
Durante el confinamiento surgieron grandes corrientes de pensamiento solidario y colectivo, que buscaban generar una nueva sociedad para esta nueva normalidad. Esta dinámica estaba avalada, en parte, por una gran disminución de la contaminación en las grandes ciudades, fruto del confinamiento. Era un paso para poner las bases de la lucha contra el cambio climático. Pero con el desconfinamiento estos planteamientos se diluyeron entre el humo de los coches y las fábricas, que ahora vuelven a funcionar a pleno rendimiento, y las mascarillas desechables, antes tan buscadas, que hoy nos encontramos tiradas por las calles.
La solidaridad de la que hicimos gala como sociedad durante el confinamiento se ha convertido en egoísmo. Incluso detrás de las buenas acciones encontramos egoísmo y capitalismo. El triunfo de los Verdes en Francia (excepto en Perpiñán) ha hecho que a Macron le haya faltado tiempo para a hacer una propuesta para frenar el cambio climático. Electoralismo. Tener menos aparcamientos para coches sin mejorar el transporte público. Capitalismo.
Estoy convencida de que todo el mundo escogería vivir en un mundo como el de la derecha, si nos dejaran elegir. ¿Qué es lo que falla, pues, para tener un mundo como el de la izquierda? No sé de quién es la responsabilidad, pero sí sé quién sufre las consecuencias.


