En Barcelona todos la conocían como la Canadenca, porque su principal accionista era el Canadian Bank of Commerce, de Toronto, pero su nombre era Barcelona Traction Ligth and Power, una empresa eléctrica que dominaba el mercado catalán.
El fundador de la Canadenca fue Fred Stark Pearson, un ingeniero que murió el trasatlántico Lusitania, torpedeado por un submarino alemán U20, frente a las costas irlandesas. Desde que pasó aquello, la paz social en la Canadenca no fue lo que era. Los nuevos propietarios hicieron gala de su avaricia y lo causó los primeros conflictos sociales. Era 1919 recién terminada la Primera Guerra Mundial, que había inundado de dinero Barcelona.
En enero de 1919 el gerente de la Canadenca, Fraser Lawton, quiso ascender ocho administrativos eventuales a la categoría de fijos. Aquel alentar de mariposa desencadenó la huelga obrera más grande vivida nunca en Catalunya y también la más grande victoria colectiva de la clase obrera.
El conflicto se desató cuando los ocho administrativos les fue comunicado que el ascenso a fijos los suponía una disminución de sueldo. Ocurría que algunos de aquellos trabajadores no eran especialmente dóciles. Había afiliados al sindicato CNT y no estaban dispuestos vio su exiguo salario aún más disminuido. Debido a la protesta los operarios fueron despachados.
Un día después, Lawton fue informado de que los 125 compañeros de los escribientes despedidos, habían ido, como cada día en las oficinas de la empresa y a las 12 del mediodía habían detenido su trabajo, habían subido sobre los pupitres y roto ostensiblemente los lápices y plumas con los que trabajaban. Los 125 administrativos se declararon en huelga y dejaron el trabajo con paso decidido. Era el 5 de febrero de 1919.
Los huelguistas que sólo reclamaban la reincorporación de sus ocho compañeros comunicaron por carta el motivo de su protesta al gobernador civil y al presidente de la Mancomunidad.
El gobernador respondió a la gestión de los trabajadores, afirmando haber solucionado el conflicto. Pero cuando retornaron a la sede de la empresa, los escribientes se encontraron en la puerta un pelotón de policías que no les dejaban entrar. Los diarios de la época afirman que uno de los policías ante las protestas de los trabajadores se rió, diciendo que eran unos chupatintas. Lo cierto es que se produjo un enfrentamiento: un huelguista recibió de verdad y ante el alboroto, otro, Fernando Cubero, amigo personal de Salvador Seguí, el líder de la CNT, llamó a salir de las oficinas en orden.
Desde aquel momento la CNT tomó el mando del conflicto. Lawton recibió una comisión de huelguistas y los instó a volver a trabajar amenazándolos que si no serían despedidos. En la reunión el directivo se burló de un miembro de la CNT que los asesoraba.
Al día siguiente los trabajadores de la eléctrica en huelga impidieron que se leyeran los contadores de la luz. Había empezado la partida de ajedrez. La Canadenca dejaba de tener ingresos.
El 8 de febrero toda la plantilla de la Candenca se declaraba en huelga en apoyo de los despedidos y exigiendo su readmisión.
Lawton acepta finalmente negociar, pero la reunión no se produjo porque el gerente exigió que en el encuentro no hubiera miembros de la CNT. Los trabajadores no aceptaron la condición del gerente. La huelga se envenena, aún más.
El Noi del Sucre, dirigía la estrategia obrera. Su posición era resistir y hacerlo pacíficamente. Para ello puso en marcha la formidable potencia de los sindicatos. El 17 de febrero se unieron a la huelga los trabajadores del textil. Eran veinte mil. Entre otras reivindicaciones pusieron sobre la mesa la jornada de ocho horas y el derecho a la libre sindicación.
El 21 de febrero todo el personal de las compañías eléctricas de la ciudad se adhirió a la huelga. A las cuatro de la tarde se cortó el fluido eléctrico en Barcelona. A partir de ese momento la huelga también se extendió a las empresas suministradoras de agua y de gas.

La huelga era casi general. La burguesía se asustó. El gobernador militar quería declarar el Estado de Guerra, pero en Madrid, el primer ministro no estuvo de acuerdo. Empezaron las detenciones de trabajadores y sindicalistas, pero no lograron llegar hasta Seguí. Paralelamente, el gobierno ocupó la Canadenca. Los técnicos del ejército, sin embargo, no pudieron restablecer el suministro eléctrico. Para ello, los militares necesitaban carbón, pero los carreteros se negaron a llevarlo desde el puerto. Al final los soldados tuvieron que cargar el carbón en los hombros y una leve iluminación volvió a Barcelona.Al noche la ciudad estaba totalmente a oscuras y los tranvías no podían llegar a sus cocheras por falta de energía. Los diarios tampoco se pudieron imprimir. Al fondo la imagen de las fábricas parecía la de espectros sin vida.
