La feminización de la pobreza es una realidad hace demasiado tiempo. La invisibilización de las mujeres y las discriminaciones escondieron el aumento de la pobreza femenina. Poner perspectiva de género abrió la realidad a los ojos de la sociedad. Aun así, había que poner esta mirada en las soluciones y no siempre ha sido así.

El aumento de las personas sin hogar también ha mostrado una nueva realidad: las mujeres sin hogar están en peores condiciones y sufren más agresiones y abusos, a pesar de ser un porcentaje más bajo de personas sin hogar (13%). Los problemas se multiplican y no se ha tenido suficientemente en cuenta su singularidad.

El informe INSOCAT de 2018 recogía que el 23,8% de la población está en riesgo de pobreza y exclusión, un porcentaje que se dispara hasta el 47,7% entre la población extranjera. La precariedad laboral y los precios de la vivienda son los dos grandes factores de empobrecimiento. En el caso de las mujeres, las desigualdades sociales y económicas hacen que esta precarización de la vida y empobrecimiento sea más rápido, además de las cargas familiares de personas dependientes.

Las desigualdades en el ámbito laboral, tanto en cuanto a acceso como por el salario y el tipo de contratación, así como las dificultades para conciliar los tiempos laborales con la vida y, por tanto, con el cuidado de las personas que ponen a las mujeres en situaciones más vulnerables, favorecen el empobrecimiento.

El sinhogarismo femenino es menos visible porque se manifiesta fuera de la vía pública. Las mujeres protagonizan formas de exclusión residencial vinculadas al ámbito privado. Se vive de puertas adentro e implica situaciones de precariedad habitacional. No tienen tanta presencia en la vía pública, pero limitan la capacidad de llevar a cabo un proyecto de vida autónomo y las posibilidades de salir de situaciones de pobreza extrema. La proporción de mujeres que viven en la calle después de haber vivido situaciones de violencia por parte de sus parejas es muy elevada y, una vez en la calle, estas violencias se pueden intensificar. De hecho, casi todas las mujeres que han dormido en la calle relatan situaciones de acoso o agresiones sexuales.

Hace falta un verdadero cambio de perspectiva para dar cobertura a la situación de las mujeres sin hogar. Actuar preventivamente contra la degradación de la situación de las mujeres en el ámbito económico y social debe ser una prioridad, ya que a menudo les afecta a ellas, sus familias y sus niños. Por otra parte, la formación de profesionales que trabajan en el ámbito de la exclusión residencial, energética y social para dotarlos de perspectiva de género y de herramientas para actuar sobre situaciones desiguales, incluso dentro de la pobreza extrema, es una necesidad evidente. Los recursos económicos son imprescindibles, los servicios adecuados también, y por eso hay otra mirada que permita su inclusión.

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