El tufo se siente desde lejos. Un vapor ácido penetra por las fosas nasales, enrojece los ojos, reseca la garganta y baja por el esófago hasta generar sensación de náusea. El arroyo El Cepillo se ha convertido en un flujo de petróleo. Es el riachuelo que da de beber a más de dos mil personas que viven en El Remolino, una localidad rural del municipio de Papantla, a orillas del Golfo de México. Reventó una de las docenas de tuberías que serpentean bajo las casas, ríos y cultivos del sureste mexicano.
“En las noches es peor, sube el gas y nos arden más los ojos; y el bebé, imagínese, no para de llorar”, dice Julia, una señora que vive a escasos cien metros arriba del arroyo. Pero lo peor es que toda la comunidad, más de dos mil personas, llevan tres meses sin agua. A El Remolino, como en muchos pueblos rurales mexicanos, no llega la red municipal. Así que los vecinos construyeron una canalización que les abastece desde el riachuelo. Ahora, con el vertido de petróleo, ese agua no sirve ni para el retrete.
El Remolino es una de las 73 localidades rurales que conforman el municipio de Papantla, la cuna de la civilización totonaca que construyó ciudades monumentales, sobre un subsuelo de petróleo y gas. Mil años después, el 45% de los habitantes de Papantla sigue siendo indígena. Cinco de cada 10 viven bajo el umbral de la pobreza y, según las estadísticas del Consejo Nacional de Población, no tienen una tubería que les lleve agua a casa pero sí sufren las tuberías de aceite y pozos entre sus pastos.
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Este trabajo fue realizado por un equipo de periodistas catalano-mexicano y gracias al apoyo de los medios mexicanos Pie de Página y Proceso en el marco de la beca Devreporter para la Justicia Global 2018, auspiciada por Lafede.cat. Una primera versión del texto, firmado por Majo Siscar y Duilio Rodríguez, se publicó en México. En Catalunya y el Estado español, esta investigación periodística llega con publicaciones conjuntas en La Marea y Catalunya Plural.


