Las trabajadoras del hogar y los cuidados son mayoritariamente de origen extranjero. Esto ha hecho que durante la pandemia este grupo haya sufrido mucho más los efectos económicos del coronavirus. Y la reacción ha sido la solidaridad. Mujeres de diversas organizaciones se han unido para canalizar la autoayuda. Lo más tangible ha sido crear una caja de resistencia con la que han pagado unos 50 alquileres para las compañeras y núcleos familiares que no podían asumir este gasto. La solidaridad no se ha detenido aquí y la red creada ha recogido alimentos, medicinas y productos de protección, con los que han hecho cestas básicas que han repartido a aquellas que más lo necesitaban.
La Covid-19 ha sacado lo mejor y lo peor de las personas y colectivos. Pero hay una lógica: cuanto más desvalidas están las personas, más necesaria es la solidaridad. Y si la administración no se compromete, la existencia de organizaciones es indispensable.
Paula S. es portavoz de la asociación Mujeres Migrantes Diversas. Explica que “cuando comenzó la epidemia vimos que el gobierno consideraba el sector de trabajadoras del hogar y los cuidados como esencial. Pero inmediatamente comenzaron los despidos”. Las trabajadoras del hogar y los cuidados suelen ser extranjeras. Muchas de ellas trabajaban como internas en las casas, lo que implica, a veces una dedicación de casi 24 horas, unos salarios muy bajos y condiciones laborales precarias.
“Ya te llamaremos”
“Hemos visto cómo la vulnerabilidad crecía. En muchos casos han despedido a compañeras sólo con una llamada de teléfono, sin ninguna compensación, después, a veces, de años de servicio. A otras les han dicho, “ya te llamaremos”, y todavía no han recibido ninguna llamada”, explica Paula S.
Ante las situaciones que se podían dar, muchas mujeres, que habían sido antes internas, pensaron en qué podían hacer para ayudar a sus compañeras. De ahí salió la iniciativa de crear una caja de resistencia. “Como organización siempre hemos trabajado para impulsar la solidaridad, la sororidad entre todas. Así que nos pusimos en contacto con otras mujeres que trabajan en entidades que son aliadas nuestras e impulsamos la caja”.
Paula menciona algunas de las compañeras: Victoria, Marisa, Florencia, Misuia o Maira, entre otras. Cada uno de estos nombres implica muchas otras personas que trabajan a su alrededor en organizaciones diversas marcadas por la ayuda mutua y la solidaridad.
Cajas de resistencia
Las organizaciones de trabajadoras del hogar se relacionan mediante whatsapp. Esto les aporta un mecanismo ágil de comunicación y relación, porque muchas no tienen ordenadores ni conexión de internet en casa. Gracias a ello se detectó una necesidad que había que cubrir: pagar los alquileres, porque detrás de cada alquiler no hay una persona sino uno o más de un núcleo familiar.
Con el dinero conseguido a partir de la caja de resistencia se han pagado unos 50 alquileres. Esto significa que se han evitado posibles desahucios futuros que habrían afectado a familias básicamente monomarentales. Detrás de una trabajadora del hogar suele haber hijos o hijas, o madres o padres y también compañeras, ahora castigadas por la crisis y el paro.
La distribución de dinero se ha hecho, explica Paula, en forma de depósitos que se han transferido a las cuentas de aquellas personas que tienen esta posibilidad, porque la falta de papeles hace algunas entidades bancarias no acepten abrir cuentas a personas migrantes.
El hecho es que detrás de la caja de resistencia, las organizadoras supieron que había otras necesidades a cubrir. “Había compañeras que no tenían suficientes alimentos o les hacían falta cosas elementales como pañales y leche para los niños”, explica. Y la maquinaria solidaria se volvió a poner en marcha.
Se elaboraron cestas con productos básicos, como arroz, frijoles, leche, verduras y huevos. Además, se consiguieron productos de protección como mascarillas aportados por el Ayuntamiento de Barcelona y por la Generalitat y también por organizaciones solidarias como el Sindicato mantero. También se han comprado algunas medicinas necesarias que po la situación legal de las personas y por el confinamiento general no se podían comprar. «Al principio pensamos que llegaríamos hasta 26 lotes, pero después de que se corrió la voz, al día siguiente hacían falta 43 y terminamos entregando 46», explica Paula. En un cálculo urgente, el colectivo impulsor considera que en la iniciativa han colaborado unas 400 personas y entidades.
Regularización frustrada
La epidemia ha hecho también que algunas mujeres que habían invertido años de trabajo y esfuerzos en tareas de cuidado de personas y trabajos del hogar con la esperanza de que finalmente podrían obtener la documentación que les permitiría mejorar su situación hayan quedado colgadas en perder el trabajo. “En estos casos recurrimos al Centro de Información de Trabajadores Extranjeros, (CITE), de CCOO para tramitar mecanismos de regularización” afirma Paula.
El gobierno de España ha anunciado ayudas para trabajadoras del hogar y para trabajadores temporales, pero el apoyo, que supondría ingresos de hasta el 70% de la base de cotización, precisa haber sido afectado por un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) y, estar dado de alta en la Seguridad Social, lo que no es habitual en los casos de trabajadoras de origen extranjero.
La falta de papeles multiplica las necesidades y la frustración. Muchas ayudas que se han activado como consecuencia de la epidemia tienen como requisito haber pasado antes por los servicios sociales. Paula explica que en algunos casos las personas que en instancias oficiales deberían atender las necesidades han llegado a decir: “mejor que te hubieras quedado en tu país”. En el mismo sentido destacan que la burocracia, algunas veces, enmascara situaciones de puro racismo, “un fenómeno que no se da sólo en Estados Unidos” dice Paula.


