La carne parece instalada en el ojo de un huracán consumista que amenaza con pasar por encima de la salud de mucha gente y del planeta mismo. Comer carne se asocia con un mayor riesgo de cáncer y con un deterioro de los recursos naturales. Estos dos mensajes, con su cortejo de exageraciones y controversias, van y vienen en boca de expertos y profanos y tienden a afianzarse con la aparición de sucesivos informes, estudios y recomendaciones.
La reciente publicación en los Annals of Internal Medicine de cuatro revisiones sistemáticas sobre los efectos del consumo de carne en la salud ha restado importancia a los argumentos médicos para reducir este consumo. En los ensayos clínicos revisados no se ha encontrado una asociación importante entre el consumo de carne y el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes o cáncer; y en los estudios observacionales, se ha encontrado una reducción del riesgo muy pequeña en quienes tomaron tres porciones menos de carne a la semana y, además, con un grado de certeza muy bajo. Al analizar en otra revisión sistemática los valores y preferencias de las personas, se constató que la gente come carne porque le gusta, cree que forma parte de una dieta saludable y es reacia a cambiar de hábitos.
En este contexto científico, las previsiones de la FAO indican que el consumo de carne, lejos de reducirse, aumentará un 70% hasta 2050. Este crecimiento, del 1,9% de media anual, es dos veces mayor que el de la población y se explica por razones de urbanización y aumento de riqueza. Así, mientras en Occidente se estima que el consumo de carne disminuirá ligeramente (en EE.UU., se reducirá de 69,3 a 68,7 kilos por habitante y año entre 2018 y 2030), en China parece que el aumento está tocando techo, después de pasar de 4 a 62 kilos por persona y año entre 1961 y 2013, según un informe de The Economist con datos de la FAO.


