Lo digo en serio. Puigdemont es un genio. ¿Qué no darían muchos por tener un guía espiritual que permita desayunarse cada día con una propuesta de rompe y rasga? Aquella que el enemigo no se esperaba. Que los periodistas ignoraban. En la que nadie había pensado. Una propuesta que ha ocupado telediarios y abrirá portadas. Me presento a las elecciones y volveré a Catalunya amparado por la inmunidad del acta de eurodiputado. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie? ¿Es posible? ¿Será detenido? Qué más da.
Con Trump hemos aprendido que lo importante es lo que se dice cada mañana, no lo que va a hacerse al día siguiente. Es el signo de los tiempos líquidos actuales y el alimento de las redes. Si cuela, bien, y si no, también. Lo importante no es hacer el muro con México, sino que se hable de él. Así se acalla a esta joven e insensata senadora hispana de Nueva York que quiere hablar de las cosas del comer.
En tiempos de crisis de todas las certezas, disponer de hombres así es un must. Es un tipo listo. Lo digo en serio: hasta ahora le ha ganado una cuantas batallas al Estado para regocijo de sus seguidores. ¡Qué juicio ni qué leches! Mientras sus antiguos compañeros de gobierno se pasan el día en el Supremo, él irá a Madrid a jurar, o prometer, y luego se tomará unas tapas y volverá a Barcelona con el AVE. Puede incluso que se pase por las Salesas si el juicio todavía no ha terminado. ¿Quién da más? Triple win cantan sus fans en las redes.
Si resulta posible, será el acabose. Si no, se armará la de Dios en el Parlamento europeo (creen los indepes). Y, last but not least, Junqueras touché. Todo el protagonismo para él. ¿No me digan que no es genial? ¿A dónde lleva todo esto? ¿Ayuda a sacar los presos de la cárcel? ¿Acerca la República? ¿Permite salir del atolladero? Preguntas de la vieja política. En la nueva, lo que cuenta es el sarao que se ha organizado durante todo el día. Con un nombre; Carles Puigdemont.