Este 8 de marzo volvemos a las calles y volvemos a la huelga de cuidados, porque desde los feminismos y nuestra diversidad priorizamos la sostenibilidad y reproducción de la vida de una forma anticapitalista, antipatriarcal, antirracista y anticolonial. Así pues, un año más, este 8 de marzo, nos volvemos a preguntar si hemos avanzado un poco, mucho o muchísimo a lo largo del camino para la emancipación y la igualdad de género. Y una vez más miramos atrás y vemos que, a pesar de no haber parado de reivindicar, de visibilizar y de intentar concienciar para sumar más personas a los movimientos feministas más transformadores, todavía hay mucho trabajo por hacer.

De cuidados, capitalismo y feminismos

Desde las economías feministas, cooperativistas, académicas y activistas hemos hecho análisis, propuestas y, sobre todo, hemos participado más que nunca de las luchas contra la explotación laboral que lideran las compañeras que trabajan en las tareas reproductivas remuneradas. Este movimiento está protagonizado por mujeres que se dedican a las tareas del hogar, migradas la mayoría, que, organizadas desde asociaciones, cooperativas y nuevas formas de sindicalismo transformador, están ensanchando la base, ganando visibilidad y cogiendo impulso. Se están haciendo fuertes juntas para luchar por unas condiciones laborales dignas, pero también para denunciar la organización actual de los cuidados, profundamente sexista, clasista, racista y colonial.

En definitiva, piden revalorizar la esfera reproductiva que hace posible la productiva. En este sentido, encontramos trabajos como el documental “Cuidar entre terres” de La Directa y Cooperacció, la campaña #dretsreralaporta de Almena Cooperativa Feminista y el estudio “Al otro lado del cuidado” de Mujeres Migrantes Diversas, que comparten una clara línea discursiva: las relaciones económicas y las patriarcales están tan entrelazadas que no podemos luchar sólo contra unas o las otras, sino que hay que enfrentarse a ellas a la vez.

El frente de los cuidados no remunerados también ha contado en los últimos meses con un argumentario de primera para denunciar que las mujeres siguen manteniendo el sistema capitalista haciendo el trabajo invisibilizado que sustenta la vida productiva de la sociedad. Hace pocos días, Oxfam-Intermón hacía público un estudio según el cual “las mujeres y chicas dedican 12.500 millones de horas diarias a este tipo de trabajo. Este tiempo supone una contribución a la economía mundial de al menos 10,8 billones de dólares anuales, una cifra que triplica el tamaño de la industria mundial de la tecnología.”

De cambio climático, capitalismo y feminismos

Los movimientos de las economías feministas también nos hemos focalizado últimamente en la evidencia de los efectos del cambio climático. Con las inundaciones y olas de calor, se ha visto que la crisis climática no es un fenómeno de un futuro lejano, sino del presente más inmediato. Las consecuencias del cambio las padecemos partes, pero no todo el mundo las sufre por igual: de los 26 millones de personas migrantes por razones climáticas, 20 millones son mujeres y, del total de personas muertas por la ola de calor en Francia en 2003, el 65% eran mujeres. Además, los fenómenos ambientales extremos (sequías, inundaciones, huracanes, etc.) dificultan mucho el acceso a recursos naturales como el agua, indispensable para el sostenimiento de la vida y responsabilidad cae mayoritariamente sobre las mujeres.

Así, si el modelo androcéntrico extractivista, basado en formas de dominación capitalistas y coloniales, es el principal causante del cambio climático, también es generador de mayor vulnerabilidad e injusticia para las mujeres. Como dice y repite la Yayo Herrero, el capitalismo es un sistema ecocida – porque destruye la naturaleza para crecer – y patriarcal – porque explota el trabajo humano, especialmente el de las mujeres-.

De economía social y solidaria, capitalismo y feminismos

La actividad de las economías feministas también ha sido inevitablemente impulsando avances en terreno amigo, el de la economía social y solidaria (ESS), con quien comparte valores y mantiene un debate constante con una clara voluntad de transformación social. Desgraciadamente, las entidades de la ESS no siempre se escapan del sistema heteropatriarcal que nos rodea y de las prácticas que contribuyen a la desigualdad de género.

Por ello, y como decía la Marian Reyes en una charla reciente de la Confluencia del Foro Social Mundial de las Economías Transformadores (FSMET), “hemos sido vertidas crear estrategias para hacer que nuestras entidades y empresas sean feministas. Como? Eliminando todas las desigualdades de género presentes en las organizaciones, ya sea en nuestras estructuras, flujos de trabajo, procesos de toma de decisión, estrategias y culturas”.

Desde la comisión de Economías Feministas de la Xarxa d’Economia Solidària de Catalunya (XES), y desde muchas otras entidades feministas de la XES, estamos trabajando para crear e incorporar formas y mecanismos que favorezcan la transición feminista en nuestras organizaciones a todos los niveles (gobernanza, relaciones, espacios, etc.).

A modo de ejemplo, la cooperativa La Ciutat Invisible declara que “aspiramos al contagio feminista de la economía cooperativa como forma de poner la vida en el centro y construir referentes de vidas vivibles”, y lo intenta poner en práctica con una organización que tiene en cuenta las situaciones personales de cada miembro, desplegando y experimentando medidas en relación con las dedicaciones, permisos e incluso, salariales, para atender la diversidad de necesidades desde el principio de equidad.

Integrar la perspectiva feminista y aumentar el número de mujeres en aquellas esferas donde todavía están infrarrepresentadas, es transitar un camino que no está exento de resistencias y obstáculos, para que cuando se tocan privilegios y modos de trabajar patriarcales, se toca hueso. Transformar convierte pues, en todos los campos, una lucha imprescindible contra el capitalismo heteropatriarcal de raíz, para que dentro del capitalismo no podremos nunca alcanzar unas vidas vivibles y dignas de ser vividas.

Marina Reig es miembro de la comisión de Economías Feministas de la XES. Este artículo está escrito en nombre de la comisión.

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