Érase una vez un político transformador que rompía moldes, cuando la socialdemocracia iba en serio. El sueco Olof Palme actuaba de estilete en la banda izquierda del equipo filial de la Segunda Internacional obrera, un dream team de socialismo desinhibido que parecía destinado a cambiarnos la rutina del conflicto de egoísmos Este-Oeste. El veterano Willy Brandt y la joven promesa González combinaban en la zona ancha de construcción ideológica y el ariete Mitterrand evolucionaba en el área roja de peligro.

En la banda derecha el gasto del austríaco Kreisky, un estilista de la vieja escuela, generaba numerosas ocasiones de bienestar mientras el zurdo escandinavo sembraba el pánico en cada incursión por todo el campo de los derechos humanos. Soares, Rocard y Papandreu, sin olvidar las dos temporadas de Wilson en Downing Street y las cuatro de Joop Den Uyl en los Paises Bajos, completaban un conjunto cerebral y agresivo en la terapia al sistema de la sociedad desigual. Hasta el pasajero soviético en tránsito Gorbachov soñaba con jugar al lado de los cracks socialistas.

La vida del impertinente Palme, el estadista de izquierdas más sorprendente y sugestivo del último tercio del siglo XX, puede interpretarse como un exterminio anunciado. Desde el primer minuto de partido este tipo incómodo, vivo o muerto, fue visto por sus correligionarios del SAP demasiado diferente, radical e inexperto. Un gallito de la inteligencia militar en un despacho pequeño con delirios de grandeza y retórica fulminante. Una bestia política que entraba en erupción de ideas cada dos por tres no podía pasar inadvertida.

Como gobernante pronto fue tachado de visionario presuntuoso, de peligroso comunista que pretendía redistribuir la riqueza universal y, por tanto, traicionar a su patria. La caricatura de desdeal a su alta cuna se apañó rápida: un niño alocado de casa bien que se entregaba a la chusma extranjera en lugar de solucionar los problemas de casa. Un trepador descolocado por la ambición: rojo entre burgueses, burgués entre rojos.

¿Qué era Palme? Mirada hipnótica, dialéctica florida, agudeza mental a plena dedicación política… Mucho más que labia, carisma, magnetismo seductor y energía. Su lenguaje estimulante, el potencial de cambio, estaba al servicio estricto de los más débiles, Los políticos con responsabilidades saben bien que pensar y actuar es fácil pero actuar de acuerdo con el modo de pensar es muy difícil. Palme procuraba actuar tal como pensaba. Una brillante coherencia de convicciones empañada, no obstante, por precipitaciones, altivez, cinismo, inquinas implacables, claroscuros de gestión, apriorismos personalistas y propensión a polarizar.

Palme se echó a la calle con una hucha pidiendo fondos para los españoles clandestinos, sin que le importara ser el primer ministro de una democracia rica para limosnear contra la dictadura que hospedaba a sus turistas

El Palme esencial salió a la plaza Sergel de Estocolmo para clamar contra el bombardeo de un hospital vietnamita el 23 de diciembre de 1972. Tildó a los atacantes de asesinos de Satanás y los comparó con la Legión Cóndor que arrasó Gernika y los campos nazis. Nadie había osado cabrear así al gigante y Nixon se revolvió boicoteándole en todos los terrenos. Palme se echó de nuevo a la calle con una hucha pidiendo fondos para los españoles clandestinos, sin que le importara ser el primer ministro de una democracia rica para limosnear contra la dictadura que hospedaba a sus turistas.

El Palme más genuino pasó por encima de un consejo de ministros para donar un aparato de rayos X y una máquina de cirugía de retina a los sandinistas que se ponían muy pesados reclamando artillería pesada. Pedían cañones y les daba mantequilla. Antes de entregar al Rey su mensaje de toma de posesión, el Palme más Palme acudió en socorro de su hermana para evacuar su congelador estropeado.

El activismo efervescente y severo en pro de los derechos fundamentales era la respuesta pasional de quien se involucraba hasta la médula en los postulados de igualdad. En su país, el líder socialista intentó incluso la participación de los trabajadores en la dirección de las empresas, un fracaso legislativo, y en el exterior forjó un catalizador de democratizaciones a escala mundial. Un proyecto ganador – no le gustaba perder ni a las cartas con sus hijos – , porque necesitaba el poder para dar la vuelta al estado de cosas donde pierden los más pobres y pequeños; una vieja película de eterno restreno con enorme éxito.

