En tiempos líquidos y rápidos, se agradece la mirada histórica, rigurosa y profunda de Borja de Riquer. Acaba de impartir una conferencia sobre Salud Pública y Pandemias en la España Contemporánea, dentro del ciclo de charlas on streaming de la Escuela Europea de Humanidades, con sede en el Palau Macaya de la Fundación ‘La Caixa’. Si para comprender el presente, hay que mirar el pasado, hablamos con el sabio historiador de Riquer, acerca del Estado del Bienestar y de los peligros que acechan a la democracia. Pero, sobre todo, conversamos sobre enseñanza y sanidad, dos derechos fundamentales que en los últimos años han sido gravemente recortados. Un poco de historia para saber cómo hemos llegado hasta aquí.

Durante mucho tiempo, la sanidad pública no se ha considerado un derecho en el Estado Español. ¿Debe enmarcarse esto dentro del retraso general de España respecto a los otros países europeos vecinos?

Sí, en un retraso tanto económico como político en términos de democratización. Si lo comparamos con otros países europeos, el tránsito español hacia la democracia ha sido largo. La sanidad pública y universal es una pieza básica del Estado del Bienestar, que sólo aparece en Europa. Antes de la II Guerra Mundial, sin embargo, algunos países ya la ensayaban, como Suecia y Dinamarca. Ahora bien, la mayoría de los estados europeos conciben la sanidad pública como un derecho de los ciudadanos después de 1945. Pero aquí la democracia no llega hasta finales de los 70.

¿Cuáles son las causas para no concebir la sanidad como un derecho básico?

Que hay unos gobernantes que no la consideran. De hecho, en los presupuestos del Estado se dedicó muy poco dinero y recursos a la salud pública, porque la salud no era una obligación del Estado, sino una pequeña atención que debía procurarse. Pero nada más. Será con la democracia cuando la salud se convierta en un derecho de los ciudadanos y un compromiso político asumido por parte de los gobernantes.

Ha comentado que con el liberalismo se retrocede en materia de salud. Parece contradictorio, si se asume que el liberalismo fue un factor de modernidad.

La filosofía del liberalismo promueve que cada uno debe valerse por sí mismo en función de sus recursos. Ser pobre o rico era tu responsabilidad. Y el Estado no tenía ninguna obligación ni de pagarte un sueldo ni de atenderte. Si las personas tenían trabajo, debían procurarse la salud por cuenta propia.

La beneficencia es atender a los pobres en su desgracia. Pero no concebir la atención como un compromiso político

¿Existía una cultura de la beneficencia?

Sí. ¿Pero la beneficencia para quién era? Como se decía, ‘para los pobres de solemnidad’. Ahora bien, el Estado no tenía ninguna obligación de atender a la gente. ¿Y qué implicará eso? Que la atención pública se incrementará poco a poco, de manera reducida, mientras que las clases altas y medias con recursos recibirán una atención médica privada y hospitalaria.

No es lo mismo la beneficencia que la atención pública.

No, no lo es. La beneficencia es atender a los pobres en su desgracia. Pero no concebir la atención como un compromiso político.

Resulta evidente, entonces, que la idea de sanidad pública es intrínseca a la cultura democrática.

Sí. De hecho, aparece en el proceso de democratización de la sociedad, cuando los partidos democráticos, normalmente progresistas, presionan a las administraciones públicas a favor de los derechos de los ciudadanos por una sanidad gratuita y universal. Y lo mismo sucede con la educación.

Durante su conferencia en el Palau Macaya de ‘La Caixa’, ha explicado como la desamortización de los bienes de la Iglesia y la municipal de Madoz en el año 1855, repercuten en el deterioro de la cultura de la beneficencia.

Sí, porque muchas propiedades eran de órdenes religiosas, hospitales o centros de caridad. Y con las desamortizaciones, estos centros se pierden o sobreviven con muy pocos recursos. Gran parte de la atención de beneficencia iba a cargo de la iglesia desde la Edad Media. Toda esa red queda desmantelada al perder sus propiedades. En conclusión: la beneficencia se deteriora.

Sin embargo, el Estado no la sustituye.

No. Aquí tardamos en construir hospitales públicos. En Barcelona, ​​el Hospital Clínico, se inaugura en 1906, pero el proyecto es de 1870. 30 años para construirlo. De hecho, cuando inauguran el Clínico, los estudiantes de medicina, indignados por el retraso, organizan una especie de carnaval con pancartas para quejarse de la desatención.

¿Cuándo nos equipararemos al resto de países europeos?

En 1986 con la Ley de Bases de la Sanidad, cuando se establece que la sanidad es un derecho universal y gratuito. Es la ley de Ernest Lluch. Será entonces cuando todo el mundo tendrá derecho a una asistencia sanitaria y gratuita. Eso sí, costará aplicarla y exigirá muchos recursos. No será hasta 1990 y principios de siglo cuando España se acerque a la media europea. Siempre por debajo, pero relativamente cerca.

¿Y los recortes del año 2010?

Nos vuelven a distanciar bastante. Perdemos fuerza.

La pandemia ha llegado en uno de los peores momentos de este sistema sanitario

La sanidad pública era la joya de la corona del Estado del Bienestar.

