En las restricciones de estos días habrán visto ustedes a vivales y competidores absolutos con los que no desearían coincidir en las colas de subsistencia de una guerra. La factoría neoliberal de individualistas listillos nunca cierra. Aquí ha fabricado un modelo codicioso autóctono de chuletas, pillastres y sabihondos, anarco-franquistas sociológicos.

¿Y los líderes neoliberales? Dando ejemplo torero: Aznar haciendo el salto de la rana a Marbella, Rajoy de paseíllo y Díaz Ayuso descabellando a mansalva desde un oscuro aparthotel de lujo. A la brava, contra el Estado opresor.

La lógica mercantil ya mató la sanidad antes que el coronavirus. También mató la investigación, la educación y las clases medias. Nos vendieron que la vida está regida por la economía especulativa y la sociedad no existe; solo individuos a premiar según su esfuerzo en la desigualdad de oportunidades. El dinero estaba mucho mejor en nuestras manos espabiladas que en las arcas públicas. Pero ahora pedimos la fuerza correctora del pérfido Estado al que cada día desnudábamos.

Curiosidad: cuando un político clásico de los que ya llevaban la máscara puesta años antes de Wuhan se superpone la mascarilla de la neumonía, se le entiende todo.

Cuando la izquierda generaliza sobre supuestas insubordinaciones de la Guardia Civil, pone alarma sobre la alarma.

Pero cuando hay quien pide guante de seda en el trato con militares, todos sabemos qué se quiere decir. En democracia sobran complementos de moda: ni guantes de seda ni embozos.

Viejo temor: ¿cuándo desde un instituto armado algunos reclaman independencia profesional, están exigiendo poder militar autónomo? ¿Cuándo se bañan en la retórica de la honorabilidad es en detrimento de la disciplina democrática?

¿Por qué la Guardia Civil aún atenta contra su reputación? Pérez de los Cobos no es Tejero, Roldán o Galindo, pero negar que algunas de sus actuaciones manchan parece pueril.

¿Las Fuerzas Armadas no han encontrado el sitio desde 1978? ¿No han sabido ponerlas en su sitio? ¿De ahí tan políticamente apetecibles? Si el diagnóstico acierta, la transición se durmió buscando la vacuna.

¿Por qué el presidente de la Generalitat no ha tenido una palabra para los soldados que desinfectaban el trasero de la sanidad? ¿La gratitud también es pura cuestión de soberanía?

Virus endémico: si la extrema derecha busca que los cuarteles den fiebre alta, sigue los pasos de quienes desde 1993 a 1996 apostaron por volver la tortilla aun a costa de las instituciones. ¿Hemos olvidado aquella maraña de golpe de Estado civil?

Coletilla: en el siglo XXI, más horizontal que los otros, ¿hay que lucir tantas medallas y laureles para dar una rueda de prensa?

“Barcelona tiene poder”, “Juntos venceremos el virus”… Esto no es una remontada futbolera. Estamos recluidos en el eslogan hueco y la mística chauvinista de parvulario, a falta de un sustrato democrático que nos cohesione, patrioterismos ventrales aparte.

Tampoco es una lucha más de Marvel. “Los héroes de la sanidad que se baten en primera línea…”. Desgraciada la sociedad que necesita héroes del trabajo tras haberles escatimado los instrumentos básicos para ejercerlo. ¿Homenajear cara al público como abnegados de vocación a quienes son además abnegados a la fuerza por nuestra pasividad?

Desgraciada la sociedad del aplaudímetro y el balconazo que no arropa con sus votos y su serenidad razonada los valores colectivos en sectores vitales y los mantiene colistas en los presupuestos.

Desgraciados los medios que convierten en espectáculo el relato particular y efectista del drama en detrimento de las cuestiones sociales de fondo.

Somos un país de bar y así nos va. El anuncio de “tinto de verano pal caló” a las 9 de la mañana en cadenas de radio presuntamente progresistas nos retrata.