Su perfil emergía de la inercia de la mediocridad y de los imperativos políticamente correctos. Era reformista y revolucionario al tiempo; hombre de Estado y político radical de izquierdas. Intentaba hacer algo real del justo equilibrio a todos los niveles, por ejemplo abonando la floración de estados independientes sobre la base del respeto al violadísimo derecho internacional. Tenía un don para interceder entre posiciones opuestas, amén de sensibilidad y realismo para la renovación permanente de la utopía.

Su estrategia era creer en la utopía y la fuerza del diálogo; en la capacidad de los seres libres y la democracia para cambiar el mundo mediante la revolución de los derechos humanos

Su estrategia era creer en la utopía y la fuerza del diálogo; en la capacidad de los seres libres y la democracia para cambiar el mundo mediante la revolución de los derechos humanos. La claridad de su intelecto refinado ayudó a la comprensión de lo utópico y a la búsqueda de soluciones prácticas, Su figura resulta enaltecida y fuera de lo común por ser incuestionablemente progresista en su intervencionismo planetario, porque construyó el Estado Social y por la obsesión contra la tiranía. Franco era “un maldito asesino”. Para escépticos: algo debía tener este hombre si los socialistas lo ponían en el altar, Pujol lo hacía suyo, los comunistas lo distinguían de otros socialdemócratas y el PP no lo declaraba un exotismo histórico.

Palme era un mundo en una cajita. Su activismo transversal en paralelo a la profundización del socialismo abarcaba a los militares chulos y poco demócratas del 25 de abril; los comandantes sandinistas, que pecaban de lo mismo; los líderes de los frentes de liberación africanos; los demócratas torturados en El Salvador y las masas de Fidel. Las tensiones de su radio de acción se extendían desde los submarinos de Brejnev a la generación del general De Gaulle, los coroneles griegos y los comandos croatas que le amenazaban a domicilio.Su horizonte cultural pasaba por Neruda, Artur Lundkvist, Octavio Paz, Jan Kerouac, Ingmar Bergman o los autores franceses de la época. 

En su vida privada el primer ministro de Suecia esperaba su turno en las tiendas y hablaba con la gente aunque no tuviera una cámara de campaña electoral al lado. De tú a tú, sin besuquear niños en el mercado. Los austeros Palme no daban su ropa a la lavandería en los hoteles; rechazaban que alguien asumiera por ellos una labor íntima que hacía retroceder a la arcaica sociedad de clases. Palme cuidaba su fondo ético y no su apariencia. Se ponía el pantalón antes que los calcetines y jamás se anudó bien una corbata.

Estaba cantado, dice la mayoría. El idealista nórdico que empeñó la vida en combatir a opresores de toda calaña fue acribillado por la espalda en el centro de Estocolmo el 28 de febrero de 1986. El crimen contuvo los ingredientes de los magnicidios de la guerra fría en grado máximo – disimulos, ocultaciones, nebulosas e incógnitas judiciales – y una evidencia: marcó el brusco final de un estilo de hacer política a contracorriente, al igual que en el Che Guevara, Luther King y Allende. Conmovió el mapamundi, pero desde aquella noche alguien trató de hurtarnos la verdad.

Durante cuatro años he estudiado la vida y muerte de Olof Palme a través de su familia, de su círculo y de preguntar mucho, sobre todo en la Suecia rural. Pero basta con subir las escaleras por las que huyó el homicida para verificar que la escena del crimen permitía mejores opciones inmediatas. Ningún magnicidio europeo ha padecido tantos policías ineptos, episodios judiciales turbios, extravíos, pistas falsas, silencios culposos, discusiones envenenadas, denigración de la víctima e impunidad insultante. Tras una montaña de actas, testimonios y especulaciones, la verdad oficial ha ido mutando con los años.

El idealista nórdico fue acribillado por la espalda en el centro de Estocolmo en 1986. El crimen contuvo todos los ingredientes de los magnicidios de la guerra fría: disimulos, ocultaciones, nebulosas e incógnitas judiciales y marcó el final de un estilo de hacer política a contracorriente

Primero se basó en el testimonio de la viuda, para quien el culpable fue siempre el delincuente drogadicto Christer Petterson, condenado y luego absuelto. La versión judicial ha vuelto a ser corregida días atrás, después que la fiscalía diera carpetazo al caso con la inculpación del difunto Stig Engström, un publicista que lo detestaba, A falta del arma homicida, un asesino confeso, pruebas concluyentes y un móvil, el cierre huele a paso corto o en falso. La humanidad puede seguir preguntándose si se trató de un asesinato por encargo o de un demente solitario.

Si el diagóstico final endosa el crimen a un derechista que se topó por azar con el jefe de Gobierno, la lógica política de las cosas muy posibles y jamás probadas invita a no descartar fuerzas del Estado interesadas en que nunca se esclarezca. Kreisky sentenció: “Nunca llegaremos a saber nada”. Hubo un halo de luz cuando, presidiendo un homenaje a Palme del Ayuntamiento de Badalona, Pérez de Cuellar afirmó: “Yo hice que Palme presidiera la comisión para la prohibición de venta de armamento entre Irán e Irak.

