La maquinaria electoral comienza a rodar en Catalunya, aunque todavía no sepamos qué día se acabarán celebrando los comicios. Lo único que sabemos es que de nuevo se hará honor a lo que ya es un clásico electoral en Catalunya: el adelanto electoral. En un lapso de diez años habremos celebrado hasta cinco convocatorias en el Parlament, una cada dos años, la mitad de lo que debería durar una legislatura “normal”, estatutariamente hablando.

El resultado final de estas elecciones, como las de 2017, 2015 y 2012, dependerá de dos espacios distantes, dos burbujas impermeables la una de la otra pero a la vez íntimamente conectadas. El tema de las elecciones será uno solo, pero sus efectos se distribuirán en dos espacios diferentes, antitéticos, que se dan la espalda desde que el escenario político catalán se escindió: los partidarios y los contrarios de la independencia.

Los datos del último barómetro del CEO detectan claramente estos dos espacios donde se disputan los votos que aún no se han definido, los indecisos (las redondas grises en el gráfico). Dos grupos de magnitudes similares, según el sondeo de Gesop para El Periódico. En el espacio independentista, hasta cuatrocientos mil votos para decidir, suministrados casi a partes iguales por JxCat y ERC. Al otro lado de la gran zanja, un número similar de votos a ganar, en este caso todos provenientes del resultado extraordinario de Cs hace tres años.

Dos sacos de votantes suficientemente grandes para no dar nada por decidido estas alturas, aunque los independentistas salen con ventaja. Los incentivos a la participación son diferentes para unos y para los otros, por lo que todo hace sospechar que los indecisos independentistas acabarán acudiendo a las urnas. No está nada claro qué harán los demás, una parte importante de los que tradicionalmente no participaba en la elección del Parlamento.

Los partidos ya están extendiendo las vías por las que transitará la locomotora electoral. Y esta locomotora tiene un gran cartel pintado de vivos colores donde se lee una sola palabra: TRIPARTIT. Esta campaña irá de eso, de la posibilidad de reedición del infausto (así ha quedado fijado en la memoria de la mayoría) acuerdo de izquierdas entre ERC, PSC e ICV. La sombra del tripartit planeará sobre la elección como el fantasma que recorría Europa amedrentado los burgueses y la gente de bien a finales del XIX.

En el campo independentista, la disputa a muerte entre JxCat y ERC (un nuevo episodio de una saga las raíces se hunden hasta el 2003) se decidirá en función de cuál de las dos fuerzas es capaz de convencer a la mayoría de los cuatrocientos mil indecisos que pululan entre uno y otro (y el tercero en discordia, la CUP).

La línea de JxCat ha quedado clara desde el minuto cero: atención con ERC, que podría tener tentaciones de hacer un nuevo tripartit. La palabra enciende las alarmas entre el votante exconvergente y hace levantar una ceja de desconfianza a más de un votante republicano. De ahí la reacción de Junqueras y Rovira, las esencias republicanas, los líderes inmaculados (no como Aragonés …): nunca haremos un gobierno con los socialistas. Un mensaje dirigido directamente a aquellos de sus que pueden ser sensibles a la sospecha que lanza JxCat, sobre todo en la frontera con una CUP reviscolada, con capacidad de morder al espacio ERC, como ya se vio en las últimas generales.

Tripartit como sinónimo de traición. Ni que decir la palabra. Sólo mencionar el tripartit y buena parte del votante independentista reacciona. Unos porque los enciende aquella luz de alarma que les plantó la campaña de David Madí hace catorce años, los otros porque recuerdan el batacazo de Puigcercós en 2010 (once escaños perdidos, la mitad de los que había conseguido Carod cuatro años antes).

La denuncia del tripartito es una bandera para los postconvergentes y provoca temblor de piernas a los republicanos. Unos harán una campaña a la ofensiva, mientras que los demás tendrán que defenderse, de justificarse, de parecer más fuertes, más duros, menos dudosos, menos “pragmáticos”. Se vislumbra estruendo en el Congreso, trabillas de JxCat y cupaires en los ayuntamientos y pressing ERC en medios y redes.

La ecuación que se planteará a los que todavía no se han decidido, de tan sencilla, parece mentira: si votas JxCat o la CUP aseguras un gobierno independentista; si votas ERC, no. Jaque.

El argumento tiene la ventaja, además, que será replicado en el otro lado de la zanja, con el PSC como principal sospechoso de traición. Aquí se tomará Cs para no perder todos los votos conseguidos en 2017 (aquí y en la fantasmagórica Cataluña Suma, un artefacto pensado solamente para camuflar la gran batacazo de los naranja). La campaña de JxCat encontrará su eco en el otro extremo del arco político, como ha sucedido desde que alguien decidió que la polarización le rendía electoralmente. Vasos comunicantes.

La sombra del tripartito también será utilizada para Cs, PP y Vox en la arena española. Si ERC traiciona el mandato democrático del 1-O, el PSC se entrega a los golpistas que quisieron destruir España (y que siguen diciendo que lo volverán a hacer). La jugada funciona de perlas en el Congreso. Dispares contra Iceta y hieres Sánchez, mientras los barones socialistas se revuelven, incómodas. Jaque.

Diez años después de muerto, el tripartit resucita como espantajo eficaz para unos y otros, lo que demuestra que la estrategia de destrucción de la alianza de izquierdas por parte de la vieja CiU fue un éxito redondo. Veremos cómo les sale ahora. El objetivo de JxCat es sencillo y admite fases. En el límite, repetir el resultado de 2017; si no se puede, al menos reducir la ventaja de ERC de tal manera que le sea imposible cambiar de aliados; o como mínimo, obligarlos a jurar bajo el pino de las tres ramas que no pactarán con el PSC, sea cual sea el resultado. Si todo esto falla, siempre queda la opción de apretar tanto ERC que haga caer los presupuestos generales del Estado y que se hayan de remover de nuevo todas las cartas. Jaque mate?

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