La presencia del ejército siempre es o portador de mal augurio o síntoma de un fracaso. En la historia reciente de España ha dominado el primer caso: el ejército ha representado lo peor de este país. La dictadura, la muerte, el fascismo y la oposición a la democracia. También el resurgimiento de la monarquía borbónica, una monarquía que se sabe más corrupta cada día que pasa. Hoy el ejército vuelve a estar en nuestras calles. Esta vez, sin embargo, su presencia no es portadora de un mal augurio – al menos, esperamos que no sea así – sino síntoma de un fracaso.
En este caso, de un fracaso de dimensiones calamitosas: el de la incapacidad de un sistema sanitario público abrumado por los recortes, el de un servicios sociales despreciados y el de una comunidad política que menosprecia los avisos que científicos y autoridades chinas nos arrojaban. Aunque la excepcionalidad que representa el coronavirus es tan extraordinaria que no se puede culpar enteramente ni a los recortes ni a la comunidad política, más cierto es que si se hubiera invertido más en lo público, el golpe no hubiera sido tan duro. Pero son estas condiciones de excepcionalidad las que han llevado al ejército en nuestras calles.
Ahora, sin embargo, hay que distinguir entre dos fenómenos distintos. El primero, el de la presencia del ejército en el discurso público y su pertinente intoxicación. El segundo, el de la presencia del ejército en las tareas de ayuda a solicitud de las administraciones públicas. Empezando por el último: si bien, en las primeras semanas, el discurso de la Generalitat y de los partidos vinculados al independentismo rechazaba la presencia del ejército y las tareas de la Unidad Militar de Emergencias (UME), poco a poco han ido cediendo ante la evidencia de que en momentos de extrema necesidad, toda colaboración es poca.
Hay que distinguir entre dos fenómenos diferentes: la presencia del ejército en el discurso público y su pertinente intoxicación, y la presencia del ejército en las tareas de ayuda y desinfección
Así, la UME ha estado presente tanto en municipios gobernados por ERC, como Lleida o Balaguer, como en otros liderados por Junts per Catalunya, como Àger y Torres del Segre. El mismo Torra afirmaba en una entrevista en la Cadena Ser, que “si nos puede ayudar el ejército español, igual que si nos puede ayudar cualquier médico, yo estaré agradecido. Si es para hacer una tarea útil y humanitaria, no hay ningún problema”.
Esta unidad médica del ejército ha contribuido a montar un recinto para personas sin hogar en la Feria de Barcelona y está activo en más de treinta municipios en tareas de apoyo y limpieza. Es comprensible la reticencia de todo demócrata a pedir ayuda al ejército. Pero más irresponsable parece no hacerlo para mantener el orgullo impoluto. Esto por un lado.
Por el otro, sin embargo, es muy diferente. La presencia del ejército en el plano institucional es incompatible con una democracia. No cumple ningún objetivo, excepto el de reforzar su imagen y blanquear la del monarca, en horas bajas después de saltar a la luz por enésima vez un escándalo de corrupción de su padre. Bueno, no sólo eso. También se descubrió que Felipe VI, el actual rey, era el beneficiario de una sociedad off-shore del dinero que su padre había robado. 65 millions de euros dan para muchos respiradores y mascarillas. La presencia del ejército en las ruedas de prensa y su retórica belicista refuerza el apoyo de una dinastía monárquica anacrónica, decadente y corrupta.
La presencia del ejército en las ruedas de prensa y su retórica belicista refuerza el apoyo de una dinastía monárquica anacrónica, decadente y corrupta
Se podría pensar que al PSOE le puede interesar que la imagen del ejército se asocie a sus colores con el fin de desvincularlo de la extrema derecha, pero para Unidas Podemos implica tragarse un sapo. También para los comunes, que deben bajar la cabeza y asumir una contradicción que les puede pasar factura. La presencia del ejército en el plano discursivo era absolutamente innecesaria. No se ven militares en las ruedas de prensa de los ejecutivos franceses, ni belgas, ni alemanes, ni ingleses. La guerra es un fenómeno político, que, como tal, necesita identificar al enemigo con unos ideales contrarios a los de la otra comunidad política. Pero la Covid-19 es un virus, una existencia fractal tan simple que poco se preocupa de ideologías. No, no estamos librando una guerra.
A través de un análisis estratégico se entiende cuál puede ser el objetivo en las mentes preclaras del Ejecutivo de Sánchez: generar un patriotismo que derive en un sentimiento de unión ante la crisis sanitiària de hoy, y la económica de mañana. El problema es que hacerlo alrededor de una bandera que representa lo que representa, y de un ejército que tiende a ver a Catalunya como hijo díscolo que debe ser aleccionado, sólo unifica aquel sector que ya estaba unido.
Asimismo, hace más grande la grieta de la España otra, la republicana que piensa y siente en diferentes lenguas. España es diferente, y lo es, en parte, porque arrastra la losa de un ejército que nos remite a la memoria, siempre fresca, del franquismo. El ejecutivo de Sánchez ha perdido una ocasión para luchar contra ello y, de paso, han arrastrado a sus socios de gobierno que debían simbolizar esta España otra.


