Me invitan a escribir sobre Kobe Bryant en estas páginas y, aún en estado de incredulidad, me cuesta encontrar qué decir sin caer en la repetición, en lo consabido, en lo que medio mundo lleva diciendo desde que en la noche del domingo se conoció su muerte. Acostumbra a pasar con los iconos globales, más aun con los que se van de manera trágica y prematura.

Me invitan a algo así porque tuve la suerte de seguir a Bryant en dos Juegos Olímpicos (Pekín 2008 y Londres 2012) y la fortuna de entrevistarlo personalmente en otro par de ocasiones. No son habituales los cara a cara con las estrellas del deporte. Se supone que algo particular saqué de semejante oportunidad.

La primera entrevista tuvo lugar en Barcelona, en una gira promocional que Bryant hizo con Adidas en septiembre de 2000. Era para muy pocos medios y la firma alemana ofreció a El País la posibilidad de entrevistar durante unos 10-15 minutos al entonces más que prometedor escolta de Los Ángeles Lakers. El País no desaprovechó la ocasión. Pero en una decisión casi temerosa, Ramon Besa y Robert Álvarez, jefe y subjefe de Deportes en Catalunya, acordaron que la entrevistadora fuera yo. Su generosidad y confianza fueron tremendas: Bryant era todo un jugador de la NBA y yo, una periodista novata recién salida de la facultad.

La ocasión era única para cualquiera. Y Ramon quiso exprimirla. Acudió conmigo a la entrevista acompañado de su hijo Sergi. No todos los días se puede ver de cerca al hombre llamado a suceder al coloso Michael Jordan. Y ellos siempre lo podrán contar porque Bryant le chocó los cinco a Sergi, lo saludó con cariño y le firmó los pósteres que había llevado con toda la ilusión de sus 11 años.

Del cara a cara con Kobe, recuerdo la profesionalidad que envolvía todo, la rigurosidad en los tiempos y, sobre todo, la cercanía con la que se movía el astro. También, la sonrisa con la que indefectiblemente desarmaba a quien tuviera enfrente.

  • ¡Hola! ¿Cómo estás? – me dijo, en castellano, mientras me daba la mano.
  • Muy bien. ¿Y tú? – le respondí nerviosa.
  • Muy bien también – replicó sonriente.
  • ¿Podemos hacer la entrevista en español?
  • ¡No! – contestó entre risas – Hablo sólo un poquito – añadió con su acento gringo.

En el escaso cuarto de hora que compartimos, Bryant tuvo tiempo de contestar a mis preguntas, probar que podía hablar en italiano, chapurrear alguna que otra palabra más en castellano y firmarme una camiseta estampada con su sonriente rostro. La conservo como oro en paño, sin estrenar.

La segunda entrevista, al año siguiente, tuvo como escenario Berlín. Con su segundo anillo de campeón de la NBA, Bryant regresaba a Europa para seguir promocionando su marca y Adidas volvió a convocar a El País al exclusivo evento. Ramon Besa decidió, de nuevo, que fuera yo.

De aquella experiencia podría decir muchas cosas, pero me quedo con la lección periodística que me (nos) dejó. Con Bryant elevado ya a la categoría de estrella, la marca alemana descartó las entrevistas individuales, nos juntó a todos en una sala, redujo a un par las preguntas que cada periodista pudo hacer y montó un circo en torno a la nueva línea de ropa del carismático escolta de los Lakers.

Pese las infinitas trabas del séquito y los guardaespaldas que lo rodeaban, Kobe estuvo tan amable y simpático como lo había estado un año antes en Barcelona. Pero aquello no era la entrevista que Adidas le había propuesto a El País.

Indignada, llamé a Ramon Besa para contarle el fiasco. “No podemos publicar una entrevista con esto. Hay dos preguntas mías y el resto las han hecho los otros periodistas. Y, además, no hay nada de gran interés”, le dije. “Propongo hacer una crónica contando el circo que han montado en torno a Bryant”, añadí. “Disfruta de lo que te queda en Berlín y, cuando regreses, vemos”, me contestó el sabio Besa. Le hice caso.

A mi vuelta a la redacción de El País en Barcelona, mi propuesta recibió el ok. Con el riesgo que implicaba. Todos sabíamos que una patada en el estómago de Adidas podía suponer para el diario el fin de las entrevistas a los muchos deportistas que patrocina la marca. Los jefes pusieron el oficio por delante y lo asumieron.

Recuerdo haber leído y releído el texto varias veces junto a Ramon. Y cómo el gran Agustí Fancelli, otro de los que también se fueron demasiado pronto, se unió a nosotros a última hora. Era uno de los máximos responsables del diario en Barcelona, sabía de todo y también debía dar su visto bueno. Durante un largo rato, le dimos vueltas al titular entre los tres. Así, asá, esto, lo otro…. Hasta que, ¡eureka!, cerramos, sobre la hora, convencidos.

“Veremos cómo se lo toma la gente de Adidas cuando lo lea mañana…”, dijimos. Kobe Bryant, el juguete preferido del circo, se tituló la crónica que salió publicada el 20 de agosto de 2001. El escolta de Los Lakers sigue paso a paso el show exagerado con el que Adidas trata de explotar su imagen, rezaba el subtítulo.

Como sospechábamos, la entonces responsable de prensa de la marca deportiva en España no tardó en llamar a Ramon Besa. Para nuestra sorpresa, lo hizo para pedirle disculpas por no haberle explicado, como era debido, las peculiaridades de la entrevista. En una reacción que la honra, no hubo reproches ni represalias para El País.

Imagino que aquella nota nunca llegó a los ojos de Bryant. Yo tampoco volví a tener la ocasión de entrevistarlo en un cara a cara. Seguí, eso sí, contando sus hazañas en los Juegos, disfrutando de su talento y admirando la cercanía con la que siempre se manejó con todo el mundo sin perder un ápice de su carisma.

Que la tierra te sea leve, Kobe. Y aunque sea de rebote, gracias por la lección.

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