Layret lo tiene claro: La huelga sigue
El diario La Lucha , dirigido por el abogado Francesc Layret, consiguió burlar la censura y publicó en primera página: «La huelga sigue !!!».
Los huelguistas dieron cuenta del papel de la censura en el conflicto. Un sindicalista de Artes Gráficas, Salvador Caracena, vio claro y decidió darle la vuelta al control que los burgueses tenían de la prensa: se declaró la censura roja.
Al día siguiente, el Sindicato Único de las Artes Gráficas comunicó a los directores de los periódicos que no se publicaría ninguna noticia que fuera contraria a los intereses de los trabajadores. Los jefes de los rotativos, cogidos con el pie cambiado, no pudieron hacer otra cosa que acatar la consigna.
El control de la información fue que los huelguistas evitar la impresión de un bando del gobernador civil, Milans del Bosch, que militariza los trabajadores del agua, el gas y la electricidad. A fin la proclama se publicó, pero muchos trabajadores jóvenes se negaron a cumplir los requerimientos, argumentaron que sólo los podían militarizar para sustituir soldados pero no para hacer de ardillas. Tres mil trabajadores fueron detenidos y llevados al castillo de Montjuïc. La huelga seguía con fuerza.
El paro era general. El material de la Canadenca, mal llevado por los ingenieros militares se deterioraba. La empresa estaba a punto de quebrar.
Las autoridades hicieron una redada en la que detuvieron Seguí y demás máximos dirigentes de la acción obrera, pero todo fue inútil.
El gobierno declaró finalmente el Estado de Guerra el 13 de marzo. Al mismo tiempo se nombró gobernador civil, Carlos Montañés, un antiguo directivo de la Canadenca. Se trataba de un conciliador, bien visto por la patronal y la burguesía catalanista.
Layret afirmaba desde su diario que los trabajadores, con miles de detenidos, sus sedes clausuradas y sin libertades, eran, en ese momento, más fuertes que el gobierno.
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El conde de Romanones, presidente del gobierno, envió a Barcelona, a José Morote, subsecretario de presidencia. El negociador con plenos poderes, se entrevistó con la patronal y luego fue hacia Montjuïc a hablar con el Noi del Sucre, que lo recibió, pulcro y elegante, a su celda.
De la conversación de los dos hombres, diametralmente opuestos en visión del mundo, no hay testigos, pero se sabe que Morote acabó aceptando que todos los trabajadores de la Canadiense podrían reincorporarse al trabajo. Que todos los detenidos durante la huelga serían liberados y que todos los despedidos a raíz de la protesta serían readmitidos en sus puestos de trabajo.
El gobierno tenía prisa por llegar a un acuerdo. En Madrid, Largo Caballero, en una maniobra de apoyo a los huelguistas de Barcelona, amenazaba con una huelga general de ámbito español liderada por UGT.
Asamblea decisiva
Montañés y Morote convencieron finalmente Lawton que aceptara el pacto. Barcelona Traction Light con Power readmitir en sus puestos de trabajo a todos los trabajadores despedidos, no expedientes ningún trabajador y no tomaría represalias contra los huelguistas. Además se promovería un aumento general y proporcional de los salarios y aceptaba, por primera vez, la jornada de ocho horas. También se comprometía a pagar la mitad de las jornadas que había durado la huelga.
El gobernador afirmó con solemnidad que, en el momento que los huelguistas aceptaran el acuerdo, se levantaría el Estado de guerra en Barcelona.
El 19 de marzo se convocó una magna asamblea en la plaza de toros de las Arenas. Horas antes la mayoría de los presos habían sido liberados, entre ellos el Noi del Sucre. La asamblea era difícil, muchos trabajadores desconfiaban del cumplimiento del acuerdo. Los dirigentes que planteaban el fin de la huelga eran abucheados. Cuando intervino Segui consiguió calmar poco a poco los más exaltados. No querían parar la huelga porque todavía había algunos presos, afirmaban. El argumento final del Noi del Sucre fue decir a los reunidos: «desea los presos? Los desea ?, yo también, vamos a buscarlos »la plaza entonces enmudeció. Finalmente se dio 72 horas para que se liberaran todos los detenidos. En caso contrario se declararía de nuevo la huelga general. El conflicto parecía acabado con victoria obrera.
El 3 de abril de 1919, un Real Decreto estableció en España la jornada laboral de ocho horas.
Pero la patronal estaba enfado e hizo que el gobierno incumpliera algunos de sus compromisos y evitar todas las liberaciones que había aceptado. Como segundo movimiento empezó literalmente a armarse. A su vez, Seguí fue considerado como un blando para aquellos que pensaban que la huelga se podría repetir una y mil veces. Los radicales lo veían como un posibilista, que no había jugado sus cartas hasta el final. Los asesinos afilaban las herramientas.