manderley. Lo hice a mediodía. De noche me daría miedo. Ascendí hasta la frontera para fotografiar la casa y recuperar memorias de infancia. Hoy tengo más datos, pero la intención oculta de la excursión era doble, pues en realidad mi objetivo era una casa casi contemporánea donde unos pocos gestaron una pequeña gran revolución. Como el barcelonés es perezoso de por sí nunca visita el Guinardó. Peor para ellos.