China sacó pecho el pasado 10 de marzo, cuando su presidente, Xi Jinping viajó a la ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei y epicentro del brote epidémico de coronavirus Covid-19. Una visita que se interpretó como un aviso de que pronto se podría cantar victoria sobre esta epidemia. “La batalla continua, pero la victoria está cerca”, dijo ese día el presidente del gigante asiático. Y las estadísticas oficiales parecen darle la razón.
El 19 de marzo, las autoridades chinas anunciaron que no se había registrado ningún caso nuevo de coronavirus en su país por primera vez desde el estallido de la epidemia en Wuhan, en el mes de enero. Una notificación que sugiere que las autoridades sanitarias del gigante asiático habrían logrado dominar la epidemia. Un control que, a 20 de marzo, había dejado en China 3.248 fallecidos y 80.967 contagiados, de los que 71.150ya se han recuperado.
Es a raíz de estos resultados que el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el etíope, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha elogiado en más de una ocasión las iniciativas adoptadas por Pekín a la hora de afrontar el brote epidémico del coronavirus Covid-19 y no ha dudado en considerar que han marcado el camino a seguir a otros países acerca de cómo afrontar esta epidemia.
Unas recomendaciones que han sido seguidas por la mayoría de países europeos, como España, Italia y Francia, entre otros, que han apostado por el método chino en lugar de las estrategias seguidas por Corea del Sur, Singapur, Taiwan u Hong Kong, qué sin aplicar medidas tan draconianas, como paralizar el país y confinar a millones de personas en sus casas, están controlando con éxito la epidemia. Un éxito que se fundamenta en una gestión transparente y eficaz de la lucha contra la epidemia, así como un control exhaustivo de la población para descubrir nuevos casos y atajar la propagación del Covid-19.
La diferencia entre la fórmula adoptada por estos países y enclaves y China se halla, sin duda, en la velocidad de reacción al conocerse el brote epidémico. Tanto en Seúl, como en Singapur, Taipei y Hong Kong, sus autoridades no vacilaron en adoptar medidas inmediatas en cuanto el gigante asiático informó a la OMS de varios casos de una neumonía desconocía en Wuhan el 31 de diciembre.
En China, en cambio, el régimen autoritario del Partido Comunista intentó ocultar al principio la epidemia, silenciando a los médicos que alertaban de ella, como fue el caso del difunto doctor Li Wenliang o la doctora Ai Fen. Pekín tardó un mes en reaccionar, en parte debido a que los responsables provinciales de Hubei minimizaron la gravedad del brote epidémico. Un retraso que hizo que entre el 22 de enero y el 22 de febrero, el número de contagiados pasara de 548 a 77.000 y la cifra de fallecidos se elevara de 17 a 2.443.
“Guerra médica total”
A partir de ese momento, las autoridades chinas declararon una “guerra médica” total contra el coronavirus. Una iniciativa que les impulsó a adoptar medidas draconianas con tal de atajar la epidemia. La primera decisión contundente que adoptó el gobierno del país asiático fue en vísperas del Año Nuevo Lunar, un periodo festivo en el que los chinos se reúnen en familia y el país registra un total de 3.000 millones de viajes. Este día, el 23 de enero, decidió poner en cuarentena a la ciudad de Wuhan, epicentro de la epidemia, con sus 11 millones de habitantes, para lo cual cerró aeropuertos, estaciones de trenes y carreteras. A partir de esa fecha nadie pudo abandonar la ciudad.
Unos pocos días después y a la vista que la epidemia seguía expandiéndose, las autoridades cerraron las urbes que rodeaban Wuhan y, finalmente, decretaron el aislamiento de toda la provincia de Hubei. Una decisión que llevó a confinar a un total de 60 millones de personas en sus casas, el cierre de todas las empresas y los comercios que no fueran esenciales, así como de la totalidad del transporte público. Una iniciativa que luego se aplicó a otras ciudades, incluidas Pekín y Shanghai, que con sus casi 22 y 26 millones de habitantes se convirtieron prácticamente en ciudades fantasmas.
En esta lucha sin cuartel, las autoridades todavía fueron más lejos en su batalla contra el Covid-19. El uso de la mascarilla se convirtió en una obligación para salir a la calle. En la entrada de los edificios, públicos y privados, se instalaron controles de temperatura con el fin de aislar a todo aquel que tuviera fiebre -uno de los síntomas de la enfermedad- y se vetó la entrada a todo aquel que no viviera en ellos. Las visitas a familiares y amigos se prohibieron. Las zonas comunes de los inmuebles se desinfectaban cada día con alcohol y lejía y el cuadro de mandos de los ascensores se recubrieron con una fina capa de plástico que se cambiaba en cuestión de horas todos los días, según explicaron en su momento algunos residentes en la capital china.
