Los acontecimientos han dado un vuelco imprevisto y aún no hemos terminado con las acaudaladas relaciones de los De Mingo. La semana pasada hablábamos de ellos, centrándonos en esas hermanas tan bien emparejadas. Victorina, propietaria de la casa de nuestros desvelos, parecía el patito feo, pero la inestimable colaboración de María, una lectora imprescindible, ha dado más luz a la búsqueda.

Según un censo municipal de 1924, cuando se pidió el permiso para construir en el futuro número 20 del carrer Renaixença, entonces Renacimiento, Victorina tenía 44 años y residía en el 86 de l’avinguda de la Mare de Déu de Montserrat, justo donde ahora se encuentra la escuela Cardenal Spínola, al lado de la Font Castellana, en el límite entre Guinardó y Can Baró. El dato es interesante. Es bonito imaginar la zona hace un siglo. La finca debió ser inmensa y careció de sentido habitarla con la transformación del barrio y los achaques de la edad. Victorina falleció en abril de 1972 a los 91 años. Su esquela insiste en la filiación religiosa de la finada con la parroquia del carrer Aragó, como su hermana.

La duda surge con el obituario, donde se la menciona como viuda de Alejo Manuel Santamaría. Si tecleamos su nombre en la hemeroteca digitalizada de La Vanguardia, a quien damos las gracias por su existencia, descubrimos la muerte de Manuel Santamaría González en febrero de 1942, esa temporada aciaga para el clan Puyuelo de Mingo. Manuel fue teniente de alcalde de la Casa Gran. ¿Manuel es Alejo?

Vivo sin vivir en mí, sobre todo porque la nota figura Milagro de Mingo Castellano como mujer del desaparecido. ¿Es un error de bulto? Lo desconozco y sólo nos permite confirmar una estupenda intuición con los matrimonios. Otra opción, bastante surrealista, sería cavilar sobre una amistad de los Santamaría con las chicas hasta pasar doblemente por la vicaría.

En fin, volvamos al inmueble de Renaixença. Mi interés por la pequeña Historia de Barcelona me llevó a ser el típico niño preguntón, uno de esos pesados con el por qué tatuado en la boca. Mi madre, bastante sabia en general y más en términos artísticos, siempre tuvo clara la autoría de Josep Goday, probable por fechas y estilo con un elemento de incertidumbre.

Goday es uno de esos hombres omnipresentes en el planisferio de Barcelona, entre otras cosas por su impagable labor en la construcción de escuelas Noucentistas, entre las que figuran la Ramón Llull, el grupo Pere Vila de Arc de Triomf, el Baixeras de vía Laietana o el Farigola en Vallcarca. Su edificio más representativo para la ciudadanía es el de Correos. Sin embargo, su estimable trayectoria no tiene apenas domicilios privados de envergadura.

Hay otro apellido con el don de la invisible ubicuidad. Adolf Florensa es esencial si se quiere entender la invención del barrio gótico y la definición estilística de la vía Laietana desde su sempiterno cargo de arquitecto municipal de Barcelona. Ahora ha resucitado en los medios por la no tan inminente inauguración de los terrenos del Institut Ravetllat-Pla como nuevo pulmón verde del Distrito.

Cuando era pequeño me fascinaba esa increíble extensión vetada a mis pies y enrejada como si escondiera turbios secretos. Hasta hace bien poco podían apreciarse las cuadras para los equinos, base de sus medicamentos conocidos popularmente como sangre de caballo.

La casa visible desde Verge de Montserrat es de Adolf Florensa y data de 1928. Por su puerta recuerda a una masía, con jarras florales coronándola para seguir la tradición Noucentista, hegemónica tras el adiós del Modernismo. Nuestro protagonista desarrolló una ingente labor en el Guinardó. En 1923 se encargó de la escuela del Parc del Guinardó, muy similar en su estructura al caserío Ravetllat-Pla. Cuatro años más tarde remató su faena con la iglesia dedicada a San Antonio de Padua en la Font d’en Fargues.

Florensa era un profesional con todas las letras y sabía adaptarse a los requerimientos del espacio. En la vía Laietana sus creaciones tienen un aire racionalista, mientras en el Guinardó responden a la moda de aquel instante. Si tú, lector, navegas por la red y comparas los ejemplos ofrecidos en estas páginas con el número 20 de Renaixença darás con similitudes muy comprensibles y válidas para determinar la firma de esa esquina tan ignorada.

Lo remarcable de la misma, la tentación de poder hilvanar algo distinto, radica en el ángulo para jugar con las formas. Los dominios de Victoria de Mingo, destinados al alquiler, se revisten de todos los ingredientes típicos del decálogo de austeridad, cierta simetría compositiva, mínimos elementos decorativos geométrico-florales y hasta el encaje del inmueble con los castillos adyacentes.

De este modo hemos dado cuerpo a los pocos supervivientes del perímetro conservado del carrer de Renaixença. Antes de nuestro siglo toda la calle bebía de este vino añejo y precioso. La especulación, la escasa movilización vecinal y el escaso respeto de los ayuntamientos por el patrimonio distante del centro demolieron la magia. Quizá documentándola podamos salvar su poso.

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Ciutadà europeu i escriptor. El meu últim llibre és La ciutat violenta.

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