Lo era. Pero la deterioramos con las políticas de precariedad de 2009 y 2010, tanto en Madrid como en Barcelona. Los gobiernos del PP y de CiU recortaron notablemente en sanidad y en educación. ¿Que lo ordenaba la UE? Cierto, pero ambos partidos aceptaron esos recortes.

De hecho, ¿cree que una de las razones del fuerte impacto de la pandemia aquí reside en estos recortes del sistema sanitario?

Sí. La pandemia ha llegado en uno de los peores momentos de nuestro sistema sanitario. Se dará cuenta si va a un hospital y habla con los profesionales de la salud. Se ha reducido personal, las jubilaciones no se han cubierto, no se han renovado las instalaciones, las listas de espera se han incrementado, etcétera.

Ha comentado que durante franquismo no interesaba el presupuesto en sanidad. ¿En qué año de la historia española, la sanidad será la primera partida de los presupuestos?

En el año 1984.

¿Qué habrá cambiado?

El gobierno es progresista. A pesar de la crisis, se reforman y se priorizan dos o tres cuestiones importantes: la reforma de la enseñanza y la ley de sanidad, por ejemplo. Esto exigirá recursos, y entonces, se profundizará en la reforma fiscal, que ya había comenzado la UCD.

¿El retraso de la sanidad pública se debe también a un desarrollo del sector privado?

Sí, porque el sector privado se beneficia de ese retraso. Si la atención en un centro público es difícil, los sectores con recursos, clases medias y altas, sobre todo en las ciudades, pagan cuotas para tener una atención médica y hospitalaria. El desarrollo del sector privado, tanto en la enseñanza como en la sanidad, surge de la insuficiencia de la oferta pública. Como esta ausencia perdura, el sector privado se consolida. De hecho, uno de los grandes problemas de la reforma de Ernest Lluch son los pactos y conciertos entre la privada y la pública.

¿Varían bastante estos conciertos por comunidades autónomas?

Sí. En Catalunya, el sector privado es mucho más importante que en Andalucía, por ejemplo; porque ya en el 86, la privada era muy fuerte aquí. De hecho, aquí la gestión en la materia la hace CIU, que tiende al pacto con el sector privado

Sanidad y educación son dos bienes indiscutibles del Estado del Bienestar. De hecho, el franquismo desatendió la sanidad. Pero también, la educación, según ha explicado.

Cabe recordar que durante la República se crearon nuevas escuelas primarias y, sobre todo, institutos de segunda enseñanza. De hecho, la República crea el doble de Institutos en España en tan sólo 5 o 6 años. Mientras que el franquismo, entre los años 1939 y 1940, cierra 102 institutos en todo el estado. En Catalunya, en concreto, 25 institutos. El franquismo deja la enseñanza en manos del sector privado y sobre todo, en manos de la Iglesia, que era el pacto que Franco había acordado con la iglesia.

Volvamos a los recortes de 2010. Si tenemos en cuenta la economía del país, ¿en qué situación estamos ahora?

En términos reales, tenemos un 30% menos en recursos, tanto en personal como en disponibilidad de material para los hospitales. Y toda esta precariedad se traduce en la misma atención sanitaria. Pero esto ha ocurrido en otros sectores públicos.

Hay que poner más recursos económicos, hecho que implica recaudar más impuestos

Como en educación. Siempre toca a los mismos.

Sí, en la enseñanza primaria y secundaria. En la universidad ha pasado lo mismo, y la degradación está siendo notable: precariedad en los nuevos profesores, que cobran sueldos bajísimos por hacer el mismo trabajo que se hacía antes, joven profesorado sobreexplotado que cobra una cuarta o quinta parte de lo que se cobraba antes. En fin.

¿Qué deberíamos hacer?

Aumentar más los recursos económicos, que implica recaudar más. No soy experto en fiscalidad, pero he leído artículos que describen a España como uno de los estados europeos donde se recauda menos. Y donde hay, por otra parte, más fraude fiscal. Si hubiera la eficacia de la fiscalidad alemana, cada año recaudaríamos 50.000 millones de euros. Si fuera así, todas las administraciones irían muy bien.

A nivel político, ¿cómo valora la situación actual?

Me preocupa la fragilidad del propio sistema democrático. Desde posiciones autoritarias, se considera que el sistema debería privilegiar a las élites, y que por ello es necesario una política de orden para beneficiar una renovación económica. Los más progresistas, en cambio, que observan las debilidades de la democracia, deben intentar plantear qué debería reformarse, porque mucha gente considera insatisfactorio el sistema actual. Hay que reformarlo, sin duda.

¿Cómo debería enfocarse esta reforma?

Hay que atender más la igualdad social y la solidaridad, más control de la política desde abajo. Existe un gran desafección de los políticos y de los partidos. De hecho, la ciudadanía considera que los políticos se han distanciado de los intereses de la gente. Y en parte es cierto. Los políticos tienen miedo y son muy reacios a hacer reformas. Y habría que hacerlas antes de que esto se pudra más de lo que ya lo está.

¿Peligra la democracia?

