A más de un hiperventilado de aquí y de allá, de Génova y Waterloo, le habrá dado un patatús al ver Sánchez y Junqueras dándose la mano. Puede que la foto incluso haya estremecido a algún antiguo inquilino de Ferraz. Yo iba a decir que me ha emocionado pero no es la palabra justa. Uno, a estas alturas de la vida, no se emociona por gestos políticos. Sobre todo cuando son esto, al menos por el momento, gestos.

Sin embargo tengo que reconocer que hubiese querido congelar la pantalla del televisor para confirmar que el presidente del Gobierno, aquel que no dudó en apoyar el articulo 155 cuando el independentismo se echó al monte, saludaba al líder del independentismo catalán que dormirá esta noche en una celda de Soto del Real. Vivir para ver. De todos modos, la experiencia de haber deambulado por el mundo como periodista es un plus para contemplar escenas semejantes sin asombrarse más de la cuenta.

Si uno ha visto firmar las paces más imposibles, y cuajar las alianzas más impensables, ¿por qué no va a ser posible que Junqueras le dé la mano a Sánchez? Incluso que charle, como si nada, con Borrell, y con algunas de las ministras que más han hecho por levantar líneas rojas en torno a la Constitución. ¡Y Rull dándole dos besos a Arrimadas! ¿Eran ellos, verdad? De todos modos, la experiencia, al menos la mía, también sirve para recordar que cuando se asoma la paz suele recrudecerse la guerra. Salvando las distancias y pasando a un lenguaje más político, quiero decir que los próximos meses serán de alto voltaje.

Con sus 175 votos asegurados, Sánchez se sentirá fuerte. Con la jornada histórica que se ha marcado y con los resultados que sacará el domingo, Junqueras tendrá motivos para sacar pecho. Y cuando los dos contendientes se sienten vencedores, la paz no suele ser fácil. Esta es otra de las enseñanzas de la historia política. Para que haya acuerdo, ambos tendrán que bajar del altar donde les ha colocado la sesión de hoy. Sánchez no puede pensar sólo en sus 175 votos porque estos no son los números que le acompañan en Catalunya. Junqueras debe aceptar que ha ganado una batalla moral pero que ha perdido una batalla política, aquella que conduce a la independencia por un atajo. No hay atajos. Aunque sí muchos caminos que llevan al diálogo.

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Periodista i escriptor

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