Salíamos un grupo de amigos del museo de Vil·la Joana, la casa donde murió mosén Cinto Verdaguer, junto a Vallvidrera, cuando uno de ellos, independentista de soca-rel, nos resumió las declaraciones que Jordi Sánchez hizo la noche antes en TV-3. Explicó lo mal le hicieron pasar los funcionarios de la prisión de Soto del Real al presidente del ANC y el amigo concluyó: “Si nunca Catalunya es independiente y tiene un Estado propio, éste no será tan corrupto como el español”.

Los otros tres que le escuchábamos, uno de ellos ex-CDR, el escuchamos con idéntica cara de escepticismo una afirmación que mezclaba al mismo tiempo cierta ingenuidad y complacencia. Incluso un cierto injerto de este microsupremacismo que se ha ido extendiendo en los últimos años entre algunos círculos nacionalistas cuando añadió: “Nosotros lo haremos mejor que ellos”. Una convicción común a muchos secesionistas.

Los cuatro amigos fuimos a votar el 1-O del 2017. Y los cuatro, como la gran mayoría de los catalanes, hemos comprobado la derrota política y la desconfianza y decepción social generada por la enorme mediocridad y poca altura de – también- la inmensa mayoría de los actuales dirigentes políticos catalanes, sin distinción de colores ni siglas. La gran suerte es que la economía ha resistido la incompetencia de los políticos; ha funcionado como si viviera en un mundo aparte.

Pocos días después de este encuentro de amigos, y pocas horas antes de que se celebrara por fin el primer encuentro de la mesa negociadora hispano-catalana en el palacio de la Moncloa, hojeé por casualidad el libro Quina mena de gent som, del periodista Agustí Calvet, más conocido como Gaziel (Sant Feliu de Guíxols, 1887 – Barcelona, ​​1964). Director de La Vanguardia desde 1933 hasta la Guerra Civil, Gaziel es uno de los mejores analistas del hundimiento catalán durante la contienda del 1936-39 y la posguerra. Desde 1939 su obsesión fue confeccionar “un breviario ideológico y práctico, que siempre pudiera servir de norma y guía para las futuras generaciones de catalanes”.

Y el libro que tuve en las manos mientras se encontraban Pedro Sánchez y Quim Torra, a pesar de haber sido escrito en los años cuarenta, parecía dedicado a estos dos políticos y a todos los dirigentes de un lado y otro que no han sabido conducir los destinos de las respectivas comunidades ni servirlas con vocación de estadista. En lugar de ello, se han servido de las respectivas administraciones bajo su responsabilidad para acumular poder e impedir que sus competidores pudieran conseguir más.

El fragmento que leeréis a continuación me pareció destinado a que lo viera Carles Puigdemont, que no nació muy lejos de donde lo hizo Gaziel. Fue escrito durante la segunda guerra mundial, pero parece dedicado a, entre otros, el eurodiputado de Waterloo: “Si nuestro caso tiene solución -hipótesis que no ha sido demostrada–, no la encontraremos haciendo el gallito, sino mediante unas virtudes que no sirven para hacer los gigantes: fe, humildad, sacrificio, lucidez, esfuerzo silencioso, continuidad y una infinita paciencia”.

Cuando Quim Torra ha vivido estos días la duda de elegir entre el “apreteu, apreteu-nos” o saludar con cordialidad y simpatía a los ministros de Sánchez en el salón Tàpies del palacio de la Moncloa, hubiera hecho bien en recordar – él, tan nostálgico que es de los años treinta y cuarenta– lo que opinaba Gaziel: “Mientras el pleito entre castellanos y catalanes se continúe planteando en términos nacionalistas, los acontecimientos se descontrolaran de la forma que la experiencia muestra: en épocas de guerra, Castilla siempre derrotará Catalunya, y en las de paz Catalunya subsistirá creando riqueza”.

El Guadiana Democrático y la política del ‘ull viu’

Los CDR, la misma CUP y el Tsunami Democrático (que quizás debería pasarse decir Guadiana Democrático por sus espectaculares e incomprensibles desapariciones) deberían leer esta reflexión de Gaziel, que conoció y sufrió los efectos de las grandes gestas revolucionarias: “Es gratuito suponer que la política de los catalanes pueda ser nunca una política de violencia. Lo cierto es que siempre que la hemos querido practicar hemos perdido bous i esquelles. La única política que nos sería viable colectivamente es la misma que la gran mayoría de nosotros ejerce, con tanto éxito, en el asuntos privados y comerciales: la política del ull viu, del tira i afloja, del que vende y compra. Nada de fuerza: astucia pura”.

Cuando Agustín Calvet escribió esto, Jordi Pujol iniciaba la adolescencia. Hay que reconocer que él aplicó esta astucia durante 23 años con no poco éxito. Pero no le llamaba política del ull viu, sino política del pájaro en mano. Mientras que la oposición de izquierdas no la calificaba de jugar al tira y afloja, sino de jugar a la puta y la Ramoneta. Mera cuestión de matices, aunque dicen que la finezza política está justamente en los matices.

Gaziel no conoció los gobiernos de Pujol y de Maragall. Si los hubiera conocido seguro les hubiera excluido de la siguiente aseveración: “Desgraciadamente, los mismos catalanes, tan finos en todo tipo de mercados, en el mercado de la cosa pública somos de un infantilismo, de un embobamiento y de una ineficacia imponentes”. Otros defectos sí tuvieron, pero infantiles, embobadas e ineficaces no lo fueron las estrategias políticas de uno y otro.

Y, por último, todos los que escriben a sueldo de unos y otros, que cobran para luchar desde las trincheras y han convertido el ya bastante desprestigiado periodismo político en un mercat de Calaf radiotelevisado, en el que el género que se vende huele días y sólo es comprado por los que se han convertido en adictos del Procés o del antiindependentismo, también les puede convenir repasar lo que decía Gaziel y que se puede aplicar hoy sobre lo que publican o retransmiten: “el día que los nacionalismos estén arrinconados y superados, como lo es siempre toda pura forma accidental o dialéctica, la mayor parte de las historias escritas nuestros días no las podrá leer nadie. Y si las hojea se aburrirá terriblemente o sonreirá con indulgencia: lo mismo que hacemos nosotros hoy, cuando pasamos los ojos para las historias clásicas, griegas y romanas o por las medievales y nos parecen tan ingenuas porque dan crédito a leyendas mitológicas, narraciones fantásticas y creencias absurdas”.

Es admirable que las reflexiones de un periodista lúcido y honrado como Gaziel continúen vigentes casi un siglo después de ser escritas. Pero mayor que la admiración es la tristeza que produce comprobar que tantos años después sigan iguales los problemas, los defectos y las incomprensiones que alejaban España y Catalunya y que los líderes actuales no parezcan estar destinados a conducir el conflicto mejor que los de antes y que, en consecuencia, la crisis tienda a la perpetuación.

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