“Tenía la esperanza de que un día me levantara y no tuviera fiebre, pero esto no pasaba y cada vez iba a peor”. Es el testimonio de Eulàlia Torrent, médico de familia del CAP Manso-Poble Sec. Comenzó a tener síntomas de coronavirus después de que su marido, Toni, también médico, diera positivo en la prueba PCR. Él comenzó con fiebre y al cabo de pocos días ingresó en el Hospital de Sant Pau con neumonía bilateral. “Se me sumaba la preocupación por Toni con el hecho de que yo también estaba enferma. Siempre que lo había estado alguien me había cuidado, pero esta vez no había nadie en casa. Tenía mucha tos, me notaba mareada… frustrada. Tenía el modelo de Toni, que fue a peor cada semana, y yo sentía que iba a seguir su camino”.
Al hacerse una placa, a Eulàlia le diagnosticaron neumonía e ingresó en el mismo hospital que su marido, donde estuvo una semana hasta que le dieron el alta. A los pocos días, Toni también volvió a casa, después de haber estado tres semanas en el hospital. No saben a ciencia cierta cómo se infectaron, pero sospechan que Toni se infectó haciendo una atención domiciliaria de un paciente con síntomas de coronavirus.
Según la información proporcionada por el Ministerio de Sanidad, el número de profesionales sanitarios contagiados por coronavirus ha sido, hasta el 11 de junio, de 51.849, 63 de los cuales -a fecha del 5 de junio- han muerto. De esta manera, los sanitarios contagiados suponen un 21% de los contagios totales en España. Según datos recientes recogidos en una encuesta difundida por el sindicato SATSE, un 38% de las enfermeras y enfermeros de Cataluña ha sufrido la COVID-19.
Varias entidades laborales, como el Sindicat de Metges de Catalunya o el Col·legi Oficial d’Infermeres i Infermers de Barcelona (COIB) han denunciado en numerosas ocasiones la falta de protección de los profesionales sanitarios durante la pandemia y han señalado este hecho como la principal debido a la “sangría de contagios” entre el personal sanitario. Estos han vivido el calvario de la pandemia por partida doble: en primera línea asistiendo a los enfermos y también como pacientes de coronavirus.
Dolores Alcaide, enfermera especialista en cirugía del Hospital General del Hospitalet, vivió una situación parecida a la de Eulalia. “Con la pandemia vivíamos con un estrés constante y, claro, llegaba a casa muy cansada. Pero me empecé a sentir más cansada, hasta que empecé a tener décimas”. A principios de abril se hizo la PCR y dio positivo, por lo que se quedó aislada en casa. “Ves lo que ves en el hospital, y te deja muy tocada. Además, tienes la angustia de llevar la enfermedad a casa y tienes miedo de contagiar a los tuyos. Te sientes culpable”, explica. Al cabo de una semana de sufrir síntomas le diagnosticaron neumonía bilateral. Entonces la derivaron hacia un hotel medicalizado, donde estuvo una semana hasta que le dieron el alta.
“En el hotel viví un gran sentimiento de soledad”, relata. “Te encuentras muy mal, el tratamiento es duro. Dos veces al día venían las enfermeras a tomarme las constantes y a darme la medicación, que me iba tomando con las pautas que me daban”. A la hora de comer, picaban a la puerta. “Abrías la puerta y veías como se abrían el resto de puertas del pasillo y la gente, en pijama, cogía la comida y cerraba la puerta. Cuando acababas, tirabas la basura en el cubo que había junto a la puerta”, explica.
Durante el pico de la pandemia
Con el inicio de la pandemia, Dolores pasó de trabajar en quirófanos a la unidad de urgencias del Hospital General del Hospitalet, por lo que tuvo que adaptarse a unas nuevas tareas. “Tienes que reciclarte en el tratamiento de un enfermo que tú ya no llevas, porque todo el mundo se va especializando en algo”, explica. Como en el resto de hospitales, rápidamente se pasó de unos pocos casos de coronavirus a que a mediados del mes de marzo casi todo el hospital estuviera lleno de pacientes de COVID-19. A la presión asistencial a la que estaban sometidos los sanitarios se le sumaba la evidente falta de material de protección. “Al principio la falta de material era escandalosa. Todos estábamos muy reacios”, se queja.
En el mismo sentido se expresa Eulàlia, que explica que la falta de material de protección que tenían el CAP la hacía trabajar con una inseguridad muy grande. Además, señala que el personal de la atención primaria se ha sentido, como en muchas otras ocasiones, de segunda. “Desde la primaria vimos la diferencia respecto a los hospitales. Allí cuando los sanitarios empezaban a tener síntomas leves de COVID los hacían la PCR rápidamente, mientras que a nosotros no, y eso que éramos los primeros en recibir los pacientes con síntomas. No se nos cuidaba ni se nos diagnosticaba”, dice.
