Twitter ha vuelto a ser el campo de batalla de una nueva trifulca entre los detractores y los defensores de las opiniones que Juana Dolores, una actriz catalana que ha ganado el concurso de poesía Amadeu Oller, ha vertido en la entrevista de la periodista Claudia Rius para el digital de cultura Núvol.
La entrevista no tiene mucho misterio: Juana Dolores, izquierdista de la periferia barcelonesa, juega a epatar mediante obviedades, provocaciones y un puñado de buenas respuestas, todo sazonado con una fotografía que también ha sido motivo de debate. Sabe estar de la manera adecuada, en el lugar correcto y en el momento oportuno para dar la carnaza que tantos están dispuestos a recibir, la carnaza correcta para la gente correcta. Juana Dolores, cuya obra podéis encontrar fácilmente, es una chica de su tiempo que tiene algo qué decir y sabe cómo hacerlo; es alguien con quien me tomaría una cerveza.
La entrevista es interesante porque muestra un mecanismo del que todo el mundo participa pero que nadie parece ver o querer ver. Juana critica la literatura de llagrimeta tan de moda en Catalunya y afirma que es mejor escribir bien que hacerlo en catalán. También habla de la diversidad de la clase obrera catalana y del feminismo. Como decíamos, la escritora aprovecha la entrevista para lucirse y publicitarse —no hay nada malo en ello—, el momento clave viene cuando incide en la necesidad de ser independentista y de realidades no catalanoparlantes, y de señoras de la limpieza andaluzas de la periferia, y demás peroratas.
En Catalunya podemos encontrar muchas críticas al sistema, pero siempre de parte de los mismos grupos y la endogamia es el pan de cada día en el circuito cultural. Hacen de la condescendencia y la crítica a sus mismos actos el baluarte de toda la defensa a la pluralidad, sin haber entendido que la única defensa posible es efectivamente ser diversos. En todo occidente las clases dominantes y la supuesta clase media ejercen su poder a mediante la culpabilidad y la autoconsciencia para, en un impostado e interminable acto de contrición, ser los eternos protagonistas. Toman para señalarse como los malos, mientras roban la oportunidad y les impiden hablar a los que siempre se han mantenido subordinados; así consiguen que los que siempre han estado callados lo sigan estando. Es un poder mucho más perverso, ya que lo hacen en nombre de la democracia y el bien de todos.
Todo eso da lugar a entrevistas como la de Juana Dolores, en las que el medio, la entrevistadora y sus lectores están encantadísimos de haberse conocido. Todos sabemos que lo que ha dicho Juana Dolores es algo que muchos independentistas piensan desde hace tiempo, no es un discurso marginal dentro del independentismo, aunque sí crítico. Esa es la cuestión: quién tiene la posibilidad de formular críticas en Catalunya. Los medios de comunicación culturales e institucionales esconden su páramo de uniformidad bajo la apariencia de democracia y progresismo.
En Catalunya solo se pueden formular críticas desde cierta pertenencia, solo si se es uno de los nuestros, ahí reside toda la perversidad del sistema. Es decir, solo se puede opinar y nuestras posturas serán tenidas en cuenta se tienen las credenciales correctas. ¿Todo esto a qué se debe? Hay quien concede permisos de entrada y solo abre la puerta a los correctos, a los que piden permiso como saben que deben hacerlo y critican según fórmulas establecidas.
En los pequeños actos podemos ver grandes gestos ideológicos y es donde se demuestra la soberbia y la posición de estas personas.
En Catalunya solo se pueden formular críticas desde cierta pertenencia, solo si se es uno de los nuestros, ahí reside toda la perversidad del sistema
En Catalunya sucede lo mismo que en muchos otros lugares del mundo: el sistema democrático se ha visto debilitado por cuestiones económicas, políticas y sociales —con la colaboración interesada de la propia Generalita. Las clases sociales se cierran sobre sí mismas y la ciudanía igualitaria comienza a resquebrajarse. Filósofos como Alain Badiou llevan denunciando en Francia desde los 90 el funcionamiento cada vez más autoritario de los Estados en los que la democracia va siendo laminada y actúan de facto (pero no de iure, afortunadamente) creando ciudadanías de primera, de segunda y de tercera.
Partidos como Ciudadanos metieron cuchara en el asunto con el tema de las ciudadanías a dos velocidades, pero no entendieron que un modelo como el español también humilla a la ciudadanía catalana porque la condena a ser una identidad defectuosa dentro del marco estatal impuesto; en vez de justicia buscaban venganza y de ahí nada bueno podía salir.
