Para evitar la polémica sobre si la década comienza el 1 de enero de 2020 o un año después, les propongo una fecha: el 3 de noviembre. También se dice que el siglo XXI comenzó realmente el 11 de septiembre del 2001, el día de los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono. Aquel ataque contra los Estados Unidos cambió la geopolítica, puso fin a una etapa histórica y abrió una nueva.

Los llamados ‘felices años 20’ del siglo pasado se terminaron antes de tiempo, con el crack bursátil del 29. La puerta, entre otros, de los terribles años 30. Por eso, mejor no buscar en el pasado comparaciones para intentar explicar el presente. No sea que invoquemos a los malos augurios.

Volvemos al 3 de noviembre. Es la fecha de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Parece muy difícil que el impeachment prospere y, por tanto, Donald Trump se volverá a presentar por los Republicanos. De nuevo dos concepciones de la vida, del mundo, de la libertad, se confrontarán en las urnas. Votarán menos de doscientos millones de personas, pero su decisión condicionará el futuro del resto de la humanidad.

El decenio (2010-2019) que cerramos se ha caracterizado por la polarización de las sociedades. Por la fractura de las comunidades, a menudo en dos partes casi iguales. Además de los Estados Unidos, lo hemos visto con el Brexit en Gran Bretaña. La democracia más antigua de Europa, la de los grandes consensos ante los retos históricos, ahora está partida por la mitad. En Brasil, donde Bolsonaro aplica un programa político reeaccionario. En Chile, con un gobierno que se comporta como una dictadura por la represión contra los que protestan en las calles. En Honk Kong, en Bolivia, en Argelia, en Irak…

En algunas teóricas democracias, la polarización queda eclipsada por regímenes autoritarios de facto, como puede ser Rusia o Turquía. Dentro de la Unión Europea, las libertades se debilitan por mayorías ultraconservadoras, como es el caso de Hungría o Polonia. Mientras, crecen las sombras en Italia, con encuestas que auguran un regreso triunfal del neofascismo de Matteo Salvini.

Por eso es tan importante la fecha del 3 de noviembre. Porque es clave para decantar la balanza hacia el lado de los valores democráticos. Con el sentido más amplio de la palabra. Porque, no sólo está en riesgo la calidad de los regímenes parlamentarios, sino el progreso de las grandes causas que han marcado el inicio de este siglo. El combate de la emergencia climática; la lucha contra la violencia machista y en favor de la igualdad de género; la movilización por la justicia social y por la solidaridad con los refugiados; una visión abierta y cosmopolita del mundo…

Donald Trump encarna la reacción contra estas causas. Ha hecho bandera de ello. Y por eso es tan beligerante con la prensa que, como The New York Times o The Washington Post, le recuerdan cada día cuáles son los principios fundacionales de Estados Unidos. Han sido precisamente los equilibrios y contrapesos institucionales, como es el caso de la prensa libre, los que han evitado que un personaje como Donald Trump haya llevado el mundo al desastre.

Si el 3 de noviembre gana el negacionismo de Trump respecto al cambio climático; la visión más conservadora del papel de la mujer, la xenofobia respecto a los refugiados, el egoísmo aislacionista… los años 20 comenzarán con mal pie. Porque Estados Unidos tal vez ya no sea el epicentro económico, cada vez más desplazado hacia Asia, pero sigue ostentando el liderazgo político y cultural del mundo.

Mientras esperamos el veredicto de la sociedad norteamericana, aquí deberíamos intentar tejer complicidades que rompan el círculo de la polarización que fractura la sociedad y debilita la democracia. Tenemos suficientes ejemplos en el mundo como para aprender la lección. Para evitar errores y para constatar el progreso de aquellos países que han tenido la capacidad de pacto necesaria para evitar que sus comunidades se rompieran por la mitad.

Si Trump pierde, las grandes causas del siglo XXI serán más fuertes. Si gana, mejor que nos coja preparados y unidos para seguir la lucha a contracorriente. ¡Bienvenidos a los años 20!

Este artículo ha sido publicado originalmente en el Diari de Tarragona

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