Estimado Tránsfuga, aunque hemos coincidido algunas veces, tú no me conoces. Soy un simple militante anónimo de aquellos que la primera noche de campaña pega carteles, mirando el reloj ya que a la mañana siguiente sonará el despertador temprano. Alguien que simplemente cree en la política como una herramienta para interpretar la realidad y transformarla, sin esperar un beneficio personal a cambio.
Recuerdo escuchar desde la última fila de un mitin tus apasionados discursos sobre la regeneración de la nueva política, los movimientos sociales y los principios éticos del 15M. Incluso – mira qué cosas – me vienen a la memoria duras críticas hacia las siglas por las que ahora te presentarás en unos próximos comicios. ¿Creías entonces en lo que decías, o nos has estado engañando desde el primer momento? ¿Alguien te escribía los discursos y tú los interpretaste como un mero actor del método? ¿O simplemente siempre has seguido la moda ideológica que era hegemónica de cada momento, adaptándote al color del paisaje como un camaleón asustado?
Dices que te marchas porque has tenido una súbita revelación mística, como la de San Pablo de camino a Damasco. Obviamente se puede evolucionar y cambiar de ideología, faltaría más. Como materialista histórico siempre he creído que si la realidad cambia, deben variar los análisis y estrategias con que nos enfrentamos. Las ideologías también caducan, no tiene ningún sentido aferrarse a dogmas obsoletos si éstos no nos sirven para interpretar o cambiar el presente. Pero, ¡mira qué casualidad! Tus nuevos principios coinciden justo con los de un partido que te acaba de ofrecer una silla donde seguir cobrando de las instituciones unos años más, sin tener que buscarte la vida en la dura precariedad del mercado laboral. Ya me disculparás si me reservo mis dudas sobre la sinceridad de la conversión, ¿verdad?
Es una pena que estas diferencias ideológicas insalvables no las llegaras a comentar más en las estructuras democráticas colectivas del partido que te puso en las instituciones, ya que debatir con mediocres militantes de base, sin lugar a duda, es un barrizal impropio de alguien de tu estatus. No creo que los partidos tengan que ser sectas verticales con una ciega obediencia al líder, como el centralismo democrático leninista de la URSS. Y, de hecho, yo tengo muchas divergencias con los dirigentes que me dicen representar – como tú hasta no hace mucho- por eso lo critico allí donde corresponde y siempre intento que el partido haga lo que yo pienso, nunca al revés.
Ahora dices que te has hecho un partido a medida, en el que sólo formas parte tú. Sin ejecutivas, asambleas, congresos o consejos nacionales a quien tener que dar explicaciones de tus actos y posicionamientos. Seguramente debes soñar con un sistema electoral como el norteamericano, con circunscripciones unipersonales donde prima el individualismo sobre cualquier estructura colectiva, donde los ciudadanos son relegados a ser meros clubes de fans y su participación se limita al aplauso y el retuit. Pero es que resulta que en las elecciones Catalunya, donde tú te presentaste, los electores están obligados, para bien o para mal, a otorgar la confianza a un pack inseparable de un conjunto de personas, ordenadas previamente en una lista. Los votantes confían en unas siglas y unas ideas; algunos como mucho saben quién es el jefe del lista, ya que sale en el cartel, y gracias. Nunca nadie te votó a ti directamente. Ni siquiera en unas primarias, por cierto.
Mucha suerte en tu nuevo proyecto, una lista “Frankenstein” formada por los desechos reciclados de otros partidos de todo tipo, donde conviviréis alegremente democristianos conservadores, economistas convergentes neoliberales, socialdemócratas y comunistas nostálgicos de los planes quinquenales. ¿Qué objetivos comunes os unen, más allá de repartiros las sillas? ¿Esta transversalidad apolítica, inodora, incolora e insípida era la nueva política? ¿Con ellos no tendrás ninguna diferencia ideológica insalvable? No te sorprenda que cualquier día colgamos el cartel de “no se admiten devoluciones” en la puerta, por si acaso.
Es una pena que no hayas conocido nunca lo que es militar por mera ilusión en un proyecto común. No sabes lo que te pierdes en la militancia voluntaria de barrio, repartiendo octavillas a pie de calle, hablando con los vecinos, acompañado sólo por el compañerismo de unos compañeros con los que hemos vivido amargas derrotas y eufóricas noches electorales. Aunque, sin duda, los escaños y los platós de televisión son mucho más cómodos que las sillas de plástico de mi agrupación local.


