El coronavirus ha trastocado el mundo en cuestión de pocos meses. Se están precipitando dos cambios geopolíticos de gran envergadura, como son la sustitución de China por los estados Unidos como líder del nuevo orden mundial y la descomposición de la Unión Europea. Gobiernos como el de Emmanuel Macron, que representaban la nueva cara del neoliberalismo, fueron de los primeros en supeditar los recursos de la empresa al interés público. Si los estados en la era pre-coronavirus estaban destinados a disolverse en la arquitectura supranacional de las instituciones globales, hoy recuperan una posición central en la toma de decisiones.

El mundo cambia a un ritmo vertiginoso, pero el Procés, aquel fenómeno tan propio que acompaña la política catalana desde septiembre de 2011, se mantiene constante. El processisme en tiempos de pandemia mantiene inalterada la base de su código genético, pero muta ligeramente para resistir los cambios del contexto que lo rodea. Recordemos que el processisme no está directamente relacionado con el independentismo. Se puede ser independentista y no ser processista. El processisme es una forma de política consistente en instrumentalizar el deseo de la independencia para sacar rédito político. No es, por tanto, una forma de hacer política que necesariamente acerque a la independencia.

Lo que distingue el Procés es el “hacer como si” si se estuviera avanzando hacia la independencia mientras se construye un discurso que vincula la República Catalana a unos ideales de bienestar, democracia, igualdad y tolerancia. En este sentido, el processisme se puede situar en el terreno de la imaginación, de la fantasía. Es un terreno que no se sostiene en ninguna concreción empírica; pero la política, en su vertiente más creativa, ya se dedica a imaginarse la posibilidad de nuevos mundos mejores.

No hay ningún problema en creer que una Catalunya independiente sería la versión contemporánea del sueño utópico de Tomás Moro o de la Icaria de Etienne Cabet. Pero si quien lo hace es un partido político con responsabilidades de gobierno, lo que está haciendo es construir una cortina de humo para no asumir lo que sí tiene capacidad de hacer y no hace, o ignorar deliberadamente lo que ha hecho y que no se adecua a los supuestos ideales de la República.

No hay ningún problema en creer que una Catalunya independiente sería un mundo utópico. Pero si quien lo hace es un partido político con responsabilidades de gobierno, construye una cortina de humo

Junts per Catalunya es, hoy en día, el único partido político que sigue anclado en la dialéctica del Procés. Pero hacerlo en tiempos de pandemia hace aflorar de manera más nítida la voluntad instrumental de la estrategia. Así, por ejemplo, la portavoz del Govern, Meritxell Budó, afirmaba que si “Catalunya fuera independiente, la situación del coronavirus sería mucho mejor”, ya que se hubieran tomado medidas quince días antes del momento en que lo hizo el Gobierno, y el número de contagiados y muertos “sería diferente”.

A las declaraciones de Budó se han de sumar las recientes palabras en forma de tuit de Joan Canadell, presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona y firme defensor del gobierno de Quim Torra. Canadell afirmaba lo siguiente en relación a una gráfica que muestra la diferencia de muertos por coronavirus entre Grecia y España:

Unas afirmaciones cuestionables desde diferentes ángulos que muestran la estructura misma del processisme: echar la pelota adelante, culpar a España de todos los males, omitiendo las responsabilidades propias, al tiempo que lanzando una hipótesis no contrastables sobre las virtudes de una Catalunya independiente. Todo esto, con una explícita retórica maniquea que concibe la “realidad” como dos puelos opuestos, tal como lo hace el presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona.

Porque si bien es cierto que un confinamiento previo habría evitado la difusión del virus y, por ende, los contagios y muertos, no lo es menos que uno de los principales factores de mortalidad es la calidad del sistema público de salud y que las competencias de éstas han sido gestionadas durante décadas de manera íntegra por la Generalitat de Catalunya. Se puede afirmar, en esta línea, que los mayores recortas y privatizaciones en Salud fueron implementadas por Convergència, partido del que provienen la mayoría de dirigentes de Junts per Catalunya.

Por otro lado, quince días antes de decretarse el estado de alarma (11 de marzo) tuvo lugar el multitudinario acto celebrado en Perpignan (29 de febrero). No era necesario disponer de una república para haber tomado la decisión de cancelar el acto, como tampoco lo era para cancelar las obras públicas a cargo de la Generalitat, ni, tampoco, para haber actuado con mayor celeridad ante las diversas “gestiones irregulares” producidas dentro de las residencias para personas mayores.

Además, una semana antes de decretarse el estado de alarma y, por tanto, siete días después de la fecha en que lo habría decretado una supuesta Catalunya independiente, fue el 8 de marzo, día mundial de la mujer y símbolo del movimiento feminista. ¿Habría asumido el gobierno republicano de una Catalunya independiente el coste político que en ese momento suponía cancelar tal evento, cuando los efectos de la pandemia aún no eran palpables? Una pregunta que cae completamente en el terreno de la especulación y que, por tanto, dejaremos en manos de la imaginación del lector para que la responda.

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