Joan se ha ido como advirtió en su autorretrato del año 1987: “Siempre pertrechado para irse al infierno en cualquier momento”. En 1978, cuando ganó el Premio Planeta, nos vimos las caras por primera vez en su casa de L’Arboç. Aún no era tan “bajo, desmañado, poco hablador, taciturno y burlón”. Pero apuntaba maneras y junto a Julio Camba, Julio Caro Baroja y Josep Pla era uno de los mejores retratistas de la literatura contemporánea.

No se considera un intelectual, y soporta mal que le traten como si lo fuera”. Le entrevistaba para un diario vespertino un profesor de literatura de los que nunca se fió. Le picó la curiosidad que el profesor no quería ser periodista y enviaran a él como podían enviar a cualquier otro iluso. Le desconcertaron algunas preguntas y vio normal que hablásemos siempre en catalán y que los apuntes a lápiz y libreta saliesen directamente traducidos al castellano. Igual de normal que el profesor le llamase siempre Joan, y él siempre llamase Joaquim al profesor.

En lugar de hablar del premio, divagamos sobre Pio Baroja y los novísimos poemas de Vázquez Montalbán. Se intercambiaron los papeles y comenzó a preguntar más de la cuenta. Porque Marsé era periodista, aunque siempre negó serlo. En la foto de aquel primer día, mira al infinito por la ventana de su casa con una indiferencia más infinita. El profesor toma notas ajeno a él. Sólo su perrita mira a la cámara.

El encuentro se alargó. Hasta que recordarnos que no había nada que nos aburriese tanto como hablar de nosotros mismos. Acabada la faena, libreta cerrada, arma de escribir guardada, y más conversación. “Si te queda corta, te lo inventas y añade lo que quieras”. Era lo mismo que había hecho él con una entrevista a Lola Flores el año 1957 en la revista Arcinema. Fue su primera lección de periodismo al profesor de literatura. Después, cada vez que nos tocó reunirnos, el método era el mismo: un rato de faena y más tiempo para la literatura. Sin el falso mito de bebida y juerga de por medio. Acogedor, afable, casi cariñoso y sin la mala sombra que le atribuían sin conocerle. “Vino a entrevistarme un periodista y la primera pregunta fue que le resumiese brevemente mi obra. Le envié a su casa a leer un par de cosas y le dije que vuelva cuando las haya entendido”.

La gente a la que todo le sale bien en la vida ofrece pocos matices y no dan para practicar la “prosa merodeadora” de la que Marsé es el gran mago

Se estableció entre escritor y profesor una complicidad mental que ha durado hasta poco antes de irse al infierno. Teniendo siempre en cuenta que al amigo y al caballo no hay que cansarlos. Ser ambos de barrios sin glamur, de familias de vencidos, de biografías de perdedores y de ojos tristes une bastante. O pasó que, como dice Martí Gómez, los perdedores tienen más literatura. La gente a la que todo le sale bien en la vida ofrece pocos matices y no dan para practicar la “prosa merodeadora” de la que Marsé es el gran mago. “Ama las tabernas y las papelerías de barrio y los flancos luminosos de los quioscos que exhiben tebeos y novelas baratas de aventuras. Las banderas le producen auténtico terror. Come ensaladas y escribe a mano”, prosigue su autorretrato (lo escribió como colofón de la serie que publicó en El País bajo el título Señoras y señores).

Cuando el profesor volvió a la redacción, el jefe estaba nervioso. “¿Qué ha pasado, por qué tantas horas y qué le has dicho? Me ha telefoneado Marsé y dice que no dejemos escapar del periodismo a un tipo como tú”.

Prosigue el autorretrato: “Se trata de un sujeto sospechoso de inapetencias diversas y como deslomado, desriñonado y despaldado. Ceñudo, maldiciente, tiene la pupila desarmada y descreída, escépticos los hombros, la nariz garbancera y un relámpago negro en el corazón y en la memoria”. Sólo había pasado que al estudiante de literatura le habían sugerido y enseñado libros de Marsé sabios como José Manuel Blecua, Antonio Vilanova, Francisco Marsá, Ernesto Carratalá, Joaquín Marco, Luís Izquierdo, Rosa Navarro… La flor y nata de aquella Universidad de Barcelona donde ahora está mal visto hablar de Cervantes o de Marsé. Lo avanzaba en su autorretrato: “El rostro magullado y recalentado acusa las rápidas y sucesivas estupefacciones sufridas a lo largo del día, y algo en él se está desplomando con estrépito de himnos idiotas y banderas depravadas”.

Cuando le otorgaron el premio Cervantes (2008), dedicó unas palabras al periodismo: “Actualmente los medios de comunicación son tan abrumadores y omnipresentes, se siente uno tan asediado las 24 horas del día por una información tan apremiante, insidiosa y reiterativa, que casi no hay tiempo para la reflexión. La televisión debería contribuir a reconocer y asumir la variedad lingüística del país, y es de suponer que en cierta medida lo hace, pero no parece que nadie se pare a pensar en los contenidos de esa televisión ni en su nefasta influencia cultural y educativa”. No olvidó citar ni a uno de sus maestros, amigos y colegas. La lista impresiona porque agrupa las firmas más potentes de la segunda mitad del Siglo XX.

Por entonces, profesor y escritor se reunían una vez por semana para preparar un ensayo y una antología de su obra periodística. Fue una labor de selección enorme entre una ingente serie de publicaciones y artículos suyos desde 1957 hasta 1978. Muchos ni los recordaba, como tampoco alguno de sus pseudónimos. Y casi ninguno parecía importarle durante la rigurosa criba. La foto elegida fue la de cuando era aprendiz en una relojería. Imagen perfecta del artesano de una prosa literaria y periodística que funciona con igual precisión que los engranajes de un reloj suizo.

En la presentación del libro en la Universitat Ramon Llull, escritor y profesor contaron su debate sobre ser o no ser periodista para no llegar a ningún acuerdo, como siempre. En la rueda de prensa, un cronista le preguntó si no pensaba escribir en catalán. Y Marsé respondió: “estoy acabando una novela en catalán que se titula Sentiments i centimets. De inmediato sonaron los móviles, se dispararon las redes sociales, las agencias enloquecieron… Al salir, el profesor le preguntó: “¿por qué no me lo habías comentado?” Y Joan disparó: “porque es mentira y para que, de paso, veas el periodismo que se hace ahora”.

Acaba su autorretrato: “Vestido de diablo y ligero de equipaje -algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar Porcel, por supuesto), algunas fotos-, se va por fin al infierno. Abur.” Abur, Joan, nos vemos en el infierno.

Share.
Leave A Reply