Esta crisis es diferente de crisis anteriores, tanto en su origen, como en su alcance más global y en su profundidad más severa. Sin embargo, hay un patrón que no cambia: impacta de manera más letal en los más vulnerables y aumenta las desigualdades perjudicando en mayor medida a las personas con trabajos menos cualificados y precarios, que no pueden seguir trabajando desde casa.
La editorial del Financial Times de hace unos días, argumentaba que tras la Gran Depresión o el desastre de la Segunda Guerra Mundial los grandes estadistas entendieron que era necesario un nuevo consenso que beneficiara al conjunto de la sociedad. Los efectos de los acuerdos que en ese momento se tomaron, dieron lugar al período de mayor reducción de la desigualdad de renta que perduró hasta mediados de los años setenta con la eclosión de la hegemonía neoliberal.
Ahora nos encontramos de nuevo en una situación de emergencia y riesgo de colapso. Es pues el momento de buscar nuevos acuerdos que hagan posible una revisión en profundidad de las desigualdades sociales, corrigiendo los desequilibrios crecientes en riqueza y poder y plantear un nuevo contrato social más justo y sostenible. Pero para ello, conviene preguntarnos: ¿cómo asumimos y cómo repartimos los costes de esta crisis sin precedentes? ¿Qué sociedad queremos tener cuando amaine el temporal?
Hace falta altura de miras y un liderazgo decidido para implementar un conjunto equilibrado de medidas, que ya forman parte del debate desde hace muchas décadas
Quizás nos tendremos que reinventar en muchos aspectos de nuestra vida, pero sobre todo lo que hace falta es altura de miras y un liderazgo decidido para implementar un conjunto equilibrado de medidas, que ya forman parte del debate académico y social desde hace muchas décadas.
En primer lugar, hay que consolidar el estado del bienestar: asegurando la financiación de un buen sistema educativo y sanitario, imprescindible para garantizar la igualdad de oportunidades y unos estándares de vida dignos. Catalunya dedica un poco más de una quinta parte de su PIB al gasto social, este porcentaje queda lejos de los países europeos líderes. Salir de la crisis implica considerar el gasto social como una inversión, incrementando de forma decidida nuestra apuesta en estos ámbitos.
En segundo lugar, necesitamos construir los acuerdos que nos permitan definir una nueva política para la equidad, corrigiendo los grandes desequilibrios sociales y económicos existentes. Esto implica de entrada: implementar una renta básica universal; acordar un salario mínimo decente que permita una vida digna, poniendo fin a los trabajadores pobres y a la creciente precariedad laboral. Pero también hay que repensar la jornada laboral y su flexibilidad, acordando jornadas laborales más reducidas e incorporando el teletrabajo como posibilidad estructural del nuevo marco laboral.
Combatir de forma decidida las disparidades en el mercado de trabajo, implica reducir no sólo la brecha salarial, por motivo de género, social o cultural, sino también las compensaciones salariales de algunos ejecutivos y las diferencias salariales dentro de una misma empresa, que pueden llegar a ratios de 1/300, difíciles de justificar en términos de productividad y difícilmente aceptables en términos sociales y éticos.
La duda es siempre, sin embargo, ¿cómo financiamos todo esto? El endeudamiento y los fondos que puedan llegar de Europa o del Estado, pueden ayudar a rescatar parte del sistema económico que la crisis ha puesto en peligro y hacer frente a los niveles de desempleo y de pérdida de PIB que, según el Banco de España, se prevén, después de doce semanas de confinamiento, del 19% y 9,2% respectivamente.
Si no cambiamos el marco de partida de unas relaciones de trabajo desiguales y unas contribuciones fiscales injustas e insuficientes nunca conseguiremos el nivel de equidad y de equilibrio social que nos asegure un futuro sostenible
Pero si no cambiamos el marco de partida de unas relaciones de trabajo desiguales y unas contribuciones fiscales injustas e insuficientes nunca conseguiremos el nivel de equidad y de equilibrio social que nos asegure un futuro sostenible. Esto sólo se conseguirá cambiando las reglas de juego. En un encuentro de expertos internacionales que tuvo lugar en Barcelona hace un par de años con el objetivo de compartir propuestas para combatir las desigualdades, se apuntaba una treintena de acciones, algunas de las cuales queremos destacar:
1) Impedir que empresas y grandes fortunas huyan de su responsabilidad social, ejerciendo su poder o aprovechando los agujeros legales existentes.
2) Comprometer a las empresas (grandes tecnológicas y multinacionales) a tributar en cada país en función de las ventas realizadas y no de dónde establecen su residencia fiscal.
3) Castigar con dureza la evasión fiscal de las grandes corporaciones y de las grandes fortunas, impidiendo cualquier relación contractual de las administraciones públicas con estas empresas.
4) Presionar para poner fin a la existencia de paraísos fiscales, prohibiéndoles, o poniendo tasas específicas a cualquier relación económica con los países que los acogen (sólo en Europa: Mónaco, Andorra, Irlanda, Luxemburgo, Países Bajos, La City de Londres …).
Los trabajos del Profesor Gabriel Zucman demuestran que España podría financiar un 10% de su gasto social con el dinero de la evasión en paraísos fiscales. Pero para combatir este fraude se necesitan medidas que se han de decidir a nivel supra-estatal, al menos en el ámbito europeo. Los profesores Piketty y Zucman proponen también crear un registro internacional de activos financieros -de la misma forma que después de la revolución francesa se creó un registro de propiedades- para reducir la opacidad.
Recuperar la tasa Tobin, y prohibir la compra y venta de activos financieros en menos de 48h para limitar la inestabilidad, pero sobre todo las rápidas especulaciones del sector financiero, como propuso el comisario de mercado interior de la Unión Europea, Michael Barnier.
Los próximos pactos a escala europea, en el ámbito del Estado en Catalunya o la Mesa de Ciudad, que se acaba de constituir en Barcelona, deberían hacer hincapié en las medidas para generar empleo, reequilibrar el peso de sectores como el turismo y apostar por nuevos sectores de transformación, asegurando una salida de la crisis respetuosa con el medio ambiente, etc.
Pero si ahora no se replantea la estructura de injusticia económica que tenemos, si no se aborda la corresponsabilidad ante las nuevas necesidades sociales y se ponen las bases para erigir un nuevo contrato social para acordar un nuevo compromiso con los sectores financieros y empresariales, se habrá perdido la oportunidad de reconducir esta crisis con la audacia que exigen los retos que tenemos por delante.
Desgraciadamente, es difícil que estas propuestas vengan por parte de los que han modelado las estructuras sociales y de poder que han potenciado las desigualdades crecientes de las últimas décadas. Recae de nuevo en la sociedad y en los representantes sociales presionar y actuar, para que la crisis que hemos vivido se convierta en un catalizador de un nuevo Contrato Social para la Equidad. Si no lo hacemos, habremos perdido quizás no la única, pero si la oportunidad más urgente de fortalecer nuestra sociedad y hacerla más cohesionada y resiliente.