En verano de 2011 recibí una convocatoria intrigante. Unos editores a los que no conocía me citaban a media tarde en un bar de la Barceloneta, estaban decididos a poner en marcha una colección de novela negra en catalán y querían conocer mi opinión. Yo leo este tipo de novelas sospechosas desde hace años; como siempre me han atraído las cosas mal vistas (y, de joven, la novela negra lo estaba mucho entre los militantes comunistas), pues me enganché. Pero de aquí a consultarme sobre la viabilidad de una Série noire catalana, no sé; todo ello me hacía pensar que aquella cita a ciegas olía a chamusquina.

A la hora en punto estaba en el lugar convenido. Como había conocidos y saludados, pensé que dejarse embaucar colectivamente siempre es más ligero de digerir. Me invitaron a una caña, y después a otra; hacía mucho calor. Hablábamos de escritores de aquí y de fuera. Había auténticos sabios en la materia que no paraban de decir nombres que eran recibidos con aclamación. Yo la mayoría no los había oído nombrar en mi vida. Pero los editores estaban dispuestos a llevar adelante el proyecto, e insistían en que contaban conmigo. Sudaba mientras buscaba con la mirada las posibilidades que tenía de huir de allí indemne, empujando alguno de aquellos tipos que bebían cerveza y hacía bromas intelectuales que no entendía, y corriendo hacia la playa para mezclarme entre la multitud de turistas. Pero no había escapatoria. Me preparé para lo peor: eso no podía acabar bien de ninguna de las maneras.

Ya hace nueve años de aquella calurosa tarde. A la colección le pusieron Crims.cat; ahora acaban de publicar el título que hace cincuenta, y la cosa no tiene pinta de detenerse.

Lee la crónica completa en París/BCN…

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