El domingo se anunciaba que el estado de alarma se alargaría quince días más. No sabemos si después de estos quince días alargará quince más. No sabemos qué pasará porque nunca hemos estado en una situación similar. La aparición del Coronavirus nos hace pensar sobre muchas cosas que antes dábamos por supuestas. Pensamos y programamos nuestras vidas en base a unas seguridades y, partiendo de éstas, intentamos proyectarnos en el futuro. Pero la emergencia de este nuevo virus lo trastoca todo. Y el futuro, de repente, se desdibuja.

En la aparición del Covid-19 resuena el fenómeno tratado por el filósofo Slavoj Zizek y que da nombre al libro Acontecimiento (Ed. Sexto Piso). Según el filósofo esloveno, el acontecimiento representaría la aparición traumática de un fenómeno absolutamente nuevo: lo que pasa sin previo aviso y que proviene de un no-lugar, porque, sencillamente, no existía antes de estar presente. El evento llega y, con su aparición, altera completamente la realidad que dábamos por supuesta.

No se me ocurre ningún mejor ejemplo de acontecimiento que la aparición del Coronavirus. No es posible trazar la historia del acontecimiento; no proviene de ninguna acumulación cíclica del capital, ni se esconde detrás de ningún conflicto étnico ni racial. No obedece a razones psicológicas ni de identidad. Tampoco es un producto de guerra bacteriológica elaborada en un secreto laboratorio americano, por mucho que esta hipótesis haga las delicias de los más conspiranoicos.

El Coronavirus no proviene de ninguna acumulación cíclica del capital, ni se esconde detrás de ningún conflicto étnico ni racial. No obedece a razones psicológicas ni de identidad

Pero hasta aquí llega la naturaleza del acontecimiento. Una vez ya se ha desplegado, empieza la política, y es aquí donde podemos intervenir. Que el Covid-19 afecta de manera transversal a todas las personas es una verdad científica; pero que, debido al modelo de sociedad que hemos construido, haya gente que sufra sus efectos de manera distinguida es otra bien distinta. Porque hay quien ya se está beneficiando del acontecimiento del Covid-19 de la misma manera que había gente que empezó a beneficiarse del derrumbe de Lehhman Brothers segundos después de que sucediera. Sólo hay que ver el vídeo que el especulador de bolsa Joseph Ajram colgó en su Instagram en el que, con una sonrisa de oreja a oreja, explicaba que el momento actual de alta volatilidad de los mercados representa el sueño de todo inversor.

Las personas sin hogar son más vulnerables al coronavirus, pero esto no es culpa del virus sino de un sistema que no puede garantizar la vivienda digna para todos. Que las mujeres que sufren malos tratos no tengan un lugar donde curarse mientras dura la cuarentena es un problema político, una incapacidad manifiesta de proteger aquellas personas más vulnerables; un fracaso como sociedad. Que los colectivos de personas racializadas que se dedican a la venta ambulante tengan hoy incluso menos garantías sobre el trato de su integridad física tampoco es culpa del coronavirus, sino de un sistema policial y un ordenamiento jurídico que se ceba con quien menos tiene y privilegia a quien más tiene. Hemos construido un sistema profundamente injusto, y eso es cosa nuestra.

Las personas sin hogar son más vulnerables al coronavirus, por culpa de un sistema que no puede garantizar la vivienda digna. Que las mujeres que sufren malos tratos no tengan un lugar donde curarse es un problema político. Un fracaso como sociedad

Y no se trata de pura retórica: según técnicos de Hacienda, se estima que la evasión fiscal de las grandes fortunas en España es equivalente al 12% del PIB anual, es decir, de unos 140.000 millones de euros. Algunos de estos paraísos son legales y se encuentran en nuestra “Europa de las libertades”. ¿Cuántas mascarillas se podrían haber obtenido? ¿Cuántos tests de detección se podrían haber comprado con ese dinero? Todos y más, seguramente.

Sin rodeos: el coronavirus provoca y provocará muchas muertes, pero la gestión neoliberal de la política genera y generará más. Que España disponga de 2,4 camas para pacientes agudos por cada mil habitantes, mientras que la cifra en Alemania sea de 6 camas por cada mil habitantes, (evitando así la saturación y salvando vidas de gente que aquí no se podrán salvar), no es culpa del coronavirus, sino de la gestión neoliberal de la política.

Hoy, más que nunca, resuenan con fuerza los recortes en salud de los últimos años en Catalunya y Madrid, dos de las comunidades más afectadas. Nos veremos abocados a sacrificar a nuestros abuelos y nuestras abuelas, y gran parte de culpa la tendremos nosotros, no el Covid-19.

Esta crisis nos debe obligar a replantearnos la manera cómo afrontaremos el mundo post-acontecimiento. Hay muchas fórmulas pero sólo una solución: fortalecer los servicios públicos esenciales -salud, educación, vivienda, energía- y terminar con una distribución de los recursos que sólo hace que incrementar las desigualdades sociales. En el horizonte se empieza a dibujar una salida que puede llevarnos hacia este objetivo: una renta básica y universal que nos garantice que, si el mundo es interrumpido por otro acontecimiento, podamos disfrutar de la seguridad de que el día mañana no tendremos que vivir con la incertidumbre que vivimos hoy.

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