La avalancha de datos con la que los medios de comunicación y las redes sociales nos están inundando es la máxima responsable del miedo que ha invadido las capas de la población más privilegiadas de los países más ricos. Una generación de datos que aturde más que aclara, ya que, como por otra parte es lógico, la incertidumbre sobre el coronavirus SARS-Cov2 es, todavía, bastante elevada.
Un miedo que está generando una serie de reacciones muy poco pertinentes. Por un lado porque no son eficaces para el control de su difusión, pero sobre todo porque son mucho más perjudiciales que la infección misma. Los medios de comunicación transmiten datos y mensajes y las autoridades sanitarias, además, toman decisiones. Tanto en un caso como el otro la responsabilidad social es muy alta y pueden hacer inclinar la balanza de las reacciones de la gente desde el miedo justificable a lo desconocido hacia la alarma y el pánico, sentimientos y percepciones que lesionan gravemente la capacidad de las personas y grupos para tomar decisiones racionales, ordenadas y positivas.
Obviamente, la preocupación social implica un estímulo para las empresas periodísticas que insisten en proporcionarnos multitud de datos, muchas de ellas anecdóticas, y algunas incluso sospechosas de violar la privacidad de algunas personas. Esto es también motivo de alerta para las autoridades sanitarias que se sienten en la obligación de tranquilizar al público, por lo que anuncian medidas como más contundentes mejor, aunque a veces sea imposible garantizar su desarrollo.
Actitudes ambas comprensibles desde la demanda y la presión de la opinión pública, lo que se convierte en una fase más del diabólico círculo vicioso que cada vez costará más romper. Aunque afortunadamente todas las epidemias acaban cuando la población susceptible a la infección se reduce bastante.
Pero aunque sean comprensibles estas actitudes, no son las adecuadas para enfrentarnos con este tipo de problemas sanitarios que requieren respuestas lo más prudentes – que no pusil·lànimes- y sensatas posible. Aquellas que son consecuencia de un análisis ponderado de las ventajas y los inconvenientes de las decisiones que se tomen. Y para ello es imprescindible un mínimo de serenidad. Serenidad que exige coraje de los responsables de las instituciones más determinantes para la percepción social actual: los medios de comunicación y las autoridades sanitarias.
La toma de decisiones de las autoridades sanitarias debe fundamentarse no sólo en los datos pasados y presentes; también es necesario que se haga con una visión de futuro de la evolución del problema lo más claro posible, para evitar tener que rectificar las medidas a corto plazo, añadiendo al miedo el desconcierto de la población. Un ejemplo paradigmático de esta situación la tenemos en el cambio de criterio de las autoridades sanitarias en relación con la necesidad de ingresar en hospitales de referencia a todas las personas infectadas por el COVID19 preconizada inicialmente y que se ha cambiado de forma radical tras pocos días, limitando el consejo de ingreso, como en cualquier otra enfermedad, los casos de mayor gravedad, ya que se corría el riesgo de generar más ineficiencia en el proceso de atención y un más que posible colapso hospitalario si, como parece previsible, la incidencia de la enfermedad continúa creciendo.
Los científicos y los profesionales de la sanidad podemos y debemos aportar nuestros conocimientos, que se deben tener en cuenta, pero que no pueden sustituir a las deliberaciones políticas ni ignorar las exigencias de la ética de la responsabilidad. Entre otras razones, porque la búsqueda de explicaciones sobre los interrogantes que plantea la epidemia es un proceso dinámico y abierto, que requiere réplicas y contrastaciones que consumen mucho tiempo.
Mientras, procuremos no empeorar la situación y asumamos los riesgos, que aparentemente no parecen tan graves, sin aspavientos ni extravagancias.



1 comentari
Excelente aporte, para este acontecer mundial.
Más lo más importante es reconocer que Dios tiene un PLAN perfecto de SALVACIÓN. El tiempo es ahora, antes que sea demasiado tarde.