Aparte de la falta de material de protección y la presión asistencial por el aumento exponencial de pacientes, otro factor estresante para el personal sanitario era la incertidumbre de trabajar para combatir una enfermedad nueva y desconocida. “No sabías muy bien a qué te enfrentabas. Siempre decimos que trabajamos con la evidencia científica y en este caso, evidentemente, no había. Teníamos que ir tomando decisiones al día a día”, explica Yolanda Canet, jefa de Ginecología del Hospital Parc Taulí de Sabadell. “Tuvimos que rediseñar rápidamente el servicio para adecuarnos a la situación, haciendo circuitos seguros para las mujeres que venían de parto que no tenían el coronavirus y atendiendo a las mujeres embarazadas que sí tenían la enfermedad”, señala.
Yolanda vivió el pico del contagio desde casa, aislada después de ser diagnosticada de coronavirus. Contrajo neumonía, pero los criterios no eran de hospitalización y se quedó en casa. “Estás muy ambivalente: te encuentras muy mal y reconoces que estás muy enfermo y, al mismo tiempo, sabes que tus compañeros están en primera línea trabajando al 200%”. Al cabo de un mes se reincorporó al trabajo. “Vuelves un poco con la sensación de que ya está todo hecho, que has estado fuera de juego en los peores momentos”, explica. “Después, sin embargo, te das cuenta que sigue habiendo mucho trabajo, reorganizando de nuevo todo el Hospital para volver a la actividad habitual”, añade. Esta ‘nueva normalidad’ la ve como una oportunidad para repensar los hospitales. “El coronavirus nos lo ha roto todo: pues ahora aprovechemos para montarlo todo de la manera que quisiéramos” dice.
Según explica Guillermo Roca, enfermero de UCI del Hospital de la Vall d’Hebron, en primera línea y en los momentos más críticos, se mezclaban diversos sentimientos: “incertidumbre, frustración, desconocimiento …”. Él tuvo que confinarse tras mostrar síntomas leves de coronavirus y que la PCR diera positiva. “Al cabo de quince días, sin que me hicieran ningún tipo de prueba, volví al trabajo”. En la UCI, la realidad era muy dura. “Había días buenos, con muchas altas, y días malos en los que los pacientes no avanzaban. los días malos, tenías la sensación de estar dándote golpes contra la pared todo el día. estar 12 horas trabajando y que los pacientes, en lugar de salir adelante, empeoraran, era muy frustrante “. Por eso, dice, al llegar a casa intentaba desconectar. “Haces tu trabajo, como siempre has hecho, y al llegar a casa intentas no pensar en todo lo que has hecho. Porque si piensas, al día siguiente no vuelves”, afirma.
La angustia de ser paciente y sanitario
La experiencia y los conocimientos de los profesionales sanitarios hacen que cuando se enferman, muchas veces, tiendan a automedicarse y dejarse aconsejar por sus compañeros. Esto hizo Eulàlia hasta que dijo basta. “Llegó un momento que dije: quiero que alguien me cuide, quiero dejar de pensar y ponerme en manos de un especialista”, explica. Según ella, cuando los sanitarios enferman la situación es “especial y cruel”, porque se saben la teoría y pueden prever los diferentes estadios por los que pasarán. “Hemos visto pacientes que han estado igual que nosotros y algunos que han empeorado, han tenido que ir la UCI y, incluso, han muerto. Todos estos pensamientos te los quieres sacar de la cabeza, porque te provocan angustia. Piensas: yo quiero ser un paciente, no un paciente médico”. De hecho, cuando estaban ingresados en el hospital, ella y su marido dijeron a la neumóloga que no querían saber detalles técnicos sobre cómo estaban de analíticas, por ejemplo, sino que simplemente querían saber si iban a mejor o peor.
En la misma línea, Yolanda explica que ella sabía dónde tenía los límites y se controlaba ella misma. “Te controlas porque tienes conocimiento de los criterios de la posible progresión. Hablando con compañeros que también han estado enfermos, nos explicábamos que contábamos los días en el calendario. Sabíamos que a partir del día 8 o 9 de fiebre, a veces, es cuando la enfermedad puede empezar a complicarse. Esto era muy angustioso, porque estabas controlándote continuamente”. Además, encontrarse en esta situación permite ponerte en la piel de los pacientes. “Me encontré en la misma situación que muchos pacientes, que se encontraban mal y no obtenían respuesta del 061 ni de los ambulatorios porque estaba todo colapsado”, explica. Es ahora, después de haber pasado la enfermedad, cuando es más consciente de todo lo que ha vivido. “Pasé mucho miedo y me he dado cuenta después. En ese momento, me encontraba tan mal que no podía ni pensar”, expresa.
Cuidarse para poder cuidar
Ante el estrés generado por la pandemia y la experiencia de muchos profesionales sanitarios que han sufrido la enfermedad, durante estos últimos meses se ha potenciado la atención psicológica a los sanitarios. En muchos hospitales se han realizado terapias individuales y colectivas para expresar dudas, angustias, miedos y frustraciones. También entidades como la Fundació Galatea, perteneciente al Col·legi de Metges de Barcelona (COMB), pusieron en marcha terapias telemáticas para atender a los profesionales que necesitaban apoyo psicológico ante el sufrimiento y el impacto emocional causado por la crisis del coronavirus.
