La capacidad que tiene ser humano para olvidar es apabullante. En realidad, y si miramos las cosas con atención, veremos que nuestra memoria está tejida de olvido. La memoria, lejos de ser un almacén infalible repleto de vivencias, experiencias y acontecimientos, se construye esencialmente por la opacidad de lo que se desvirtúa en el olvido, se compone realmente por la naturaleza escurridiza de los eventos que se tatúan en ella. Precisamente por este motivo, la memoria tendrá (casi) siempre un componente constructivo. Hay que recrear lo que fue porque hay sombras que impiden una recuperación absoluta y fidedigna de lo que ya se ha escapado del presente.

Este hecho, por ejemplo, puede observarse en dos películas de diferente índole pero igualmente esclarecedoras respecto el fenómeno que apuntamos: Lost Highway (1997) de David Lynch y Memento (2000) de Christopher Nolan. En ambas se nos plantea la cuestión, simplificando mucho la cuestión, de cómo la naturaleza traumática de un acontecimiento (relacionado precisamente en ambos el asesinato de la esposa) conduce a sus protagonistas a dibujar constantemente sus recuerdos, así como su experiencia actual.

En ambos casos, lo patológico entrará en juego (la presunta fuga disociativa que muchos leen en el protagonista Fred Madison en el noir futurista de Lynch y, en el caso de Memento, la amnesia anterógrada de Leonard), pero más allá de eso, en ambos filmes las experiencias se reescriben constantemente a modo de mecanismo de defensa: queremos recordar aquello que no nos hace daño y, por ello, reestructuramos los hechos para que se adecuen a nuestro bienestar y, por tanto, generen la menor perturbación posible.

Queremos recordar aquello que no nos hace daño y, por ello, reestructuramos los hechos para que se adecuen a nuestro bienestar y, por tanto, generen la menor perturbación posible

De esta manera, podría decirse que los recuerdos son interesados. Ahora bien, más allá de esta cuestión, sumamente interesante, que nos podría remitir a espacios tan interesantes como el que plantea, por ejemplo, Walter Benjamin es sus célebres Tesis sobre el concepto de historia, acerca de la construcción del pasado por parte de los vencedores de la historia, es importante establecer ciertos criterios, o elementos, que impidan que esta reconstrucción del pasado sea un delirio legitimador de determinados discursos (dominantes) así como, sobre todo, que nos alerten cuando sea necesario de los peligros que existen en el presente de reproducirse ciertas atrocidades acontecidas en el pasado.

Sí, sabemos que lo pasado se repite, que lo que hemos incorporado de una manera más o menos tosca en nuestra memoria, retorna de tanto en cuanto reproduciendo cierto malestar, por ser cautelosos, en nuestro desarrollo (sea de la naturaleza que sea éste). De ahí, por ejemplo, procede en gran medida la necesidad de la mayoría de testimonios de la Shoah: hay que recordar, como sea, para que la barbarie no pueda reproducirse. Y es necesario ese imperativo porque la barbarie no ha desaparecido, pervive en el secreto de una sociedad diezmada por sus miedos, temores y angustias.

Y esta perspectiva es a la que tenemos que atender cuidadosamente en el momento en que, atrapados por la incertidumbre y la angustia, buscamos abrazar cualquier medida que nos garantice esa (ficticia) seguridad que presuntamente hemos tenido siempre. Y es que en la gestión de la dinámica de la actual pandemia empiezan a darse elementos que, como poco, tienen una perspectiva bastante inquietante. Sin entrar en lo analizado por autores que plantean que la pandemia constituye un ataque frontal al capitalismo, ni lo que defienden otros y otras acerca de control social al que nos podemos vernos remitidos, (básicamente porque todavía estamos en medio del Maelström y es muy difícil pensar con claridad, si tenemos que ser honestos, dentro de él. Otra cosa son los delirios narcisistas de cada uno o una de erigirse en profetas del Apocalipsis…), lo interesante es percibir ciertos síntomas que se manifiestan en nuestros dirigentes, y sus asesores científicos, en el momento de elaborar alternativas para gestionar la situación pandémica.

Realizar un pasaporte inmunológico o confinar a los sujetos que sean asintomáticos no es un control social a través de dispositivos electrónicos, sino segregación social por razones biológicas

Un par de ejemplos de ello son las ideas de realizar un pasaporte inmunológico o de confinar a todos aquellos sujetos que sean asintomáticos. En ambas medidas ideadas no estamos hablando de un control social a través de dispositivos electrónicos (puede hacerse lo que hicieron millones de ciudadanos chinos: darse de baja de cualquier dispositivo electrónico móvil), sino de segregación social por razones biológicas. Estas medidas que están pensadas, y veremos si serán llevadas a la práctica, por aquellos que no detectaron, o no quisieron detectar, en su momento los posibles efectos más o menos reales de lo que se nos venía encima, y que además están más encaminadas a perpetuar lo que verdaderamente es importante en esta (cínica) sociedad: la circulación libre e impertérrita del capital; nos recuerdan a otras que antecedieron lo que no dejan de recordarnos las palabras de Kertesz, Primo Levi, Todorov, entre otros.

Nuestro contexto capitalista exige, demanda, olvido, amnesia, desmemoria. Los acontecimientos rápidamente deben consumirse, como las mercancías. Hay que desear como sea que las experiencias se consuman (con el doble sentido que tiene este concepto). Pero si queremos garantizar ciertos resquicios de integridad, ya no hablo de libertad, hay que luchar contra este dogma. Hay que hacer todo lo posible para que las necesidades de nuestro presente no nos conduzcan a (re)caer en algunos de los delirios más funestos padecidos en nuestro pasado (no tan remoto).

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