Estar en contra del sectarismo partidista no significa estar en contra del intercambio de ideas, ni de la enmienda crítica, ni del escrutinio a la acción de un gobierno. Esto significaría estar en contra de elementos que constituyen la democracia en sí, e implicaría adoptar una posición dócil e ignorante ante el poder y de la política institucional. No. Estar en contra del sectarismo partidista significa oponerse al uso de las estrategias comunicativas que simplifican y distorsionan conscientemente la realidad para sacar rédito político y / o económico.

Una práctica tan extendida como corrosiva, tan propia de la era digital y tan común en estos tiempos de crisis que estamos viviendo. Unas estrategias de difamación que se explican sólo bajo la premisa de que a quien emite este mensaje le importa más ver aumentar su proyección electoral que ver disminuir la curva de contagios por Covid-19.

Lo bueno es que estos mensajes y sus voceros son fácilmente reconocibles. Suelen suplir la falta de argumentos por exabruptos ideológicos; se identifican nítidamente con una posición convertida en dogma y hacen girar las circunstancias para que coincidan con ellos. Por citar algunos ejemplos de sus altavoces, en Catalunya, medios digitales como El Nacional son la punta de lanza de un discurso que aprovecha el contexto político para reivindicar el nacionalismo de la derecha independentista catalana propia de núcleo duro de Junts per Catalunya. ¿Cómo lo hacen? Pues divulgando un mensaje que asocia la Covid-19 con una visión atávica de España con la intención de conducir al lector a una conclusión indemostrable: en una Catalunya independiente esto no pasaría. Este medio es el escaparate de periodistas como Jordi Galves, que al inicio de la pandemia publicaba este tuit:

“Si el virus no hace caso de las fronteras, entonces ¿por qué en la Catalunya Nord hay muchos menos muertos que en la Catalunya española? ¿No será que es así porque es española? España infecta”.

Sus últimos artículos simplifican la realidad hasta presentarla como una simple dicotomía entre buenos y malos. El bueno, claro, el Presidente Torra y Junts per Catalunya. Hacia los “buenos” no habrá críticas. Pero hacia los malos – España, Sánchez, etc. – estarán todas. Porque al final, está en la naturaleza propia de los “malos” actuar de manera punitiva y opresiva hacia los catalanes. Una simplificación que no hace más que ocultar una creencia de superioridad en términos étnicos.

Otros colaboradores de El Nacional como Jordi Barbeta también ayudan a consolidar el relato anterior; el último, sin embargo, lo hace de una manera menos explícita, más sibilina: omitiendo información esencial. En este artículo, por ejemplo, alaba el trabajo de los sanitarios catalanes (obviando el resto de sanitarios de otras comunidades) mientras carga contra el periodismo que hacen diarios de ámbito estatal como el de El Mundo y el ABC. La mala praxis del periodismo, así como de la gestión política, queda como algo español. No se hace ningún tipo de mención a que los recortes en Salud más fuertes de todo el estado fueron realizadas en Catalunya por el gobierno nacionalista (ahora independentista) de Artur Mas. Una responsabilidad exclusiva del Gobierno, que, como no es tergiversar, omite de manera sistemática. Porque la selección y la omisión de información esencial es también una forma de posicionarse de manera sectaria.

No se hace ningún tipo de mención a que los recortes en Salud más fuertes de todo el estado fueron realizadas en Catalunya por el gobierno nacionalista (ahora independentista) de Artur Mas

La omnipresente Pilar Rahola, por su parte, clama que el Coronavirus no es sino una excusa para que España realice un “155 encubierto”; ignorando, claro, que si fuera esto estaría aplicando el 155 a cada una de las comunidades autónomas. Pero es más útil alimentar la conspiranoia y atizar a quien no piense como ellos, siempre que ello sirva para continuar engrosando la maquinaria que los sostiene.