“Inicialmente, iba dirigido a profesionales sanitarios, pero también ampliamos el servicio a los profesionales de los servicios sociales, como educadores, profesionales de la geriatría y administrativos que han atendido a pacientes con COVID-19”, explica el director de la Fundación, Antoni Calvo. Se trata de sesiones por videoconferencia de unos treinta minutos con el objetivo de “canalizar y validar todo el sufrimiento y las experiencias vividas y activar los recursos propios para poder afrontar situaciones difíciles”.
Según explica Calvo, los profesionales han mostrado básicamente tres miedos: el miedo a no disponer de los recursos necesarios para atender correctamente a los pacientes, el miedo a contagiarse y dejar el resto del equipo en la estacada y el miedo a contagiar- y poder contagiar a la familia. “Estas tres miedos se han traducido en cuadros de estrés, de angustia y en la dificultad de gestionar las incertidumbres y los numerosos interrogantes que aún imperan sobre la enfermedad”, señala Calvo.
Médicos y personal de enfermería son los profesionales que más están utilizando el servicio de la Fundació Galatea y suponen el 34,3% y el 33,3%, respectivamente, de los usuarios. El personal auxiliar de enfermería representa el 12,3% de las consultas y los trabajadores sociales y otros perfiles profesionales un 9%. Por ahora, se han atendido a unos 500 profesionales y se han realizado más de 1700 intervenciones. Una demanda habitual que han tenido desde la entidad por parte de hospitales y ambulatorios es la de hacer intervenciones en equipos, para recomponer y canalizar las angustias vividas desde el punto de vista colectivo. “Los profesionales sanitarios están muy acostumbrados a trabajar con protocolos y con equipos estables, y con una organización concreta, y con esta situación se han tenido que variar muchos planteamientos, lo que ha roto los esquemas de muchos profesionales”, afirma Calvo.
El director de la Fundació Galatea remarca la necesidad de los profesionales sanitarios de cuidarse para poder continuar cuidando. “Son gente muy comprometida, muy vocacional y con un gran sentido de la hiperresponsabilitat. Dedicarse a este tipo de profesiones de atención a las personas conlleva unos riesgos que debemos tener muy presentes. Debemos preparar estos profesionales para que sepan afrontar situaciones difíciles y cuidar también su salud mental”, dice.
Saturados de base
La llegada de la pandemia intensificó el ritmo frenético de los hospitales y los centros médicos, pero la saturación y el estrés del personal sanitario por la sobrecarga de trabajo viene de lejos. “Estamos en un sistema sanitario muy estresante y con mucha precariedad laboral, especialmente en el personal de enfermería. El sistema se ha salido de esta crisis gracias al personal sanitario, que lo hemos dado todo y hemos sacado lo mejor de nosotros”, reivindica Yolanda. La crisis, pues, ha puesto de manifiesto las debilidades del sistema. “Se necesitan recursos y deben haber los medios de protección necesarios en cada momento. Habrá que ver si ahora estas carencias se corrigen y se invierte más para que el sistema salga reforzado”, señala Dolores.
Los profesionales también se quejan del mal uso que hace la ciudadanía del sistema de sanidad pública. “Tenemos una institución que trata a las personas como si fueran un cliente. La gente se ha malacostumbrado y va a urgencias por cualquier cosa. Es un trato clientelar absurdo: la sanidad es para todos y debemos gestionarla bien”, reivindica Eulalia. Según ella, los aplausos de la población no sirven de mucho si esto no cambia.
Siguiendo esta misma línea, Guillermo destaca que falta educación sanitaria. “Si tú vas a un hospital público y tienes que estar esperando cinco horas es que tú no tienes que estar allí. Si empezamos a hacer un buen uso y se invierte en sanidad pública el sistema se mantiene. Si no, cae por su propio peso “, afirma. En este sentido, Dolores destaca que la sanidad pública se debe valorar siempre, no sólo cuando hay una necesidad urgente como la que hemos vivido. Además, dice, muchas veces, la población no enfatiza con las reivindicaciones del colectivo sanitario. “Se nos ve como un colectivo privilegiado, como si no tuviéramos derecho a protestar por nuestras condiciones laborales”.
A pesar de la dureza de la experiencia vivida, si algo positivo se puede extraer de la crisis, ha sido el sentimiento colectivo de unión entre los profesionales sanitarios. “En la unidad UCI donde trabajaba había profesionales de especialidades muy diversas. Algunas, que no habían visto una persona intubada en su vida, pero que tenían muchísimas ganas de aprender. Médicos, enfermeros, auxiliares, celadores… todos nos hemos unido mucho”, destaca Guillermo. Explica que en un momento tan crítico se necesita tanto tener a alguien al lado que, incluso, al más desconocido le explicarías tus intimidades más grandes. “El compañero que tienes en la trinchera es lo único que tienes. Yo he llorado con gente que ni conocía. La experiencia radical que hemos vivido ha creado un vínculo muy fuerte entre nosotros. Esto es lo mejor que me llevo, porque vivir esto sin mis compañeros hubiera sido horrible”, concluye.


