Desde hace un par de años mal contados hay una ola de miedos que se han apoderado de educadores y de familias. El miedo a las fake news, el miedo al big data, el miedo a los videojuegos… A propósito de estos temas, lo primero que hay que hacer es desangustiar un poco. Entre los años 70 y 80 se vivió con otro temor, en aquella época generado por la televisión, calificada despectivamente como “la caja tonta”. Entonces, como ahora, se temía que aquella pantalla fuera portadora de todo tipo de ideas o de gustos que apartaran a los niños y jóvenes del recto camino.
El interés por la educación mediática ha ido oscilando al compás de estas aprensiones. Ciertamente lo hubo cuando el caballo de batalla era enseñar a mirar críticamente la televisión (en el mejor de los casos, porque había quien en suma recomendaba no mirarla en absoluto) y ha renacido ahora ante el síndrome de la pantallitis aguda que nos aflige. Sería muy recomendable, por tanto, mirarse la necesidad educativa en este terreno de una manera no tan reactiva y un poco más proactiva. Pero en todo caso, hoy por hoy, bienvenida sea esta reacción si no se convierte en un arrebato o en un puro recetario para salir del paso.
La segunda recomendación es el fomento del periodismo de calidad, a través de mecanismos como los códigos deontológicos, las guías editoriales o libros de estilo, los defensores de los lectores, etc. Aquí el problema, además de que algunos piensan que todo esto es papel mojado, es que cada vez cuesta más determinar qué es y qué no es el periodismo de calidad. El señor Trump, por ejemplo, tiene sus ideas particulares sobre este concepto. Y la tercera fórmula que se invoca es la educación. La educación mediática, la educación informacional, la educación digital o combinaciones de estos términos. Y aquí sí, curiosamente, todo el mundo está de acuerdo. Entre otras razones porque decirlo, sólo decirlo, sale gratis y no compromete a mucho.
Pero como decíamos, bienvenida sea esta generalizada devoción si realmente sirve para sentar las bases para tomar en serio de una vez por todas el tema este de la educación en, con y para los medios de comunicación. Y existen algunos indicios para pensar que empieza a ser así. Uno de ellos, por ejemplo, es lo que dice al respecto la Nueva Directiva Europea sobre servicios audiovisuales. Este documento, aprobado por el Parlamento Europeo el pasado otoño, viene a ser una “ley de leyes” que pone al día la normativa a la que deben atenerse todos los países miembros respecto a una serie de cuestiones sobre el panorama televisivo, que tantas transformaciones está experimentando en los últimos tiempos. Esta normativa ya no se refiere sólo a la televisión convencional que ha influido nuestras vidas durante las últimas cinco o seis décadas,
Entre los actores que últimamente han tomado la responsabilidad, si no resolver, sí al menos de paliar los déficits acumulados están, a nivel europeo, los organismos reguladores de los medios audiovisuales que, en muchos casos, más allá de sus funciones como “guardias urbanos” de las ondas, se han tomado muy en serio la tarea de contribuir a formar una ciudadanía bien informada y bien formada. Este es el caso del Consejo Audiovisual de Catalunya, que ha puesto en marcha un ambicioso programa llamado educacin que se propone incidir en diversos aspectos de la educación mediática: la realización de talleres en las escuelas, la formación de maestros y educadores del mundo del ocio, la atención a las familias, la colaboración entre los medios de comunicación locales y las escuelas, etc.
El punto de partida fue la elaboración de unos materiales que han sido elogiados por propios y extraños y que pueden encontrar en www.educac.cat. Allí se reúnen doce unidades didácticas sobre el mundo de la información, la ficción y la entretenimiento, la publicidad y la identidad digital, así como diversas propuestas de actividades de aula, varios itinerarios temáticos que enfatizan aspectos como la perspectiva de género o la diversidad cultural, y también unos tutoriales que pueden servir para acabar de vencer el respeto que tienen algunos enseñantes los utensilios necesarios para las nuevas formas de expresión que, les guste o no, son ahora tan presentes en el entorno vital de sus alumnos.



