
El pasado 1 de mayo, día del trabajo, fue inusual. Nadie en las calles, que se mostraban desiertas a falta de las históricas manifestaciones que bajaban por las grandes avenidas cual ríos embravecidos. No hubo gritos ni consignas. Sólo silencio. Y es silencio también la única respuesta al augmento de las denuncias por violencia machista de estas semanas, por parte de mujeres confinadas con sus maltratadores. Es silencio en las calles por las miles y miles de injusticias que se dan estos días, porque la corrupción, la violencia y las discriminaciones no están confinadas, como así lo están las personas que salen a las calles para denunciarlas.
Aplausos y caceroladas en los balcones. Y puede que algún hilo de denuncia en Twitter. Estos son nuestros altavoces en estos días atípicos. Nos queman las ganas de salir de casa, no sólo para reunirnos con nuestros seres queridos, sino también para deshacernos del aislamiento en que nos tiene sumidos esta pandemia y unir nuestras voces, como hicimos, por última vez, el 8M. Para recuperar nuestros derechos y nuestra legítima protesta. Juntos, aunque a partir de ahora, ‘juntos’ signifique estar a dos metros de distancia.


