Recuerdo cuando los reporteros volvían a la redacción tras cubrir estragos de guerras, grandes catástrofes o situaciones de hambre y pobreza en cualquier lugar del mundo. Todos compartían el mismo sentimiento de perplejidad. A unas horas de avión, habían visto la muerte, la violencia, el sufrimiento, la crueldad… y aquí todo seguía igual. La experiencia había cambiado su vida, pero temían que sólo la suya.

Habían tenido la ilusión de que, con sus crónicas, contribuían a concienciar a sus lectores. Pero cuando volvían; cuando paseaban por las calles; cuando hablaban con la gente de aquí, tenían la sensación de que todo seguía igual. Se sentían decepcionados porque, en la normalidad de la vida cotidiana, veían un signo de indiferencia ante el dolor que ellos habían presenciado y que los acompañaría para siempre.

Estos días, escuchando los testimonios de los profesionales de la salud, me vienen a la memoria aquellas largas conversaciones que mantenía con los periodistas que acababan de regresar de un escenario de guerra o hambre. Los médicos, las enfermeras y enfermeros, el personal auxiliar, el de limpieza… todos los que han vivido en primera línea el combate contra la Covid-19 también sienten perplejidad. Cuando salen del hospital, la consulta del CAP o la residencia de ancianos se preguntan por el significado de algunas de las imágenes que ven en las calles o por los comportamientos irresponsables a la política.

La respuesta no es nada fácil. Y el tiempo nos dirá el grado de madurez de nuestra sociedad a la hora de afrontar la pandemia y de aprender las lecciones que deja. Pero ahora nos toca escuchar a los sanitarios. Compartir su experiencia. Nos dicen que han resistido. Que han curado y cuidado hasta el límite de sus fuerzas, físicas y emocionales, gracias a «cerrar filas». Al apoyo mutuo entre los compañeros. A llorar y reír juntos. A la capacidad de formarse y aprender sobre la marcha; de estudiar por la noche, después de turnos de doce horas. Y gracias al apoyo de la familia. De los amigos.

Esta experiencia les ha cambiado. Cada uno de ellos ya no volverá a ser el mismo. Siempre tendrán en la memoria aquellos días del año 2020 en que lucharon a vida o muerte contra el coronavirus. Del mismo modo, la pandemia ha transformado la vida de todos los que han perdido a seres queridos. Con el dolor añadido de no haber podido acompañarlos en los últimos instantes.

La pandemia también dejará una huella muy profunda en los que han vivido el confinamiento con miedo e incertidumbre, en situaciones de convivencia o de habitabilidad muy difíciles. En los niños y niñas de familias vulnerables que tenían la escuela como refugio. En los abuelos y abuelas que han sobrevivido a la tragedia de las residencias. En los miles de personas que, de un día para otro, se han visto condenadas a la pobreza. Y que hoy forman parte de las «colas del hambre», como aquellas que los reporteros guardan en la memoria.

Para todos ellos, las víctimas de la pandemia no son cifras. Son experiencias vividas. Pero la gran pregunta sigue ahí: ¿y para el resto? ¿Para los que han tenido la inmensa suerte de sobrevivir sin heridas a los primeros meses de la pandemia? ¿Y para el mundo de la política, donde la derecha extrema utiliza de forma obscena a las víctimas?

Pienso que los sanitarios tienen una percepción similar a la que me contaban los reporteros al regresar de una tragedia. Temen que su inmenso esfuerzo se malogre por la inconsciencia de una parte de la población. Por la incapacidad de ponerse en la piel de las víctimas y de los que han luchado para salvarlos. Y por el olvido cuando haya pasado la emergencia. Por eso insisten tanto en la necesidad de cuidar la sanidad pública. De revertir los recortes de personal y de recursos. De dotar de medios a los hospitales y la asistencia primaria.

El personal sanitario coincide en explicar que su mejor recompensa es el alta de un enfermo después de semanas de combate en la UCI. Es una alegría compartida por todos. El fruto de un trabajo colectivo. Podría ser una buena metáfora de la solidaridad necesaria para superar, juntos, la pandemia y la crisis económica y social. Y por, como pedían los viejos reporteros, no dejar a las víctimas solas con su dolor.

Este artículo ha sido publicado originalmente en Diari de Tarragona

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