Seamos realistas. En general, la ESO es la guerra. Es sabido por todos que hay que ser fuerte para sobrevivir. Y si no se piensa así, seguramente será porque no se ha estudiado esta etapa propiamente dicha. Y más en los últimos años, en los que la adolescencia está sufriendo una precocidad brutal. Cada vez más pronto, generalmente, los niños maduran sexualmente, posicionan los amigos por delante de la familia, se rebelan, se enfrentan con la autoridad, etc. Todo ello, por no ser poco, antes de tiempo.

El bullying es uno de los temas, por desgracia, más comunes en las aulas de secundaria. Peleas, críticas, secretos, amistades que vienen y que van… Por lo tanto, se entiende que es uno de los temas más importantes a tratar, siempre está presente en el orden del día.

Precisamente por este motivo, y por la falta de -digamos- motivación sobre el tema, entre todos estamos haciendo un acoso del mismo bullying: estamos realizando la función del ‘metabullying’. Se habla de ello en todas partes y junto con el yoga, el feminismo, el veganismo o el lettering, es un tema ‘top’ en los últimos asuntos resaltados a tratar. A veces, incluso, lo introduces en clase y automáticamente la mayoría de alumnos parece que inflen globos. Una vez una alumna me dijo: “Esto es como hacer una dieta: la teoría se sabe, pero hay que ponerla en práctica”. Y ese es el quid, que no llegamos, por desgracia, a la práctica que anhelamos.

Desgraciadamente, todavía hay estadísticas que demuestran o bien que la teoría no es clara, o bien que nos queda un paso entre ésta y la práctica: la acción. No hace mucho que la OMS y otras organizaciones hicieron públicos los datos siguientes: “Cada año se suicidan en el mundo alrededor de 600 mil adolescentes entre los 14 y los 28 años, cifra en la que -por lo abajo- en la mitad de los casos tiene alguna relación el bullying”. Un hecho preocupante que indica que hay algo que no estamos haciendo bien.

Se entiende que, si un tema no interesa, cansa. Que, por ejemplo, si un profesor no muestra interés y motivación por su propia materia, no lo transmite a los alumnos. Esto ocurre con el tema en cuestión ya que, seguramente y en general, no se está trabajando como se debería, siempre enfocándonos más en el cuidado que en la prevención. Esto ocurre porque muchas veces detectamos tarde un acoso, por cuestiones que trataremos más abajo. Aun así, en los pocos casos que se intenta trabajar la prevención, se hace inculcando ideas como el respeto, la tolerancia, el compartir, la riqueza de la diversidad, etc. Pero en gran parte este sistema no está funcionando. ¿Por qué lo seguimos haciendo así, entonces?

Claramente, repito, se debe prevenir antes de curar, de eso no hay duda. Pero, ¿por qué no hacerlo desde otra perspectiva que no sea la de la víctima? ¿Por qué no prevenir a la persona que probablemente puede ser acosada para no llegar a ser víctima? Está claro que cualquier persona puede ser un blanco fácil de burlas en manos de agresores, que evidentemente las víctimas de bullying son un grupo heterogéneo de personas… Sin embargo, podemos encontrar algunas características comunes, tales como la baja autoestima, la poca comunicación con los demás, la muestra de pasividad, la timidez, la introversión, etc. Por lo tanto, sería conveniente trabajar mucho la confianza, la autoestima, el hecho de valorarse a uno mismo y quererse tal como se es, a fin de no dejar pasar ni una, a fin de disfrutar de mecanismos y técnicas para no caer en estas agresiones. Trabajar el empoderamiento a conciencia. Otro término, últimamente, muy Orange is the new black.

Sería tan interesante como observar las relaciones sociales de un niño que ha ido a la guardería y las de uno que ha sido criado con los abuelos. Y quizás ahora me meto donde no me llaman, pero esto se nota. Generalmente, en la guardería aprenderá antes a compartir, a socializarse con los demás, a convivir en grupo… y defenderse de las agresiones de otros niños si le quitan un juguete. Quiero dejar especialmente claro que estos hechos no van a misa 100%, pero que, al menos, es interesante reflexionar. A veces, si observamos las características de familias no acosadas, entendemos muchas cosas.

De todas formas, como ya se ha comentado, esta no es una tarea infalible y, por lo tanto, hay que prestar atención a la distinción entre una broma y una broma que no hace gracia. Saber encontrar el límite y ponerlo sin miedos. Si esta distinción se hace correctamente, seremos capaces de detectar estos casos y, por lo tanto, romper con la famosa figura simbólica del iceberg, con la que sólo atendemos a lo que se percibe a simple vista. Y ya puestos, ¿por qué no llevar a cabo estas instrucciones para trabajar los casos de víctimas de violencia machista?

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