La pandemia del coronavirus en la época de la globalización es mortífera para la humanidad, la naturaleza, el sistema económico y político; por supuesto, para las mujeres, las criaturas y los hombres. Todo el planeta está con la economía al ralentí. A la sanidad pública, con las trabajadoras en primera línea, le toca hacer ingentes esfuerzos para salvar vidas y para digerir los fallecimientos. La ciencia, a marchas forzadas, intenta encontrar una vacuna, después de diez años de menospreciar los avisos del personal investigador. Las profesiones feminizadas son las que se dedican en buena parte a los cuidados, a la salud y a la vida de las personas; incluso, de la naturaleza. Los valores de esta sororidad son compromiso y amor a los recursos públicos, a los bienes comunales y a los derechos universales.

Briznas cotidianas

A finales de marzo en Catalunya, a una mujer inmigrante y refugiada desde hace diez años, que arrastra una agresión continuada por parte de su pareja desde hace veintitrés años, que ha hecho lo imposible para recuperar su vida y la de sus hijas, que lleva seis años dependiendo de los recursos públicos, los Servicios Sociales la sacan ahora del circuito de atención, a pesar de estar enferma, en crisis de ansiedad y desesperación, porque ha empezado a cobrar una pensión de 600€, con la consideración de que ya puede hacer frente a sus gastos mensuales. Este es el triste viacrucis que pasa la gran mayoría de mujeres que no encuentran el suficiente apoyo en la reparación del mal causado.

Desde el primer momento del confinamiento, la Plataforma unitaria contra las violencias de género de Catalunya (formada por 130 entidades) y la Asociación Hèlia Dones (de apoyo a las mujeres que sufren violencia de género), hemos buscado y encontrado la manera de seguir apoyando a cada mujer, escuela o entidad, con más intensidad si cabe que antes del Covid-19, para aliviar y resolver las dificultades que agravan el aislamiento en que nos encontramos.

Hemos aportado todos nuestros recursos humanos y materiales para cambiar y adaptar rápidamente la manera de abordar la situación de crisis sanitaria y económica, incluida la endémica de emergencia feminista. El abanico de actividades es amplio: atención telefónica y online, sesiones de las actividades, charlas y formación online, talleres de yoga; biodanza, grupos de apoyo material e información de todos los recursos públicos. Las sesiones de teletrabajo resultan agotadoras, pero la ilusión y el trabajo realizado con convicción son muy gratificantes.

¿Y con qué nos encontramos? Con unas barreras y protocolos administrativos que persisten en los trámites anteriores a la nueva emergencia de la pandemia. Una falta de recursos tan escandalosa que llega a poner en entredicho el esfuerzo y la buena voluntad, tanto de las entidades feministas como de las instituciones y profesionales.

Las personas e instituciones más cercanas quedan frenadas por mil y una disposición de normas administrativas, leyes y medidas políticas. Sufrimos decisiones gubernamentales que, mientras con la boca pequeña defienden actuar ante la emergencia en función de los recursos y servicios públicos generales, se adaptan de hecho y en la mayoría de las ocasiones a los intereses privados y parciales de las grandes empresas, las farmacéuticas, la sanidad privada y concertada, a las fortunas inmensas y corporaciones. Se trata de sectores sociales minoritarios pero poderosos, que sólo entienden su beneficio y, que de vez en cuando, practican la limosna, la caridad y la compasión por las desgracias de la gente trabajadora, pobre y migrada.

Sufrimos decisiones gubernamentales que se adaptan a los intereses privados y parciales de las grandes empresas, las farmacéuticas, la sanidad privada y concertada, a las fortunas inmensas y corporaciones

Esto no es fruto del coronavirus, es algo mucho más profundo y arraigado en la sociedad y en el orden de valores morales. Hace años que estamos denunciando la falta de respuesta con respecto a la vivienda, a la atención a los cuidados, a la ausencia de una visión de género, a la incapacidad de no reparar con recursos el mal causado por el maltrato y el machismo. Las mujeres, y sus hijas e hijos, no sólo necesitan acompañamiento emocional y herramientas para afrontar la situación, necesitan más credibilidad en el acompañamiento jurídico y social.