Somos país de bar y de VAR. Lo discutimos y relativizamos todo, hasta las evidencias. La unidad de acción es una, fundamental.

Si tomamos al pie de la letra nuestra retórica de cada día, recuperar la libertad no es más que tomar una cerveza.

Tres meses sin fútbol significan también una preciosa tregua en la vulgaridad, la ignorancia atrevida, el odio incubado con amor, el aspaviento populista, las vanidades mal curadas, la idolatría, los racismos camuflados y, por supuesto, la cloaca política.

Qué primitiva sonaba Adriana Lastra, portavoz del PSOE en el Congreso, cuando despachó displicente el pacto con Bildu: “El resto son matemáticas”. La frase también nos retrata.

El acuerdo con Bildu es prescindible y necio por su formulación y gestación patosas, no por los interlocutores.

La ultraderecha popular que se escandaliza del pacto con los abertzales más duros es la que se ufanaba de negociar con el “Movimiento Vasco de Liberación”. (Aznar dixit).

Los madrileños incívicos que se manifestaban sin respetar la ley contra el Gobierno “social comunista” son los que no cejaron hasta liquidar la asignatura de Educación para la Ciudadanía.

Alguien debería descubrir a los percherones de Vox que en democracia las manifestantes reivindican y critican, pero no humillan a los ciudadanos de signo contrario. Comunista no es un insulto. El comunismo no es uno. Su aplicación en formas distintas no permite extraer conclusiones de brocha gorda. Otra cosa es el fascismo.

La coalición gobernante comunica mal lo que hace bien y comunica peor lo que hace tarde, mal o muy mal. Errores: tremendismo y paternalismo papanatas al inicio. Chapucería contable después. Confundir unidad de acción con uniformismos pintorescos. Para juzgar dudas, rectificaciones o errores en compras, aún no hay perspectiva suficiente.

Apena descubrir lo que nos temíamos: Pablo Iglesias es infinitamente mejor tertuliano, propagandista, prescriptor de sueños y encantador de serpientes que gestor político.

Si tomamos literalmente a Elisenda Palouzie, presidenta de la ANC, cuando en otoño aseguró que los desórdenes violentos en Cataluña servían para hacer visible el conflicto a escala internacional, debemos congratularnos: las cifras de afectados por el Covid 19 en Cataluña, mágicas de tan elásticas, también llaman la atención del mundo.

Tomando en serio lo que afirmó Eduard Pujol, portavoz de Junts pel Sí – “discutir de las listas de espera en sanidad nos distrae de lo esencial (la independencia); nos estamos peleando por las migajas” -, le invitamos a repetir la frase en un hospital colapsado, una residencia de ancianos devastada y un CAP desierto de personal.

Al exiliado voluntario Puigdemont, quien planteó la salida de la Unión Europea como hipótesis viable, le toca explicar qué eficaz alternativa de cobertura guardaba bajo la manga para los casos de pandemia o catástrofe.

Alguien debería aconsejar a Joel Joan que canalizara su talento en otras direcciones teatrales. Tachar de virus letal al diputado Gabriel Rufián por la mera expresión de opiniones le sitúa en un nivel parangonable a Cayetana Álvarez de Toledo. Más bajo, pues su liderazgo político tóxico no lo ha elegido nadie.

Vista al futuro: no nos digan que la pobreza y la desigualdad son un efecto colateral del paro por fuerza mayor. Ya eran parte del decorado que no queríamos contemplar mientras jugábamos al escondite con la res publica: pobreza global, explosión demográfica, migraciones masivas, destrucción medioambiental, sub guerras cuidadosamente administradas, comercio de armas incontrolado y capital financiero en el puente de mando.

Lo común existe.

Cuando despertamos malheridos de todos los dinosaurios y dragones, el espacio colectivo aún estaba allí.
(Con el perdón a Monterroso).

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