La crisis social y económica que ha desencadenado el coronavirus hace más invisibles a las personas vulnerables. El confinamiento está precarizando sectores laborales que ya eran precarios. El aumento de la vulnerabilidad social está siendo un efecto directo de la pandemia y ya partíamos de los efectos nocivos de la crisis de 2008 y los recortes posteriores, especialmente en políticas sociales. Hemos vivido desahucios de familias enteras y la pérdida de miles de puestos de trabajo.
Mientras el virus se extiende y nos cerramos en casa quedan fuera las personas sin techo. Mientras se pide aplicar medidas protectoras, familias numerosas conviven en pequeños pisos o una sola habitación realquilada y deben convivir sin las mínimas garantías. Encontramos situaciones límite, como la de las mujeres que tienen que convivir con su agresor durante el confinamiento. La emergencia del virus y la velocidad de contagio están haciendo invisibles, una vez más, a las personas en situaciones más vulnerables.
La vivienda y las necesidades básicas de las personas en situación de vulnerabilidad pueden tener diferentes derivadas pero, de forma general, ya se cubren de forma precaria en situación de normalidad, por lo tanto, este confinamiento hace que aún sean más altas las dificultades. Del mismo modo, el ámbito laboral es uno de los que encontramos que las desigualdades y precarización está siendo más injusta.
De forma general, en Catalunya el número de expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE), es de casi 26.300, que afectan a unas 250.000 trabajadoras y trabajadores, lo que afecta el estado emocional de las personas confinadas. Más concretamente, hay que hablar de situaciones de precarización creciente: personas que ya estaban en el paro y tenían candidaturas laborales a punto de resolverse que ven cómo sus posibilidades de volver al mercado laboral se desvanecen.
Se hacen recomendaciones para soportar el cierre tantos días, pero la sobrecarga es mucha. Todas estas situaciones, a nivel emocional y de salud, aumentan la precariedad y la angustia.
Las mujeres asumimos gran parte de esta crisis: el trabajo de cuidados que de forma naturalizada, que no natural, desarrollamos, está ahora en el centro. Los trabajos más precarios, a menudo muy feminizados, están en la primera línea de la gestión de la crisis : trabajadoras de la limpieza, cajeras de supermercados, trabajadoras en residencias de ancianos, sanitarias, trabajadoras en el sector de cuidados internas…
Estamos hablando de personas que están en riesgo permanente de contagio, trabajando bajo mucha presión, asumiendo un papel determinante en la contención emocional de la ciudadanía en la situación de emergencia, a menudo con pocos recursos para hacerle frente y sin posibilidad de dejar el trabajo. Puestos de trabajo que son básicos para mover el mundo, no sólo en esta crisis; trabajos de cuidado no considerados trabajo, invisibles y realizados de forma mayoritaria por mujeres.
Dentro los hogares, como en la crisis de 2008, son sobre todo las mujeres las que asumen la gestión de las emociones de las personas con las que conviven, en apariencia de normalidad
Dentro los hogares, como sucedió en la crisis de 2008, en tiempos de cambio y de incertidumbre, son sobre todo las mujeres las que asumen también la gestión de las emociones de las personas con las que conviven, las que garantizan la continuidad de las clases de hijos e hijas, en apariencia de normalidad. La llamada «doble jornada» está siendo dura en el confinamiento y en las que se ven obligadas a trabajar en el mercado.
Si hablamos de familias monoparentales, básicamente encabezadas por mujeres, la posibilidad de teletrabajo con las criaturas en casa las 24 horas se hace del todo complicada. En la invisible economía informal, feminizada, en poco más de una semana, y de la mano de la reinternalización de los cuidados dentro de los hogares, las trabajadoras del hogar se encuentran sin recursos y sin un horizonte. A todo ello añadimos una brecha salarial que, en Catalunya tiene una media del 23%.
La precariedad estaba antes de la pandemia, el virus ha empeorado la situación y ha encontrado una sociedad con muchas carencias estructurales. El coronavirus ha empeorado lo que ya era muy precario y ha evidenciado aún más las desigualdades y la necesidad de cambios en la gestión política que pongan en el centro a las personas y no a los beneficios económicos, que incorporen verdaderamente una mirada de género, con el fin de enderezar las desigualdades, en lugar de agravarlas. Políticas valientes que sean capaces de afrontar crisis junto a la gente y no del lado de las grandes fortunas.