Juana Dolores puede expresarse en Catalunya como lo hace y donde lo hace porque los medios culturales están abiertos a personas como ella. Lo repito: la cosa no va con ella, la jugadora, sino con el juego amañado que supone el sistema cultural. Solo se les pide un acto de fe, decir o sugerir que uno es independentista: luego todas las puertas se abren o, al menos, es más fácil que a uno lo dejen pasar. Los que no son independentistas o siguen el juego a la política cultural dominante no existen y eso impide que una vasta mayoría social pueda opinar en esos medios. ¿Os imagináis a alguien como la escritora, pero hablando en castellano, diciendo que no es independentista y expresándose como lo hace? No existen esos testimonios.
Ese es uno de los grandes problemas: una aparente pluralidad camufla su ausencia. Todas las críticas al independentismo por parte de estos medios siempre acaban repitiendo una serie de significantes vacíos; no se trata de posicionarse contra todo y estar constantemente enfadados, a veces tan solo se trata de hacer la crítica pertinente donde se debe. En el mundillo cultural independentista no llevar un lazo amarillo, votar no a la independencia o tener distancia interior con todo lo que está sucediendo en el país condena al ostracismo social. Es un disparate que ha sido normalizado por todos los que forman parte de este sistema.
A los ciudadanos de primera, a los buenos catalanes, se les permite decir prácticamente todo, porque ya han hecho el acto que les convierte en parte de la comunidad: apoyan la independencia. Luego hay una segunda categoría en la que encontramos a catalanes que no comulgan con esa supuesta independencia idílica cuyo único crimen es no ver cómo sus vidas mejorarían con una Catalunya independiente. Porque, admitámoslo, hay un destino manifiesto según el cual el supuesto pueblo catalán debe conseguir la independencia. El problema es que las verdades reveladas son propias de movimientos mesiánicos y no de agentes políticos en sociedades complejas y plurales. En la primera categoría están los patricios del mundo cultural, luego viene el común de los mortales, la plebe y, ya, por último, la tercera clase: los inmigrantes, que, como bien se les recuerda con frecuencia, solo están aquí para ser la carne de cañón de la carne de cañón.
El problema es que las verdades reveladas son propias de movimientos mesiánicos y no de agentes políticos en sociedades complejas y plurales
No busco que escale un conflicto social ni quiero convertirlo en un drama étnico, debemos entender que es la democracia lo que está en juego. Nuestros dirigentes catalanes han jugado a enfrentarse con los poderes del estado figurando ser lo que no eran. Puesto en términos misóginos: han jugado a ver quien la tenía más larga, y lógicamente ha sido una estrategia perdedora para un territorio pequeño. Los líderes independentistas han tratado desde hace años de solucionar un problema causado por la falta de entendimiento y por el exceso de soberbia por parte del Estado con una respuesta igual de obtusa y soberbia, en la cual creían que por forzar las cosas y azuzar a la gente iban a decantar la situación.
La realidad es mucho más cruda: España siempre ha tenido las de ganar porque, desde que hubo algo en disputa, Catalunya solo ha jugado con el arma de la fuerza, una fuerza que no era física pero sí coactiva, sin pensar que la falta de virtud que criticaba en el Estado era la misma de la que adolecían nuestros líderes.
No está prohibido ser un patriota, ni querer a tu nación, pero desde mi punto de vista es imperdonable para todo aquel que se diga de izquierdas y crea en la justicia social; ¿poner los intereses de la nación por delante de los intereses de la sociedad y de los derechos y libertades de todos?. Una comunidad nacional no puede pretender copar toda la sociedad, puesto que estaríamos hablando de un mononacionalismo —opuesto al plurinacionalismo—claramente reaccionario.
El reto del siglo XXI está en ser capaces de poner por delante de cualquier nación el compromiso ético con la ciudadanía y los derechos y libertades que todos tenemos. La convivencia en sociedad no es fácil pero lo contrario no es que unos u otros ganemos, sino que todo el edificio social y las estructuras que tanto nos han costado construir se vengan abajo; creer que eso pueda beneficiar a alguna de las partes es un tremendo error. Solo a través de la democracia y la confianza mutua nos podemos salvar, para evitar caer en las garras de siempre: la privación, la endogamia, la justicia solo para unos pocos.


