Nacida en Alcoi en 1943, aunque afincada en Barcelona, Isabel-Clara Simó era ante todo una gran conversadora, a la que le encantaba hablar y discutir de cualquier tema, la literatura incluida. Quizá por ello desde el primer momento buscaba eliminar el pedestal en el que los alumnos suelen colocar a los grandes autores y renunciaba no sólo al estrado y la mesa (hablando a sus interlocutores desde el patio de butacas, de pie), sino que también restaba mérito a su amplia colección de premios: “los Països Catalans somos pequeños y por eso nos toca un premio a cada autor de vez en cuando. Cuando ya los tienes todos… te mueres”.

“La literatura no sirve para nada, no tiene un sentido utilitario. Escribimos porque nos proporciona placer y ese debe ser también el motivo para leer”. Una afirmación que extendía a la pintura, a la música o al cine. Hay que disfrutar, pero para ello hay que educar previamente nuestro oído, nuestra vista o nuestro sentido de la lectura. Algo que, en definitiva, permite al espectador (lector) poder elegir entre distintas opciones: “pero si no hay una educación previa esta elección no existe”. Apología del placer, pero sin excluir la formación. Así, la literatura puede ser un elemento de compañía, pero debe proporcionar placer al lector, un placer que no tiene por qué coincidir con las apreciaciones del resto del público, los críticos o incluso el propio autor.

A menudo, Isabel-Clara Simó, recordava las palabras de Jean Paul Sartre: “un libro no está acabado hasta que es leído por alguien. En ese momento se crea un puente mágico entre el escritor y el lector, que aporta su propia interpretación de lo que ha leído, una interpretación tan válida como la del propio autor, porque una cosa es lo quiso escribir y otra lo que realmente ha escrito”. Llegados a este punto, en que la lectura, que necesariamente implica un esfuerzo, proporciona placer al lector, es cuando se llega a distinguir una buena obra de una mala. Dicho en las sabias palabras de la ganadora del Premi d’Honor de les Lletres Catalanes (2017): “Una novela es buena si provoca al mismo tiempo emociones y pensamientos, pero ha de ser ambas cosas a la vez, si no tardaremos poco tiempo en olvidarla”.

Un binomio indisoluble en la prolífica y exitosa trayectoria literaria de cuarenta años de la escritora de Alcoi. Su primera novela, Júlia (1983), la hace entrar en la literatura por la puerta grande. Después vinieron muchas novelas y relatos, historias con un dominio magistral en la creación de climas tensos, espacios obsesivos, escenas crueles o fuertemente sensuales, experiencias violentas, insoportables… y el dominio en la construcción de personajes complejos y ricos, dramáticos, capaces de atrapar a los lectores y en algunos casos dejándonos helados. Desde la citada Júlia o El mossèn, descubrimos personajes como la Dorothy de La salvatge, la Mercè de La vida sense ell, el Enric de El professor de música, la Wing de Un tros de cel, Jonàs, la Fernande Olivier, amante de Picasso,… personajes que remontan por encima de sus tramas respectivas y se convierten en alguien de quien hablar, como si tuvieran existencia más allá del libro que les hizo nacer, tal como funcionan los mitos .

Ferviente feminista y defensora de la lengua y las letras, Isabel-Clara Simó nos ha removido el alma con mundos densos y personajes potentes y singulares. Pero ha abordado todo tipo de novelas, desde las más complejas a las más ligeras, de las delicadas a las más brutales, juveniles, de intriga o criminales, psicológicas… o relatos corales e intensos, como Els invisibles, que dedicó a su hijo Xavier. También la hemos visto en las tribunas periodísticas y en los espacios de lucha y de denuncia cívicos y políticos. Una militancia de décadas que le valió, en 2017, el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes. Una vida, desde el inicio y hasta ahora, comprometida y rebelde.

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Castellterçol, 1974. Periodista cultural. Ha treballat a Catalunya Ràdio, COPE Catalunya, COMRàdio i BTV. Actualment, treballa a La Xarxa, escriu a Teatre Barcelona, Efectes Secundaris i Catalunya Plural

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