Se la está atacando por todas partes. Hay sectores que intentan desprestigiarla. Si no diagnosticamos cuáles son los problemas del funcionamiento de este sistema y de lo que debemos reformar, surgirán más problemas. Por ejemplo, es evidente que la Constitución Española está obsoleta. Ahora bien, si tenemos que esperar a que PP y PSOE se pongan de acuerdo, lo veo francamente difícil.

Sí, hay mucha tensión. Y además está por medio el conflicto catalán.

Sí, aún lo agrava más. Pero lo que me preocupa es el funcionamiento mismo de la política. ¿Cómo es que prácticamente el 60% de los casos de corrupción ya dictaminados por los jueces, los beneficiados sean partidos políticos? Tiene que haber una nueva ley sobre cómo se deben financiar los partidos políticos. Sin embargo, ningún partido de los que mandan se atreve a tocar esto. He aquí el problema.

Debemos ser más exigentes.

Si no surge una importante presión social, una opinión pública mayoritaria que exija cambios profundos, sufriremos. Tampoco se trata de exigir un cambio de manera radical e inmediata, pero si exigir que sean transformaciones profundas, que impliquen tocar una serie de piezas sobre cómo funciona el sistema político. Ahora, claro está, con la excusa de la crisis dirán que no es urgente, lo del ‘ara no toca’. Pero superar la crisis con estos instrumentos tan cuestionados, no es la mejor opción.

¿Cree que los independentistas deberían apoyar una renovación del pacto del 78?

Es un pacto que se debe replantear. La cuestión es si el Estado Español, con seriedad, ofrece una vía de reforma profunda tratando los grandes temas que funcionan mal. Y el independentismo debería entrar en ese debate para plantear qué formas puede encontrar para avanzar en su proyecto. Porque es evidente que el independentismo catalán no tiene suficiente fuerza para seguir la vía propia hacia la independencia. Si la desea, sólo la puede conseguir pactándola. Todo lo que sea una reforma seria sobre cómo funciona la política española, al independentismo, le interesa estar, no inhibirse del debate.

¿Y en una Catalunya independiente se hubiera gestionado mejor la crisis, como declaró la consellera Budó?

Eso fue una tontería sin sentido alguno. Ese tipo de especulaciones interesadas están fuera de lugar.

¿Cómo ve el panorama europeo?

Dentro Europa hay muchas diferencias. La mayoría de países tiene un sistema sanitario relativamente eficaz. Pienso en el danés, el sueco o el alemán. Otros, como el nuestro y el italiano, ha tenido problemas. Pero hay países que aún están peor. Sorprende el caso griego, que lo hizo bastante bien, más por las medidas políticas planteadas que por la eficacia de su sistema de salud, que está bastante deteriorado

¿Y el Reino Unido?

Tiene el récord europeo de víctimas. Y también tiene un servicio sanitario muy precario por los recortes aplicados.

Hay que reformar el sistema democrático europeo, heredero de 1945. La gran contribución de la postguerra fue el estado del bienestar y no podemos perderlo

¿Cree que hay un avance de los modelos autoritarios?

Sí, de formas autoritarias, solapadas, descaradas en el caso de Bolsonaro y Trump. También, los regímenes de Hungría y Polonia. Son fuerzas que atacan y se aprovechan de la democracia, que quieren mermar el juego democrático y excluir importantes sectores del juego político. Es un peligro real. Por lo tanto, hay que reformar de fondo el sistema democrático que tenemos en Europa, heredero de 1945. En Europa Occidental, la gran contribución de la posguerra fue la construcción del Estado del Bienestar. Y eso, no podemos perderlo.

El caso de Bolsonaro y Trump sorprende. No tienen penalización política.

Eso es lo que preocupa en una sociedad como la norteamericana, que un político como Trump diga estas barbaridades. Y que no se le castigue políticamente. Nos obliga a reflexionar sobre el tipo de sociedad que queremos, sobre cómo funcionan los mensajes políticos en el mundo de la comunicación radial tan excepcional que vivimos. En realidad, estamos pagando los costes de la globalización.

Si debe defenderse el Estado del Bienestar, deberíamos aprender a hablar de educación y sanidad al mismo tiempo.

Sí, y también de medio ambiente, otra asignatura pendiente. Si no intervenimos ahora, podemos encontrarnos con unos efectos tan graves como los de la pandemia actual. Además, la cuestión del medio ambiente puede ser irreversible. La única forma de abordar todo esto, de manera seria, es modificando notablemente las formas de funcionamiento democrático. Si no lo hacemos, yo lo veo imposible.

No valen chapuzas.

No. Si no se abordan con seriedad los problemas graves que tienen las sociedades avanzadas del siglo XXI, yo lo veo imposible.

Usted tiene un gran bagaje, una larga experiencia. ¿Está perplejo ante esta pandemia? ¿Era impensable?

Sí. En los últimos años, no dejo de tener sorpresas a nivel político. Hace 20 años, el movimiento independentista catalán, fue una novedad política impensable. Y la pandemia también lo es, que se haya producido un colapso tan global y veloz, solo en 3 meses, a nivel planetario. Es verdaderamente excepcional.

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