Cuando le reeligieron primer ministro le telefoneé y le dije: ‘Sé que ahora tendrás compromisos que no te permitirán continuar de presidente de esta comisión, por tanto te relevo’. Pero Palme me respondió: ‘No quiero dejarlo, quiero continuar.’” Entre lágrimas el ex secretario de NN.UU apostilló ante los asistentes: “No se lo tenía que haber permitido nunca. Nunca…” Suecia es uno de los países que vende más alta tecnología bélica.

Con el tiempo decayeron las pesquisas. Y pese a que la eclosión de Obama actualizó como nunca la vieja utopía pacífica a favor de los débiles y oprimidos, se marchitaron verdades como puños de aquel modelo de socialismo a medida para ser feliz sin dejar de ser de izquierdas. Otras verdades se volvieron tópicas. La rosa de Palme tenía espinas, pero era un brote singular. Su personaje pasa el siglo XXI en las simas del olvido o la conmiseración. Los aniversarios del crimen transcurren sin pena ni gloria, algunos en un macabro baile de conjeturas delirantes. Amado por una izquierda internacional como odiado en su propia tierra, Palme es el gran ausente en Suecia.

Hasta hace pocas semanas nadie hablaba de él. Los sucesores afines han ido abreviando su cita en los discursos. Nadie rescata el peso real de aquel a quien ya se quiso enterrar en vida y cuya memoria se desdeña

Hasta hace pocas semanas nadie hablaba de él. Los sucesores afines han ido abreviando su cita en los discursos. Nadie rescata el peso real de aquel a quien ya se quiso enterrar en vida y cuya memoria se desdeña. Cuando a los suecos se les plantea el tema, dibujan una mueca de hastío, callan, dan respuestas huidizas o funcionales. Suecia jamás estará tranquila, porque en el fondo de los fondos nunca se podrá aceptar lo que no está aclarado, aunque se mire a otra parte.

En los cuatro años de investigación he recibido zancadillas, evasivas y chascos de desmemoriados por interés, amnèsicos profesionales, indiferentes con la edad, intoxicadores, embaucadores, burlones, mitómanos aduladores, relativizadores de todo lo que se mueve, prestidigitadores de doctrinas o expertos en camuflaje y doble moral. Anarcos, neocones rampantes, socialistas encantados o desencantados, comunistas de buen y mal perder e israelíes que nunca lo tragarán coinciden en renunciar a una ponderación ecuánime.

La contradicción escuece: hoy Palme puede dar nombre a un jardín de infancia en Uruguay, un parque en Turquía, una escultura en Hungría, un premio al entendimiento en Perú, una ludoteca en el Sahara, un centro de convenciones en Nicaragua, una guardería en Paraguay, una fundación sanitaria y un centro para niños de la calle en El Salvador, un programa sueco de cooperación con universidades de países en desarrollo, una plaza en Alicante, unas calles en Pamplona, Valencia, Murcia o Málaga, una escuela en Gaza, un seminario de derechos humanos en cualquier confín del mundo o un plato de arenques con mostaza de unos parientes de Rosa León. Al mismo tiempo una placa con su apellido puede ser retirada en Suecia con una excusa burda.

Ampliemos el campo. La segunda mitad del siglo pasado nos ha legado interrogantes de calibre. ¿Estuvieron la mafia, la banca masónica y la CIA detrás de la muerte del efímero Juan Pablo I? ¿La agencia americana, junto al Estado italiano y las Brigadas Rojas en la eliminación de Aldo Moro? ¿Los israelíes detrás de la dolencia fatal de Arafat? ¿Estaba hasta la Casa Blanca en la colosal conjura que descabezó a los Kennedy? ¿Qué trama llevó al asesinato frustrado de Wojtyla a manos de un tal Ali Agca? ¿Quién colocó el explosivo en el avión del presidente paquistaní Zia ul-Hag, aliado crucial de Washington en Afganistán? ¿Pereció Diana de Gales en un falso accidente?
¿Quién y por qué disparó a Olof Palme?

La esperanza en la verdad sobre su muerte parece asimismo asesinada, pero el grueso de su ideario – la paz de la libertad y la justicia – está tan vivo (aunque en políticas globales dé impresión de extinguido) que la herida de sus desacreditadores y exterminadores ideológicos sigue sangrando.

Ramon Miravitllas es periodista. Autor de “¿Pero quién mató a Olof Palme?”. Ex profesor de la UAB y la UVic.

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