Y por cierto: la aplicación del artículo 155, así como de tantas otras dinámicas opresoras o autoritarias por parte del Estado y sus instituciones para con Catalunya, ha sido criticada en multitud de ocasiones por este medio y por el firmante de este artículo, como se puede comprobar aquí, o aquí. Ciertamente hay y habrá cosas a criticar de la gestión del Gobierno de Pedro Sánchez. Reaccionaron tarde, a pesar de haber tenido el ejemplo de China e Italia. El mecanismo centralizador de recursos sanitarios no funcionó, debiendo rectificarse -tarde y mal- días después; la inclusión de los militares en el discurso público es inaceptable.

Pero seguramente lo más grave de todo es que no han dado las garantías económicas suficientes para la gente más necesitada, como la suspensión de pago de los alquileres tal como reclamaba el Sindicato de Inquilinas. La lista podría seguir. Pero indicar que detrás se esconde una intencionalidad política concreta de perjudicar específicamente a Catalunya es insostenible.

Ahora bien, el mismo discurso que hacen estos sectores señalados – asociados a la derecha y extrema derecha catalana – se reproduce, por efecto espejo, en algunos sectores de la derecha y extrema derecha española. Ana Rosa Quintana, la blanqueadora por excelencia del discurso de la extrema derecha española, comparaba a finales de Febrero el Coronavirus con la Mesa de Diálogo establecida entre el gobierno de la Generalitat y el gobierno de España. Aquí, por supuesto, se procedía de manera inversa a la que lo hacía Galves: el Coronavirus, como metáfora de muerte, era equiparada al pacto que traería la ruina en España. Todo ello para apuntalar la posición reaccionaria de un nacionalismo – en este caso, el español vinculado a la herencia franquista – que preferiría revivir en el conflicto que resolverlo democráticamente.

El mismo discurso se reproduce en algunos sectores de la derecha y extrema derecha española. Ana Rosa Quintana comparaba el Coronavirus con la Mesa de diálogo

La misma extrema derecha, en la que hay que incluir a Pablo Casado, que acusa Pedro Sánchez de asesino y que le encomienda a la Virgen la restauración del orden en España. También habrá cosas que se podrán criticar de la gestión de la Generalitat, y que serán menos que las criticables al Ejecutivo de Sánchez debido, en parte, a que menores son sus competencias: entre ellas, sin embargo, el no haber parado las obras públicas que de ellos dependían cuando se reclamaba el confinamiento y la incapacidad de coordinar las ayudas necesarias a las residencias para personas mayores, los más vulnerables por edad frente al virus.

El sectarismo partidista planea partes, y tiene un objetivo claro: acabar con una forma de pensar crítica y sostenida para consolidar la posición propia, siempre basándose en el odio o el desprestigio del otro. Es evidente que se han cometido muchos errores. Demasiados, seguramente. Pero ni el Ejecutivo de Sánchez tiene una agenda oculta para acabar con la Constitución y la autonomía de Catalunya, ni en Catalunya hubiéramos disfrutado de una inmunidad natural frente al virus en caso de que fuéramos un estado independiente.

Lo triste de este intercambio sectario y partidista de informaciones es que en medio de tanta arenga se sitúa todo el personal sanitario, a los que se intentan apropiar por un lado y por el otro con el fin de justificar sus mensajes. Mientras, ellos y ellas, en silencio, trabajan por nuestra salud. Personal sanitario que, recordémoslo, no está formado ni mucho menos exclusivamente por médicos y médicas: celadores, enfermeras, auxiliares de enfermería y todo el personal no asistencial que lleva trabajando día y noche, contagiándose más que nadie, es de quien deberíamos estar hablando.

De ellos – y del resto de trabajadores y trabajadoras esenciales – así como de la existencia de la única distinción real de la Covid-19: las clases sociales. Basta con mirar el mapa de contagios para darse cuenta. En Sant Gervasi se ha contagiado un 0,07% de su población, mientras que en el distrito de Roquetes en Nou Barris la cifra alcanza el 0,53% sobre el total de la población. Pero de eso no oriárn hablar a Rahola en alguno de los diversos espacios que ocupa en TV3, ni tampoco será utilizado por Abascal desde la tribuna de su escaño en el Congreso.

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