Esta semana Barcelona debería estar inmersa en la celebración de una nueva edición del Mobile World Congress. Como bien sabemos, esto no es así. Pero, a pesar de todo, la ciudad continúa con su habitual actividad frenética, en este caso ayudada por la activación espontánea de multitud de actores, en su mayoría empresariales, que se han organizado con el apoyo de la administración y la efectividad de las redes sociales para generar un programa de actividades, si no sustitutivo al cien por cien, al menos paliativo de la ausencia del MWC.
Disponer de una capacidad de improvisación como la demostrada es una cualidad loable y ciertamente valiosa, teniendo en cuenta que vivimos en un mundo cada vez menos predecible. Incluso se está haciendo una cierta bandera estos días. Pero una vez parado el primer golpe y habiendo ya activado la respuesta, en esta ocasión conviene preguntarse: ¿tiene sentido confiar en la actuación reactiva en el medio y largo plazo?
La respuesta, en mi opinión, es negativa. Entre otros motivos, porque no hay necesidad o, cuando menos, podemos disponer de herramientas que ayuden a constituir una cierta malla de protección ante situaciones similares a la vivida.
En primer lugar, tenemos mucho camino por recorrer en inteligencia estratégica, prospectiva y análisis de futuros. Esto que suena a novela de espionaje no significa nada más que incorporar de manera sistemática al gobierno del territorio y de las empresas, por ejemplo, el análisis de la situación geopolítica. Que la cancelación del MWC haya tenido más que ver con la pugna tecnológica entre los Estados Unidos y China que con la amenaza real del coronavirus ha sido un argumento aparecido a posteriori y no formaba parte de las alertas de los meses previos al frustrado evento. Necesitamos articular conocimiento en este ámbito y su conexión con los centros de decisión. Lejos quedan los tiempos en los que la Generalitat disponía de un consejo de prospectiva, o el sueño no cumplido del presidente Maragall de tener una “sala de mapas” en Santiago. En este terreno, todavía estamos muy lejos de Francia o incluso del País Vasco y esto representa una desventaja en términos de vulnerabilidad.
En segundo lugar, hay que disponer de mayor capacidad resiliente, otra expresión de moda que significa recuperarse de las crisis sin alteraciones significativas respecto al estado previo al bache. Mejorarla exige que todo sector, infraestructura o evento clave para la sociedad cuente con un “plan B” por si algo gordo falla. En el caso del MWC, no sólo no existía este plan alternativo de antemano sino que sorprendentemente su máximo responsable manifestaba en todas las entrevistas desconocer incluso el alcance de su seguro. Reconozco que si la planificación no es muy popular, planteó la necesidad de hacerla por partida doble lo será aún menos, pero la realidad es terca y parece que el clima, los intereses de la economía global o las pugnas domésticas han conjurado para no dejarnos muchas alternativas al respecto.
Finalmente, pero indudablemente, lo más importante, la ansiada resiliencia se construye sobre una red fuerte de interrelaciones en el territorio y reduciendo la dependencia de elementos externos. Y aquí tenemos un problema de modelo y de auto. Creer que nuestro sector farmacéutico puede salir adelante con éxito sin la agencia del medicamento; el de la tecnología digital y móvil, sin el MWC; y que debería poder hacer el conjunto del país sin unos nuevos Juegos Olímpicos. Todo ello depende de nuestra actitud como sociedad cohesionada y solidaria. Creer que todo lo que es importante para nuestra economía no pasa, ni debe pasar necesariamente, dentro del perímetro de las rondas o, aún más, sobre la trama ortogonal de Cerdà también depende mucho de cómo queramos entender nuestro desarrollo futuro.
La clave, como se está demostrando estos días, se encuentra en la capacidad de organización de los actores locales, y en la colaboración entre administraciones y de éstas con las empresas, pequeñas y grandes, y la ciudadanía. Y para darle la máxima potencia a esta capacidad, necesitamos un propósito común, compartido. Y también tenemos que entender que el territorio aún conserva una cierta policentraldad, esencial para fortalecer cualquier red de actores, y que es un valor que no podemos permitir que se desvanezca por el hecho de ir convirtiendo la ciudad de Barcelona en un agujero negro que se traga el grueso de la actividad económica y de las energías colectivas.
En definitiva, la crisis de la cancelación del Mobile seguramente se superará con nota en cuanto a la respuesta a corto plazo. Pero, si seguimos confiando exclusivamente en nuestra proverbial capacidad de improvisación y no se reflexiona y no se actúa para dotarnos de instrumentos como los mencionados que nos permitan anticiparnos a futuros contratiempos ya hacer partícipe, en las cargas y los beneficios, al conjunto del territorio, podemos encontrarnos en situaciones límite sin haberlas visto venir.
¿Por qué, por ejemplo, hemos cambiado algo en nuestro modelo alimentario después de la alarma que se encendió cuando los cortes de autopistas en La Jonquera comprometieron el abastecimiento del principal mercado proveedor de alimentos de los más de tres millones de habitantes del área metropolitana de Barcelona? Si la respuesta es no, se nos gira mucho trabajo como sociedad.
Oriol Estela es Coordinador General del Pla Estratègic Metropolità de Barcelona


