Estos días se han dicho y escrito muchas cosas, y muy bonitas, de David. Cosas que yo hubiera deseado no escuchar ni leer nunca en tiempo pasado y que llegan muy tarde. No quiero marear al lector glosando su gran humanidad porque quizás ya lo sabéis todo de él o porque quizás tampoco os interesa mucho. Sin embargo, si se me permite, quisiera escribir brevemente de mi David. Porque me lo pide el cuerpo como si me fuera la vida y porque me lo reclama a gritos mi corazón roto por un asesino que en un minuto borró para siempre nuestra vida sencilla y feliz.
Detrás de su fachada de formalidad se escondía un alma traviesa, tremendamente pavo, irónica y risueña que disfrutaba como un niño pequeño haciéndome la puñeta y soltando chistes que pocos, salvo los que lo conocíamos, entendían. Detrás de su coraza de corrección escondía un corazón sensible que amaba el mar, las sartenes de la suegra y la vida, y que sufría mucho cuando los amigos aplazaban indefinidamente los cafés pendientes. Que sufría cuando se sentía poco valorado a los trabajos y maltratado por incompetentes con cargo y despacho que sabían que él -siempre tan discreto y observador- les daba mil vueltas en todo. Que sufría cuando nos discutíamos más de cinco minutos seguidos porque había pasado el aspirador y se había dejado algo en el suelo.
David era un charlatán capaz de dejarme agotada después de un monólogo interminable, siempre bien argumentado y con un análisis tan acertada de los hechos que era imposible refutar. Acumulaba una sabiduría innata que lo hacía calar a la gente a la primera y que completó con una vida dedicada al estudio que lo convirtió en una persona muy culta. Huía del conflicto y el enfrentamiento porque odiaba la violencia y era incapaz de matar un mosquito, pero no dudó en hacer frente él solo a Alfons Quintà, otro asesino que la redacción del diario ‘Avui’ tuvimos que soportar por culpa de la dirección que encabezaba Vicente Sanchis, que terminó matando a la mujer antes de suicidarse.
Su curiosidad le llevó a estudiar primero Periodismo y después Derecho mientras trabajaba. Aprendió idiomas y viajó por medio mundo, era cinturón negro de judo, formó futuros periodistas en la UPF durante más de 15 años con una gran dedicación, en cuatro años se sacó un doctorado sobre un tema aburridísimo con cum laude y editó y escribió miles de crónicas empezando por las de los atentados del 11-S en Nueva York, donde fue como enviado especial. Y cuando la envidia le castigó con el ostracismo profesional, ni se amargó, ni se rindió: buscó trabajo bajo las piedras porque no bajaba del tatami si no era en camilla. Si entonces alguien le hubiera dicho que acabaría gestionando las redes sociales del Ayuntamiento de Barcelona habría caído de culo porque él era un romántico.
Hasta aquí un injusto resumen de su intensa vida bendita incluso por el Dalai Lama. Y antes de terminar, una petición. Os pido que toméis muchos cafés con los amigos. Que tratéis con respeto a vuestros compañeros de trabajo y que no os enfadéis con nadie más de dos minutos. Porque lo único que nos salva del horror de este mundo son las personas que no esperan nada a cambio.


