Ha muerto el director de cine José Luis Cuerda. Nos ha dejado unas cuantas obras inolvidables, de aquellas que forman parte de lo mejor del cine español. Hablo, por ejemplo, de Amanece, que no es poco, que representa la vertiente más surrealista del séptimo arte y que podemos asociar a los filmes de los Monty Python; El bosque animado, con las escenas de la santa compañera caminando por los bosques gallegos que también han quedado inmortalizados en la magnífica película O que arde, de Oliver Laxe; Los girasoles ciegos; Así en la tierra como en el cielo y La lengua de las mariposas, una de las mejores películas que tiene como base las relaciones maestro-discípulo, y que a pesar de estar situada en un contexto histórico muy concreto volea por encima del tiempo y se convierte en un clásico, en una obra de una gran actualidad y en un testimonio de una manera muy recomendable de entender la relación educativa.

En este artículo quiero dejar constancia de una serie de secuencias que forman parte de mi universo personal y ejemplificador de lo que he afirmado anteriormente, de cómo podemos construir un vínculo que nos haga posible entender que la educación es la herramienta más potente que tenemos para mejorar el proceso, siempre inacabable, de humanizar la humanidad, de dirigir nuestra actividad a potenciar tres ejes: el valor del conocimiento, la bondad humana como objetivo máximo y la felicidad, una felicidad que dé sentido al esfuerzo del presente, de un presente que contenga el pasado como memoria y el futuro como esperanza.

La historia la vemos a través de los ojos de un niño de ocho años, Moncho, que empieza a ir a la escuela y tiene miedo de que el maestro le pegue. Pero se encuentra con don Gregorio, un representante de los maestros que entienden su oficio como una práctica liberadora y que cuando los niños -sólo hay niños en su clase- charlan y hacen alboroto les pide que escuchen y cuando no lo consigue calla y mira por la ventana hasta que su silencio acaba dominado el ruido ambiental. No tiene que pegar, ni tiene que llamar.

Los ojos del niño lo quieren observar todo. Dentro del cine español tenemos dos muestras de este tipo de mirada: la de Moncho y la de la niña de la película El espíritu de la colmena, dirigida por Víctor Erice y con los ojos de la actriz Ana Torrent. Una mirada y un oído, unas ansias de conocer el mundo que en principio el maravilla y que luego lo cuestiona. Aristóteles y Freire cogidos de la mano.

La secuencia inicial, el primer encuentro con el maestro, es de antología porque nos muestra como a través del afecto el miedo se vuelve mansa como un perrito faldero. Y la conversación que mantiene don Gregorio con el niño sobre la existencia del infierno es de una inteligencia educativa tan profunda que se debería proyectar para analizarla en todas las facultades de Ciencias de la Educación.

“Sabéis de dónde vienen las patatas?”, Pregunta el niño a la familia. “Del huerto”, responden. “No, vienen de América”, y ante la sorpresa del auditorio el niño da su fuente de autoridad y de verdad: lo dice don Gregorio. Si el niño tiene la mirada y la escucha siempre afilada, el maestro tiene el conocimiento, factual en este caso, pero siempre se hace presente en un curriculum oculto formado por miradas, gestos, suavidad, tacto … en suma: un modo de hacer ejemplar. Ante la conversación del niño sobre el infierno están las preguntas previas del maestro, preguntas indagatorias para ver por dónde van las cosas: qué piensan los de casa? El padre? Y la madre? Y usted? -siempre trata los alumnos de usted- … Y cuando el niño manifiesta su miedo el maestro lo acoge y le da una respuesta llena de bondad, que éste es, en mi opinión, el primer objetivo de la acción educativa como ya he dicho antes, pero que no me cansaré nunca de insistir.

En esta historia basada en los cuentos de Manuel Rivas, el maestro es “la luz de la república” y estas luces fueron apagadas con la brutalidad de los que encabezaron el golpe de Estado del 36, el inicio de la guerra civil y la posterior posguerra. La represión que sufrió el magisterio ha quedado recogida en varias publicaciones, una muy reciente: la de Salomó Marquès, publicada por Rosa Sensat.
Don Gregorio, un hombre que inicia la vejez y que reconoce el escéptico que vive en su interior pero el sabe hacer compatible con el hombre que mantiene viva la esperanza. Un maestro que representa el mejor de un oficio que se caracteriza porque se da al discípulo, porque muestra el mundo y orienta.

José Luís Cuerda

Hay que recordar que la obra es una demostración de que los inicios de la adolescencia se descubre, a menudo de manera dolorosa pero siempre necesaria, la ambigüedad humana. Moncho sabe que sus padres mienten cuando los domina el miedo y él también mentirá y escupirá las palabras que el maestro le ha enseñado mientras apedrea el camión que lo conducirá a la muerte. Nos imaginamos que más adelante aprenderá a vivir con ese peso, con esta traición, peso que representa la ruptura de toda inocencia inicial, de la inocencia que siempre se agrieta cuando empezamos a hacernos grandes. No es gratuito que el maestro le dé el libro La isla del tesoro, de Stevenson. Este libro, como pocos otros, describe el descubrimiento de que todos hacemos que la frontera entre el bien y el mal se puede traspasar con mucha facilidad, que bajo el nombre del bien se pueden cometer crímenes de todo tipo y que aquel que te ayuda te puede perjudicar y que aquel que puede parecer el más malo de la historia se puede situar a tu lado. Es, al fin y al cabo, el aprendizaje que hace el protagonista de la obra de Stevenson y es el aprendizaje que hará el pequeño Moncho y nosotros con él.

Hay dos momentos muy celebrados en la película. Uno de ellos es la identificación que hace don Gregorio del infierno como el espacio del odio y de la crueldad. Nos recuerda Sartre, pero no olvidemos que si bien el infierno son los otros, el cielo también pueden serlo. Con esta esperanza nos levantamos cada día. El otro es la reivindicación que hace de una educación que prepara para la vida, con todas sus dimensiones y tonalidades y el trabajo para ayudar a construir ciudadanos libres comprometidos con las necesidades del tiempo que les ha tocado vivir.

Los libros y las películas, como nos recuerda don Gregorio, en cualquier contexto de una práctica educativa verdaderamente liberadora no pueden ser otra cosa que el refugio de los sueños para que no se mueran de frío. Pocas definiciones tan acertadas han dado desde un arte que enriquece justamente porque hace que palabra e imagen se fundan.

La película termina con el rostro de Moncho con una mueca que tiende a la gárgola, con una mirada que nos indica que algo muy importante se está rompiendo en su interior, una imagen que pierde el color y se convierte en un contraste entre el blanco y el negro. Una metáfora muy acertada de la nueva realidad que se estrena una vez el cuerpo del maestro quedará enterrado en una fosa común.

Hay más cosas que quedan por decir. Esta es una característica de las mejores obras de arte: que siempre tienes la sensación de que sus sentidos y significados no quedan agotados.

La película de Cuerda forma parte de este grupo tan necesario.

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