Cada día, a las ocho de la tarde, miles y miles de personas salen a balcones de todo el país a aplaudir. A agradecer a profesionales sanitarios su labor ante la pandemia; pero no sólo a ellos. Los aplausos también son para todas aquellas personas que continúan trabajando presencialmente, los trabajadores esenciales. Quienes aplauden tienen en la cabeza, seguramente, a las enfermeras, las reponedores y cajeras de supermercado, las cuidadoras de personas dependientes o las que limpian. Mujeres, todas ellas o, al menos, en su gran mayoría.

Y es que gran parte de los trabajos considerados esenciales por el Gobierno durante el estado de alarma están relacionadas con los cuidados y éstos, con las mujeres. “Es la división sexual del trabajo: las mujeres hemos asumido tradicionalmente dentro del hogar las tareas de cuidado y cuando nos incorporamos al mercado de trabajo, continuamos haciéndolo. Va en la línea de lo que significa ser mujer “, apunta Laura Sales, responsable del área de empoderamiento social de la Fundación Surt.

La pandemia ha puesto contra la espada y la pared sectores esenciales que, a pesar de su imprescindibilidad, están precarizados o han sufrido sistemáticamente recortes. Ahora, con una economía de subsistencia, estos trabajos son más necesarios que nunca y las personas que se dedican a ellos están desbordadas. Por ello hay necesidad de más trabajadores en ciertos ámbitos pero las ofertas que se ofrecen a menudo son “precarias”. Sales afirma que abundan los contratos temporales o de obra y servicio, en condiciones “inaceptables para trabajos de alto riesgo en estos momentos”.

Pero si la retribución y la seguridad es baja, es porque “son las personas más vulnerables las que están dispuestas a ponerse en riesgo ahora mismo”, dice Sales, quien apunta a un perfil “mayoritariamente de mujer, con alta vulnerabilidad”, que hasta ahora ha quedado fuera del mercado. “Parece que hay vidas que valen menos que otras y las que cuentan menos las enviamos los súpers, a cuidar ancianos o limpiar hospitales”, sentencia.

 

Igual de esenciales que los hombres, pero más baratas

Las actividades consideradas esenciales por el Gobierno van mucho más allá de los cuidados, aunque éstas sean las más visibles. La industria alimentaria, farmacéutica o energética, y el transporte de mercancías, así como las personas dedicadas a la seguridad (ya sea privada o pública), también son servicios esenciales. Todos ellos, masculinizados. Así, comparando los datos de empleo de estos sectores, vemos que se roza la paridad: 48,5% de mujeres y 51,5% de hombres. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que estos datos de la Encuesta de Población Activa son previos al coronavirus y no se disgrega cuántas de las personas que se dedican a estos sectores son consideradas trabajadores esenciales.

Cabe también destacar que la poca precisión de los datos esconde realidades a menudo invisibilizadas como las mujeres trabajadoras del hogar. La limpieza se encuentra dentro de una categoría que incluye, entre otros, todos los servicios a edificios, incluidas la jardinería o las reparaciones (Administración y servicios auxiliares). Esto explica que no se encuentre tan feminizada como cabría esperar. Pero los datos cobran más sentido si atendemos a la brecha salarial. Las mujeres en esta categoría (mujeres de la limpieza, principalmente) cobran casi 7.000 euros menos al año que los hombres. Ambos en una categoría que se encuentra bastante por debajo del salario medio español: 23.646 euros al año.

Manteniendo esta cifra, las mujeres trabajadoras esenciales superan en pocos sectores el salario medio. Y en algunos en los que lo logran, lo hacen con una gran brecha salarial, como las finanzas, con una diferencia de 11.500 euros anuales o las tareas sanitarias, con un agravio de 10.300 euros anuales para las mujeres. Si nos fijamos sólo en los sectores que, al principio del texto, hemos identificado como eminentemente feminizados, como el comercio, la limpieza, los cuidados asistenciales o la atención sanitaria, vemos que la diferencia de sueldo entre sexos es abismal.

 

Consecuencias del coronavirus

Este jueves se han conocido las primeras cifras del paro desde que comenzó la pandemia de la Covid-19 en España. Se trata del mayor aumento del desempleo de la historia reciente del país. Los datos muestran un aumento de parados del 13,26% en los hombres. Las mujeres registran la mitad, un 6,5%. Ahora bien, estas cifras, fuera de contexto pueden engañar, ya que hay 1.528.942 hombres en búsqueda de trabajo, mientras que las mujeres suman 2.019.370.

Esta diferencia en el aumento del paro entre sexos podría explicarse teniendo en cuenta diversas variables. Una es que las mujeres ya hacía meses que venían registrando un menor incremento en el desempleo y una mayor creación de empleo que los hombres. La otra variable y, seguramente, la más determinante, es que el gran número de despidos y finalización de contratos se ha dado en los sectores de la construcción, la agricultura y la industria, sectores eminentemente masculinos.

Los sectores masculinizados son los más tocados aparentemente, pero hay que recordar que los datos del paro no contemplan las personas afectadas por ERTE. “Tendremos que ver a quién afectan más las regulaciones temporales”, apunta Laura Sales, quien añade que la destrucción de empleo para las mujeres se ha dado en sectores como la hostelería, el comercio no alimentario o la limpieza. Trabajos muy precarizadas y a menudo poco cualificados. “Cuando valoramos los datos de empleo, hay que tener en cuenta que el hecho de que las mujeres mantengan el trabajo, no quiere decir que tengan cubiertas las necesidades básicas”, apunta.

 

Y es que, tal y como afirma, las estadísticas y los datos “invisibilizan muchas realidades”. Algunas de ellas son las relativas a los trabajos no regulados, como el trabajo sexual o gran parte del trabajo del hogar y los cuidados. “Sectores de la economía invisibles”, como sucede con las 261.000 mujeres trabajadoras del hogar y los cuidados que no están dadas de alta en la Seguridad Social y que, por tanto, no pueden ser beneficiarios de la prestación aprobada esta semana por Gobierno para aquellas que hayan perdido su trabajo.

Además, pues, del trabajo precario y el no regularizado, Laura Sales destaca también los problemas de las tareas de cuidados que, en estos días de confinamiento, “se están internalizando en los hogares”. Habla de las tareas como la educación, la atención a personas dependientes, la limpieza o la gestión emocional. “Son necesidades que el mercado laboral actual no puede cubrir y que recaen sobre las mujeres”. Según un estudio de la Fundación Pere Tarrés, el 80% de cuidadoras no profesionales son mujeres, en su mayoría de entre 45 y 64 años.

Este estudio revela que 8 de cada 10 mujeres “no se siente libre para organizar su vida” y no creen disponer del tiempo libre suficiente para dedicárselo a ellas mismas. Y es que más del 60% se ven como la máxima responsable de la persona dependiente y el 65% considera el cuidado una tarea natural. Sales asegura que esta internalización “recuerda” a lo que pasó en el 2008, pero “aún peor: hoy nos encontramos encerradas en casa y además no contamos con la ayuda de las abuelas, que hace 10 años fueron el sustento de tantas familias” .

Los cuidados, sobre todo en tiempos de pandemia, son indispensables. Al igual que todas las demás tareas que han sido consideradas esenciales. El problema, sin embargo, es que “las trabajadoras esenciales estos días son vistas como heroínas, pero en realidad están infravaloradas social y económicamente”, critica Sales, que apunta que los aplausos de cada día a las ocho de la tarde “están muy bien”, pero hace falta un reconocimiento real. Buenas políticas de empleo, reconocimiento y condiciones laborales para estas mujeres que son vistas como “trabajadoras de reserva”.

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