La táctica es muy antigua. A partir de unos hechos, se trata de crear una realidad paralela que sirva a nuestros intereses. Cuanto más dramáticos sean estos eventos, como más fuerza emocional tengan, más impacto puede conseguir la mentira que surge. Una pandemia que ha causado en España más de 26.000 muertes es devastadora y, por tanto, la tentación de manipular los hechos es inmensa. Porque los réditos políticos también pueden ser inmensos. La operación ya está en marcha.

Sectores políticos y mediáticos de la derecha española están plenamente dedicados a crear, en beneficio propio, una realidad paralela: Los muertos provocados por la pandemia son culpa del gobierno central y más concretamente de su presidente, Pedro Sánchez. Esta es la idea que, de forma más o menos explícita, está presente en todos sus discursos. En las portadas de determinada prensa de Madrid. En algunos platós de televisión. En las redes.

No es nuevo. El PP utilizaba las víctimas de ETA para erosionar los gobiernos del PSOE, en los años ochenta, los noventa… hasta llegar a aquella acusación de “traición a los muertos” lanzada por Rajoy (mayo de 2005) contra Zapatero, a raíz de las gestiones políticas para acabar con ETA (la banda terrorista se disolvió el 3 de mayo de 2018). Pero el uso más descarnado de los muertos comienza el 11 de marzo de 2004, el día del ataque terrorista en Madrid. Hagamos memoria.

El peor atentado que ha sufrido España (191 muertos y 1.858 heridos) fue obra de un comando yihadista. Pero algunos sectores de la derecha crearon una realidad paralela, conocida como ‘teoría de la conspiración’, según la cual los atentados habían sido obra de ETA. Y cuando esta versión ya se hizo insostenible, se sacaron de la manga que el ataque había sido impulsado por oscuros servicios secretos para desalojar al PP del Gobierno.

Sectores de la derecha española, liderados por Pedro J. Ramírez, entonces director de El Mundo, construyeron la mentira del 11-M y, con su persistente campaña, agravaron el dolor de las víctimas y entorpecieron la labor de la Justicia.

Crearon un auténtico grupo de presión, sin piedad con quien consideraban obstáculos para sus propósitos. Por ejemplo, la presidenta de la Asociación de víctimas del 11-M, Pilar Manjón, sumó a la pérdida de un hijo un constante acoso. Y el periodista José Antonio Zarzalejos, entonces director de ABC, sufrió una operación de derribo por no sumarse a la ‘teoría de la conspiración’.

En cualquier democracia, ETA, el terrorismo yihadista o, ahora, la pandemia serían ‘cuestión de Estado’, una tragedia compartida, nunca un instrumento para avivar el odio entre ciudadanos y multiplicar el dolor de las víctimas. España es una triste excepción.

Zarzalejos, en una entrevista en la revista Capçalera (2008), recordaba que, como director de ABC, decidió “no secundar la gran mentira, ni el secuestro de la derecha por parte de una serie de medios de comunicación. Yo me rebelo y estoy muy orgulloso: volvería a hacerlo, a pesar de saber que conllevaría mi cese”. El diario ABC hoy no está dirigido por un periodista con las convicciones de Zarzalejos y sus portadas tienen implícito siempre un mismo mensaje: el gobierno central es el culpable de los muertos. El Mundo repite la historia, de forma más subliminal que en la época de Pedro J., pero con la misma dedicación. Y con el eco de un puñado de tertulianos sin escrúpulos y con voz en los platós de televisión.

Después del 11-M, hubo millones de ciudadanos que preferían fabulaciones interesadas antes que la verdad. Sin ellos y sin el silencio clamoroso de muchos, los políticos y los periodistas implicados no habrían tenido el combustible necesario para la ignominia. Ahora se repite la historia: utilizar a los muertos de la pandemia para tumbar al Gobierno. En esto está Vox, el Partido Popular y su entorno mediático.

En cualquier democracia avanzada, los estragos de ETA, el terrorismo yihadista, las crisis globales o, ahora, la pandemia serían ‘cuestión de Estado’, una tragedia compartida, un motivo de unidad. Nunca un instrumento para avivar la confrontación y el odio entre ciudadanos y para multiplicar el dolor de las víctimas. España en esto es una triste excepción.

Después de dos meses de estado de alarma, las cartas están sobre la mesa. Sectores de la derecha española han lanzado, de nuevo, la carta con el signo de la muerte. Y, por desgracia, en Catalunya algunos también sienten la tentación de jugar la partida.

Este artículo fue publicado originalmente en Diari de Tarragona

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