Medio año después del inicio de la tragedia y más de tres meses desde la declaración del estado de alarma que permitió la adopción de las medidas preventivas más drásticas que nunca se habían tomado ante un problema de salud -casi por aclamación popular, todo hay que decirlo- nos encontramos con lo que, desde una perspectiva epidemiológica, era probable que pasara: la presentación de nuevos brotes, retoños como dicen ahora, de la viriasis.

El caso es que el miedo, como elemento decisivo de todo este revuelo, junto con una notoria incapacidad para gestionar la incertidumbre y para afrontar los infortunios, sigue teniendo un gran protagonismo en el cóctel diabólico entre los medios de comunicación, los sesgos de los expertos, el infantilismo de las redes sociales y el poco coraje de las autoridades, que optan por la alternativa menos conflictiva a corto plazo y la aprovechan para establecer nuevamente medidas muy visibles, la espectacularidad de las cuales deja bien patente que los que mandan actúan. También facilitan el reconocimiento de los infractores de forma que las sanciones ejercen su influencia coercitiva, lo que aún fomenta más el miedo y hace más dócil a la población a pesar de que también estimula a los vigilantes del orden y de la ortodoxia, amparados ahora por una hipotética solidaridad.

Una complicidad que quizás se agriete un poco dadas las inconsistencias de la utilización obligatoria de la mascarilla en general, que por un lado afecta a los espacios públicos, incluidos los bien aireados y donde sea posible incluso mantener las distancias que disminuyen ostensiblemente la probabilidad del contacto con partículas virales procedentes de fuentes de infección activas, pero que por otra no se necesitan si vas corriendo o haciendo deporte.

Una iniciativa esta de la mascarilla que, como la sugerencia inicial del confinamiento ,es primeramente catalana, pero que teniendo en cuenta las ventajas inmediatas que puede significar para las autoridades, no han tardado nada en emularla Baleares, Aragón y, para que no haya sospechas de pancatalanismo, Extremadura y también Castilla-La Mancha. Aplicando la conocida “teoría” del dominó, según la cual si alguna comunidad autónoma adopta una medida sanitaria, es muy probable que el resto la sigan, no sea cosa que alguien les pueda reprochar que no han hecho todo lo que otros sí han hecho, aunque no sea necesario o incluso que pueda ser potencialmente inefectivo.

No nos cansaremos, pues, de reclamar que se intente dimensionar adecuadamente la pandemia en el contexto del conjunto de los problemas de salud afrontados por nuestra especie durante la historia y de pedir – aunque sea de forma minoritaria-, más serenidad y sensatez en el análisis político y técnica de este problema sanitario, sin duda importante. Pero también hay que tener en cuenta que con nuestras reacciones se ven incrementadas las consecuencias negativas, tanto indirectas (económicas, culturales, sociales y políticas) como directas (desatención de otros problemas, inadecuación de algunas medidas e intervenciones, etc), efectos que nos podríamos ahorrar cuando menos en parte, si no continuáramos alimentando un estado de opinión de pánico y movimientos desordenados, inútiles y contraproducentes.

Aprovechemos para proponer a las autoridades que las iniciativas protectoras sean lo menos disruptivas e intrusivas posibles y lo máximo de sensatas, proporcionadas y bien explicadas, pero que también se dicten pensando en el mañana y en el pasado mañana

Pero como además de evitar en lo posible los efectos adversos de las medidas preventivas hay que hacer algo más, aprovechamos para proponer a las autoridades, que son las que están legitimadas para ello, que las iniciativas protectoras sean lo menos disruptivas e intrusivas posibles y lo máximo de sensatas, proporcionadas, razonadas y bien explicadas, pero que también se dicten pensando en el mañana y en el pasado mañana.

Lo primero que convendría hacer, pues, es dimensionar adecuadamente los “rebrotes” que, como era de esperar, se están aconteciendo y que tan dispuestos como estamos reconocemos enseguida, pero valorando que no todos tienen la misma relevancia epidemiológica. Habría, pues, que concentrarse en unas recomendaciones claras y lo más proporcionadas posible. Si lo que pretendemos es retrasar la propagación y evitar las concentraciones en lugares cerrados, parece que sería la medida más adecuada. Poner el énfasis en el uso urbi et orbe de la mascarilla puede proporcionar una falsa sensación de seguridad y fomentar la intolerancia y el control represivo.

No hay que olvidar la importancia de adecuar los criterios asistenciales, una actitud que a menudo tiene la ventaja de hacer innecesario el racionamiento de los recursos sanitarios; sobre todo en ausencia de un tratamiento específico: Morirse boca abajo con un respirador es una experiencia trágica y, como todos tenemos que morir, los más ancianos y enfermos crónicos seguramente antes que los más jóvenes y menos enfermos, hay que continuar teniendo presente la necesidad de evitar el encarnizamiento terapéutico y promover, como siempre debería hacerse, el “bien morir” de nuestros congéneres.

Pero no deberíamos desaprovechar la oportunidad de diseñar estrategias a medio y largo plazo, no sólo para afrontar este tipo de problemas que requieren gestionar mejor la incertidumbre y reforzar la resiliencia, sino también para transformar el modelo sociosanitario con un enfoque más salubrista e intersectorial , y potenciador de la responsabilidad individual y colectiva en el ámbito de la salud, bienestar y calidad de vida a partir de políticas transparentes y participativas. Hay que huir de la tendencia al infantilismo personal y poblacional que promueven las actuales. Por otra parte, la visualización por la ciudadanía de este tipo de iniciativas políticas puede inyectarle una dosis suplementaria de esperanza en un futuro más positivo y con mayor capacidad de resiliencia personal y colectiva.

Parece obvio que la complejidad de la situación necesita soluciones y abordajes multifocales e intersectoriales que no pueden nacer exclusivamente de los expertos del ámbito sanitario. Hacen falta visiones y proyectos políticos con mirada de largo plazo. Hacer protagonista a la mascarilla es una simplificación absurda y, por tanto, inaceptable.

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