Las mujeres se reducen a números

Las entidades que colaboramos en esta lucha por la erradicación de la violencia machista, tanto en atención como en prevención, entramos en un circuito perverso. Paliamos las largas listas de espera de los servicios públicos dedicados a la violencia de género atendiendo directamente a mujeres. Acompañamos en los procesos de violencia, generamos metodologías para la formación de las profesionales, en el sector de la enseñanza y en todos los ámbitos sociales. Nos dirigimos con éxito a toda la ciudadanía para poder transformar y liderar los cambios. Y nos vemos obligadas a hacerlo de forma precaria.

Nos topamos con unas políticas públicas y unas administraciones enquistadas en normas y gestión burocrática que priva de alma y corazón a las mujeres y a la situación que atraviesan, las reduce a números y prioridades ajenas a la vida, como si no existiera ningún síntoma de la emergencia feminista. Con la pandemia del coronavirus, todas estas carencias que hace tiempo estábamos denunciando y reclamado su resolución se han agudizado.

Para las mujeres que sufren violencia machista han habilitado respuestas telefónicas; una buena medida, pero no se ve por ninguna parte las soluciones efectivas. Los diferentes departamentos de la Generalitat o de los ayuntamientos se van traspasando las responsabilidades. Las entidades feministas implicadas hemos reclamado desde el primer día un gabinete de crisis con todas ellas, una coordinación que incluya compromiso y corresponsabilidad en la toma de decisiones, donde por supuesto también podamos participar las que estamos en primera línea con las mujeres y criaturas que sufren violencia de género.

Para las mujeres que sufren violencia machista han habilitado respuestas telefónicas; una buena medida, pero no se ve por ninguna parte las soluciones efectivas

Todas las voces que nos llegan de las administraciones nos dicen que irán con tanta agilidad y fuerza como puedan, pero que debido al teletrabajo o a la falta de infraestructuras, lo más seguro es que todos estos procesos burocráticos dependan aún más de nosotras. Mientras tanto, cada día que pasa empeora la situación, y aunque algunas medidas informativas han mejorado, las soluciones no llegan mucho más allá de las buenas intenciones.

Esta crisis nos está dando la razón tras muchos años de lucha abnegada y movilización en la calle por el reconocimiento del trabajo de cuidados y el sostenimiento de la vida. Hemos de acabar, sin hipocresías falaces, con las violencias machistas, la violencia sexual, las discriminaciones en el mundo del trabajo y la precariedad.

Ahora que se ha parado el mundo, las mujeres estamos en la primera línea realizando las tareas de cuidados en la salud. Lo confirma que haya más mujeres infectadas del coronavirus; no por ser mujeres, sino por ser mayoría en las profesiones -ahora de riesgo- feminizadas. Hay mayoría de mujeres en la sanidad, en el hogar, en el trabajo social, la limpieza, en los grupos de personas voluntarias.

La pandemia ha puesto en evidencia la debilidad del sistema económico capitalista y patriarcal. Muchas personas piensan en la vuelta a la normalidad, pero también empiezan a ver que esta “normalidad” previa al coronavirus es la que ha causado este caos.

La normalidad que aceptaba los grandes recortes sociales en sanidad y enseñanza; la razón económica que aceptaba el trabajo precario para una gran mayoría; la aceptación de la desigualdad que hacía más grande la brecha salarial; las concepciones e intereses privados que no tienen en cuenta la sostenibilidad del planeta. Esta normalidad es la que ha encontrado abonado el terreno para extender el coronavirus. No queremos volver a esta normalidad tan anormal y perniciosa.

El movimiento feminista, con el impulso de valores universales, de los derechos equitativos y de las minorías, con su lucha contra todo privilegio, tiene mucho que aportar en la configuración de un nuevo mundo sin explotación, dominación y sin violencia de género. Un mundo donde el sector de la salud y los recursos públicos tengan prevalencia respecto a los privados y en donde los derechos universales sean efectivos. Una sociedad donde se trabaje por un planeta sostenible, en la que el cuidado por la vida tenga más importancia que las ganancias de unos pocos poderosos que explotan al resto sin miramientos.

Está en nuestras manos, juntas podemos caminar con determinación hacia esta construcción de un mundo que ponga en valor el cuidado de las personas, lo transforme y termine con el patriarcado de hace cuatro millones y medio de años.

Este artículo fue publicado primero en la revista Sin Permiso

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