Alimentos a domicilio
A medida que pasaban los días, las autoridades chinas no vacilaron en pedir más sacrificios a la población, especialmente a la de Hubei, con tal de controlar el brote epidémico. A las familias se les ordenó, en un primer momento, que sólo una persona de su entorno podría salir a comprar alimentos o artículos de primera necesidad cada 2 0 3 días. Después, el confinamiento se endureció aún más en determinados barrios de Wuhan o de otras ciudades de la provincia de Hubei donde más proliferaba el coronavirus y se les prohibió salir de sus casas, con los que el aprovisionamiento pasó a realizarse a domicilio. A partir de ese momento, mucha gente echó mano de las compras por internet y a través de Alibaba(el Amazon chino) y WeChat (el WhatsApp local), que eran transportadas por una extensa red de millones de mensajeros.
En esta contienda, las nuevas tecnologías también jugaron un papel primordial a la hora de paliar los efectos de esta epidemia. No sólo conectaron a familiares y amigos separados por el confinamiento, sino que también han servido para detectar el estado de salud de la población. Las aplicaciones en los móviles con códigos QR se utilizaron, por ejemplo, a modo de semáforos que permitían o prohibían a la gente salir a la calle, al guardar información en las bases de datos gubernativos de los individuos. Así, si al activar la aplicación salía el color verde, es que el propietario no había estado en ninguna zona de riesgo y podía desplazarse sin problemas. La aparición del color ámbar significaba que aquel usuario se había movido de su domicilio, pero no había estado en regiones afectadas. Y si se encendía el color rojo indicaba al dueño de aquel móvil que debía permanecer en cuarentena 14 días.
La tecnología también ha sido de gran ayuda para escuelas y universidades, que han habilitado clases online para evitar que los alumnos perdieran el curso. Según la prensa local, alrededor de 300 millones de estudiantes siguen todavía clases a través de la red, ya que los centros docentes aún permanecen cerrados.
Y, asimismo, muchísimas empresas apostaron por el teletrabajo como fórmula más idónea para proseguir la actividad laboral. Una medida que en el caso de muchas industrias no se pudo, sin embargo, llevar a cabo debido a que la mano de obra resultaba imprescindible y numerosos trabajadores no se pudieron reincorporar a sus puestos de trabajo por estar en cuarentena con sus familias, lejos de la fábrica. Una situación que ha provocado numerosos problemas a muchas empresas chinas, que no han podido retomar su actividad normal con los consecuentes retrasos en la cadena de suministros, con sus repercusiones internacionales. No en balde, China es la fábrica del mundo.
Tendencia a la normalidad
Ahora, a finales de marzo, y tras dos meses de duros sacrificios por parte de la población china, la tendencia parece clara y las ciudades del gigante asiático recobran de forma progresiva la normalidad. Las imágenes que transmiten las televisiones locales muestran ya comercios abiertos en las calles de Pekín y de Shanghai, así como un tráfico rodado cada vez más abundante. No obstante, la normalidad aun no es absoluta. Las clases siguen suspendidas, los cines y teatros cerrados y a los restaurantes hay que ir en grupos de tres personas como máximo y guardando las distancias entre las mesas.
A luz de este éxito inicial obtenido por China, muchos países europeos han apostado por seguir su método de cuarentenas masivas y restricciones de movimientos. “Los puntos clave son la prevención temprana, la detección temprana, el diagnóstico temprano, y la cuarentena temprana”, ha señalado el responsable de la lucha contra el coronavirus en China, el doctor Zhong Nanshan, según el diario South China Morning Post de Hong Kong.
No obstante, la fórmula adoptada por China plantea serios interrogantes acerca de la posibilidad de ser exportado a otros países en su totalidad. Un asunto que no es baladí si se tiene en cuenta que el régimen autoritario que rige en el gigante asiático no tiene nada que ver con los sistemas democráticos imperantes en Europa y en otras regiones del planeta. Y tampoco es equiparable la realidad sociocultural occidental con la jerarquizada sociedad china y su predisposición a cumplir con las regulaciones impuestas. Sin embargo, las medidas adoptadas inicialmente por Italia, España y Francia, entre otros países, indican que sus habitantes seguirán los mismos pasos que la población china.
Ayuda a Occidente
Este aparente éxito de China, celebrado con mucha prudencia por sus líderes, que insisten en que la batalla aún no ha terminado y la lucha será larga, ha impulsado sin embargo a Pekín de desarrollar una ofensiva diplomática en toda regla. Una iniciativa con la que pretende cubrir el hueco que en tiempos de catástrofes naturales o emergencias de salud pública solían llevar a cabo los países desarrollados occidentales.
Desde mediados de marzo, China está brindando ayuda humanitaria a los países del resto de mundo afectados por la epidemia del coronavirus. Del sudeste asiático a América del Sur, pasando por Irán, Europa y el continente africano, todo el mundo está recibiendo donaciones del gigante asiático; desde mascarillas a respiradores, pasando por material para tests o guantes, al envío de equipos médicos para ayudar al personal sanitario local.
Una acción que, sin duda, eleva la imagen internacional de China y su presidente, Xi Jinping, especialmente ante una Unión Europea que aparece lenta y dividida a la hora de reaccionar ante la epidemia del coronavirus Covid-19.


