Hace 25 años habría sido difícil imaginar que el Sónar, un ‘encuentro de músicas avanzadas’ en su origen, hubiera incluido tanto rap, reguetón y sonidos afrocaribeños en su programación o que hubiera hecho venir artistas de Uganda, Kenia o Puerto Rico. Y que, además de la tecnología, se convirtiera en un espacio para cuestionar el género. La inteligencia artificial es uno de los ejes en esta vigésimo sexta edición del congreso paralelo Sónar+D, con esperadas y atractivas actuaciones.
Pero lo que llama más la atención es que el festival, ahora propiedad del fondo de inversión norteamericano Providence aunque con la misma estructura directiva, haya sabido adaptarse a estos nuevos tiempos millennials de cultura urbana, redes sociales y mundo globalizado. Con una juventud en Barcelona, Madrid, Berlín, Buenos Aires, Durban o Estambul que a veces tiene más cosas en común entre ello·a·s que con el poder que los gobierna. Esta es una disección impura de un Sónar 2019 excepcionalmente en julio (18-20).


