La epidemia ha derivado en un estado de parálisis en muchos países del planeta, hasta el punto de que hoy, más de un 35% de la población mundial vive confinada. Se ha paralizado el turismo y el comercio. Ha caído el transporte. La producción de bienes y servicios se ha detenido de forma generalizada. El impacto en la economía global y el desempleo es todavía inimaginable. Todo hace pensar que habrá un rescate social, un gran impacto ambiental y un nuevo compromiso fiscal.

La voluntad de “recuperar” la actividad, de “salir” de la crisis, nos puede llevar a reproducir rápidamente un modelo que hoy sabemos caducado. No podemos dejar pasar este momento sin exigirnos definir el modelo de sociedad postvirus que queremos, los límites que debemos alcanzar, las líneas rojas que no podemos sobrepasar y las corresponsabilidades a atribuirnos individual y colectivamente.

Hay hábitos que seguramente han venido para quedarse y que modificarán ya para siempre la manera de vivir y concebir la ciudad.

Los días de confinamiento han evidenciado un nuevo espacio laboral eficiente: el teletrabajo. Y esto abre la puerta a una nueva cultura y organización del trabajo: criterios de flexibilidad -del lugar pero también en los tiempos de los desplazamientos- y mayor conciliación familiar. Instaurar el teletrabajo tiene efectos directos en el ecosistema de la ciudad: reducción de la movilidad, descompresión del transporte público, y mejora de la contaminación atmosférica y la calidad del aire. Además de otros indirectos: como la reducción de la demanda de oficinas, y en consecuencia, la posible reducción en el precio de las viviendas.

Hemos entendido que la red informática es un bien esencial y un servicio público. No sólo como instrumento laboral, sino como medio de aprendizaje y adquisición de conocimientos. La red se ha convertido hoy en una imprescindible infraestructura básica del planeamiento urbanístico y un nuevo canal para la educación permanente.

Hemos recuperado el valor de la “proximidad”, y hemos descubierto que además de los servicios esenciales, el comercio y las redes civiles de apoyo, la proximidad necesita ser también el espacio de acceso a la cultura y espacio manufacturero de producción económica.

El concepto de “masa”, entendido como turismo de masa, transporte de masa, cultura de masa, difícilmente se volverá a reproducir tal como era antes. Y tendremos que encontrar nuevas maneras y nuevos espacios en que condiciones y densidad nos aporten seguridad.

Hemos avistado un cambio en la dimensión de la globalización, entendida como un destino común, una responsabilidad política compartida y una exigencia con el entorno ejercida individual y colectivamente. Esto no debe provocar necesariamente un repliegue local, ni un cierre cultural, pero nos obligará a potenciar nuevos espacios de colaboración y cooperación y hacer que sean sinónimos de respeto y seguridad.

El atentado contra la salud que hemos vivido nos ha hecho descubrir hasta qué punto somos vulnerables y ha situado “el bienestar” como objetivo común a compartir. Hemos entendido que nuestra salud está estrechamente ligada a la salud del planeta y a la preservación de su biodiversidad: reincorporarse a la vida y a la actividad no podrá ser a expensas de un perjuicio para el medio ambiente. Esta es seguramente una de las líneas rojas más claras sobre las que construir cualquier modelo de futuro.

El atentado contra la salud que hemos vivido nos ha hecho descubrir hasta qué punto somos vulnerables y ha situado “el bienestar” como objetivo común a compartir

Hemos redescubierto la importancia que puede tener contar con otras comunidades culturales internacionales en la ciudad. Y cómo de vitales pueden ser sus conexiones empresariales y sus visiones globales. Teníamos la base y la fortaleza que aporta la interculturalidad. Ahora tenemos que fortalecerla.

Nos ha sorprendido la ductilidad de nuestro tejido empresarial, la capacidad de reconversión y adaptación a nuevas necesidades. Y el rol de la tecnología y la innovación para hacer frente a nuevos retos. Haciendo entrever nuevas y múltiples posibilidades de desarrollo económico y empresarial basado en conquistar la sostenibilidad.

Hemos comprobado una vez más la fuerza y ​​la dimensión del voluntariado, las entidades y asociaciones volcadas al bien común. Pero también el rol y liderazgo imprescindible del sector público para asegurar una gestión eficiente y coordinada.

Hemos tomado conciencia del abandono en que teníamos a los sectores más vulnerables y los ancianos. Y la urgencia de construir una sociedad más equitativa, sostenible y preparada para el envejecimiento.

Finalmente, hemos comprobado una vez más la poca credibilidad de la Unión Europea y el poco liderazgo político para abordar las transformaciones que el futuro pide. Nuestros gobernantes no han sido capaces de constituir la mesa de concierto -imprescindible- para comprometer a todos los agentes implicados en los cambios a afrontar. Poner sobre la mesa las líneas y pilares de los acuerdos que definen qué construir y qué modificar. Pasar de puntillas. Recuperar cuanto antes el mundo de antes y sin perder mucho parece lo único que piensan plantear.

Hemos comprobado una vez más la poca credibilidad de la Unión Europea y el poco liderazgo político para abordar las transformaciones que el futuro pide

Pero todos sabemos que ésta, como todas las crisis, también nos traerá más desequilibrio y más desigualdad. Un desequilibrio que no es de ahora. Un desequilibrio que arrastrábamos de antes y nos seguirá fraccionando la sociedad. Hasta que la política recupere el espacio que la economía le ha robado. Recupere los principios de bien común y equidad, de solidaridad, de equilibrio, de futuro social.

Ahora nos hemos parado. Confinados. En estos días que nos han cambiado el mundo, hemos adquirido suficiente conciencia colectiva para saber que tenemos que recuperar las riendas y construir un nuevo modelo de sociedad y de ciudad basado en el equilibrio ambiental y la redistribución económica y que por eso habrá un rescate social.

Estamos dispuestos, pero esta vez nuestro compromiso implica exigir que estemos todos: poderes económicos, banca, grandes corporaciones … a fin de cuentas es llegando a las situaciones como las que hemos vivido como se han hecho grandes. Redistribuir significa compartir: el rescate social, el pacto medioambiental y un nuevo compromiso fiscal.

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