Se ve que la señora Arrimadas paseó por Vic y vivió, como la policía del 1 de octubre, miradas de odio dibujadas en los ojos de gente joven y se preguntó: ¿dónde han aprendido a odiar? Y la respuesta es clara. En la escuela catalana. Y pienso: ahora caerá un rayo del cielo tirado por algún dios y la pobre señora Arrimadas se llevará un susto de mil demonios. Pero los dioses están de vacaciones desde hace muchos años y los rayos duermen en el desván de los espacios que sólo hemos osado soñar.

Me levanto y busco en el diccionario el significado de la palabra odio. Leo que es “un sentimiento profundo de malevolencia hacia alguien; una repugnancia profunda para algo”. Y me digo: cuando habrás enseñado a odiar? Pero pienso que tal vez la definición de esta palabra debe ser diferente en castellano. Consulto el diccionario en esta lengua y leo lo siguiente: “antipatía y aversión hacia algo o persona cuyo mal se desea”. ¿Has deseado, querido Santiago, daño a alguien? Tendré que pensar atentamente, porque quizás sí he deseado mal a alguien en algún momento de mi vida y he llegado a enseñarlo!

Y me pregunto: Jaume, querido Santiago, ¿cuando has enseñado a odiar? Venga, no te escapes por la tangente. ¿Quizás cuando has ayudado a tus alumnos y a tus alumnas a querer el conocimiento y tener criterio para leer el mundo, por querer cambiar lo que no funciona, para ejercer la crítica incluso cuando se dirige en contra tuya y tú, en silencio , lo has celebrado? ¿O tal vez cuando has intentado enseñar que todas las lenguas son miradas en el mundo, miradas diferentes y que esta diversidad mejora la condición humana? ¿Quizás cuando has hecho lo imposible por enseñar que todas las culturas deben ser sometidas a una revisión crítica para mejorarlas empezando por la propia; una cultura, en este caso, mezcla de muchas otras todavía se irá mezclando más porque la condición humana tiende al mestizaje, al cocido mezclada? ¿Quizás cuando has potenciado actividades para que tus alumnos escuchen y sean sensibles a la voz de los demás, a su rostro, a su condición y, sobre todo, a su sufrimiento? Puede que hayas enseñado a odiar cuando has hablado con un chico o con una chica en tu despacho sobre sus miedos, sobre sus inquietudes, sobre sus alegrías, sobre sus problemas… y has reído con ellos y también has llorado con ellos.

Lo dice Arrimadas, querido Santiago, y si lo dice Arrimadas será verdad, porque ella no odia, ella ama, sólo ama y la prueba es que no han caído rayos del cielo.

Y pienso que el señor Rivera, aquel muchacho, ahora todo un señor, que se presentó a las primeras elecciones tal como llegó al mundo, eso sí, tapándose las vergüenzas -las que cuelgan, que no lo son, de vergüenzas, sino fuente de diferentes alegrías- púdicamente con las dos manitas cruzadas y que ahora no tiene suficiente manos para cubrirse las que salen del alma, le llamará la atención y le recordará: Inés, que te has pasado unos cuantos pueblos, incluso algunos mares, que yo he estado educado también en la escuela catalana y  como tú, no odio, sólo amo y amo a todo el mundo, a todos los países, a todas las culturas… venga, Inés, modérate un poco…

Y me río, me hago un ataque de risa recordando mi abuela, sabia como todas las abuelas, que cuando llegaba de la escuela y le explicaba que un niño me había insultado ella quitaba importancia a la cosa diciendo que no ofende quien quiere, sino quien puede, y la señora Arrimadas y su grupo no pueden ofender a los miles de maestros, profesores, familias… que seguimos empeñados en construir una escuela a favor de todos, abierta al debate de las ideas y el respeto sagrado a las personas.

Y he recordado los niños y niñas que he tenido que me han enseñado a amar, porque diga lo que diga la señora Arrimadas, ellos y ellas dan sentido a mi trabajo y acaban siendo mis verdaderos maestros y maestras. Yo tengo un contrato imaginario, que son los que tienen más valor por que no necesitan la evidencia del texto escrito, sino del trabajo de cada día, donde me comprometo a luchar por un mundo mejor. Ay, Freire, que bien que nos adoctrinaste!!!

Y me pregunto qué estarán pensando los maestros que ha tenido el señor Rivera y que ahora se ven en un saco lleno con las semillas de los odios.

Y aún tengo más ganas de reír. Pero también he de confesaros que siento un poco de asco, esa sensación que te deja un mal sabor de boca y que tiene que ver con algo relacionado con la ética y la decencia, con aquella… como definirlo… aquel comportamiento que nos debería impedir hacer afirmaciones como la que ha hecho la señora Arrimadas incluso en campaña electoral.

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