La Trinidad Ecológica que forman el mar, el delta y el Ebro se ha desbocado -con más furia que otras veces- en esta Semana Trágica del 20 al 23 de enero de 2020 a través del temporal de levante, ciclón o borrasca marítima de nombre ‘Gloria’. Toda la costa mediterránea, del Pais Valencià a la Catalunya Norte pasando por el Principat y las Illes Baleares, ha quedado afectada por una destrucción ambiental, económica, humana y de infraestructuras que será alta en tiempo y costes.
A través de los medios de comunicación, se puede decir que casi todo el mundo ha dicho la suya (expertos y neófitos damnificados, políticos y gobiernos, etc.) y, por tanto, ahora no se trata de repetir lo que -por encima o con más análisis de fondo- ya se conoce.
Lo que quiero decir es que la combinación de los efectos climáticos globales con el estado de nuestras infraestructuras y poblaciones concentradas en el litoral han hecho aún más graves las consecuencias de la catástrofe, que es general, quizás no del todo irreversible, pero que debería obligar, sin duda, a preguntarnos, ya de una vez, sobre el país real que hemos ido construyendo en los últimos 50 o 60 años, en tiempos de dictadura y en democracia -cada uno con sus responsabilidades-, y que ahora, culminadas muchas aberraciones, y coincidiendo con las devastaciones ecológicas mundiales, nos está pasando factura, ¡y de qué manera!
He aquí la enorme problemática a la que nos enfrentamos: unos, los más radicales, dicen que “no hay nada que hacer”, que el “cambio a peor” está garantizado, que “llegamos tarde”, en definitiva. Otros (los posibilistas por fuerza, gobiernos y técnicos, arrastrados por el vendaval destructor) se verán obligados a poner parches para contener el problema sin poner en cuestión el modelo de producción y de consumo y el ordenamiento territorial de las infraestructuras. Y otros (sobre todo los grandes grupos energéticos) intentarán aprovecharse, que ya lo hacen, de la crisis de las energías fósiles para ir hacia las renovables, teniendo en cuenta que estos tiburones de la energía (tal como los fondos buitres de las inmobiliarias) no les importa nada el bien común económico y ambiental, sino destruir -extraer- para incrementar beneficios, acaparar mercados y dominar completamente toda la demanda social, ya provocada por el marketing cultural y publicitario.
En medio de estas franjas de poder, sobre todo de las dos últimas (con sus intereses, preocupadas por no perder la famosa cuota de relevancia) hay, atrapados como en un sandwich, lo que llamamos la “gente corriente”, los “consumidores”, los “usuarios “, en definitiva los que pagan como pueden este festín de dominio, los que sufren tanta destrucción programada (en una mezcla de intereses, ignorancia y mala fe) y los que, desorientados por la querida confusión dominante (pero que ya intuyen lo que les caerá), resisten como pueden las embestidas del nuevo esclavitud tecnológico del siglo XXI.
Este, creo, es el estado de desolación popular que se ha manifestado a raíz de esta nueva destroza ecológica (que es a la vez económica y humana): en nuestro caso, del delta del Ebro hasta el Alt Empordà.
A partir de aquí, podemos enumerar los efectos y defectos concretos que ya se han ido denunciando, por parte de grupos científicos y ecologistas, a lo largo de muchos años, y que, como ya es bien sabido, no han sido asumidos con la urgencia que hubiera sido necesario. Ahora todo son prisas. Ni partidos ni gobiernos, ni sindicatos industriales ni asociaciones profesionales (sobre todo ingenieros y economistas) no han dado, en general, respuestas adecuadas a las reivindicaciones, denuncias y alternativas que han planteado, ya desde los años 70, los grupos de defensa ecológica, los antinucleares, los sindicatos campesinos, los científicos universitarios y todos aquellos que, en los distintos aspectos de la realidad social (del agua a la energía, de la agricultura en las carreteras, del automóvil al urbanismo, del turismo a la arquitectura y de la información a la cultura) han planteado aportaciones posibles para poder garantizar en esta tierra una vida digna de este nombre.
Xavier Garcia (Vilanova i la Geltrú, 1950) es periodista, ensayista y biógrafo. Vive en Horta de Sant Joan. A finales de los años 70 fue de los primeros periodistas en tratar a fondo la ecología. Fue redactor del diario Avui (1976-1992) y ha colaborado en numerosos medios de comunicación. Tiene una extensa obra publicada y numerosos reconocimientos.


