Nos encontramos con Pau Llonch en el Palau de la Música, un espacio donde a priori cuesta encajar a un rapero, pero en el que ha estado impartiendo talleres de rap a niños de 6 a 12 años. “Me daba mucho respeto tratar con chicos de seis años y ha sido guapísimo, una experiencia brutal”, explica. Después tiene que ir al CCCB, donde imparte otros talleres a niños y jóvenes. En Terrassa el Ayuntamiento ha impulsado un curso específico de hip-hop, impartido por Versembrant, la cooperativa fundada por Llonch y otros compañeros, para hacer llegar a los niños y adolescentes las posibilidades educadoras del hip-hop. Los llaman de ámbitos muy diversos. “Trabajamos sobre todo en institutos, pero también para escuelas, CRAES, CREIS, centros abiertos, centros de tarde, centros recreativos, universidades… y las franjas de edad se han abierto mucho”, comenta. La experiencia de diez años la ha vertido Llonch en un libro-dossier que acaba de publicar con Rosa Sensat: El rap a l’aula. Aprenentatges d’una revolució en marxa.

¿Cómo empieza esto de introducir el rap en las aulas?

El origen es una casualidad. Carlos Alcoy hacía talleres de cuentos y le hicieron una petición concreta, porque unos chicos estaban interesados ​​en el rap. Y hago este primer taller, en el que empiezo el proceso de plantearme cómo explico las técnicas que utilizo a la hora de escribir y de rapear. Y la verdad es que, para mí, este proceso de conceptualizar algo que quizá hacía intuitivamente fue muy interesante. Porque en general yo ya tengo bastante tendencia trabajar conceptualmente.

Entonces empiezo a hacer otros talleres con gente adulta, y me lo paso muy guay. Siempre me ha gustado compartir conocimientos (no quiero decir enseñar, porque suena muy vertical), y esto, en el ámbito de la creatividad aún es más guapo, porque conecta con muchas cosas de la identidad, de la emoción, de cómo es cada uno… y cuando conectas con un chaval y consigues que te cuente que echa de menos a su madre porque resulta que está en un centro residencial, estás trabajando más cosas que técnicas, que también las trabajas porue las necesitas para que el mensaje llegue. Esta conexión es muy guapa.

¿Cómo fueron aquellas primeras experiencias?

Hacíamos los talleres prácticamente como si fueran bolos. Hay gente que es capaz de conectar desde otra parte, pero otro compañero de la banda y yo nos movemos mucho, sudamos, lo hacemos muy intenso… La clave era no tratar a los chavales como si fueran imbéciles, intentar conectar desde de un universo emocional y cultural cercano, poner muy en valor lo que están haciendo, no juzgar ni corregir, sino alentar. En la creatividad también hay muchas barreras, sobre todo en la adolescencia. “No lo sé hacer”, “se van a reír de mí” … básicamente mi tarea ha sido siempre generar confianza, hacerles ver que lo que está pasando es muy potente, que mola mucho lo que estás haciendo.

Los talleres son de horas, días, semanas…

Hacemos de todo. Empezamos haciendo lo que ahora llamamos talleres exprés, que son dos horas de mucho impacto, con cuatro fases. La primera media hora es el marco crítico (en el caso de Sabadell, trabajar el tema del antifascismo); luego les damos técnicas de ritmo; a partir de ahí se ponen a currar, a escribir; y al final el cierre es que salgan a rapear los versos. Muy práctico y pensado para trabajar la expresión en directo. Pero a partir de este proyecto comienzan a salir muchas propuestas que tienen mucho más sentido, también para nosotros, que son de dos, tres, cuatro sesiones, o incluso un trimestre. Y eso ya lo hacemos en muchos centros.

Incluso hay proyectos de centro que ya contemplan el trabajo con nosotros, proyectos trimestrales que compartimos con la gente de la Glosa y que nos permiten currar muy profundamente en todos los ámbitos, tanto en la cuestión del marco crítico como en el de las técnicas. Y que realmente quien se quiera motivar para ser técnicamente un buen rapero o rapera pueda acabar siéndolo. Y por supuesto con la idea de que el cierre sea una objetivación del proceso creativo, es decir, si el taller es de graffiti acabará con una pared pintada, pero mayoritariamente nos hemos especializado en el rap, que mezcla literatura y música.

¿La canción final es individual o grupal?

Sobre esto hemos tenido un debate. Yo he sido partidario de la individual, porque las dinámicas individuales reflejan mucho mejor cómo he escrito siempre. No he escrito nunca en grupo, he compartido las letras con mis compañeros de banda, pero no hemos estado juntos escribiendo verso a verso. Creo que es una mejor manera de conectar con esta idea de Pablo del Río, que él saca de Unamuno, de leer para escribir, y aprender a leer para aprender a escribir. En grupo difícilmente consigues esto. Puedes construir un discurso colectivo crítico, pero que conecte realmente con como tú vives aquello y lo que quieres decir… no sé, puede que haya gente que lo consigue. Creo que el trabajo en grupo a veces es malentendido; una cosa es que el aprendizaje siempre sea social, colectivo, histórico, etc., y la otra que tú, en la dinámica concreta creativa, necesites cinco personas para escribir un verso. 

La imagen que se tiene del rap es de un movimiento insumiso y contestatario, muy antijerárquica. Y en cambio os abren los brazos instituciones en las que hay una jerarquía y una disciplina. Entiendo que los alumnos le reciban con los brazos abiertos, pero… ¿los profesores?

Hombre, no creo que el profesorado sea una gente obsesionada con la disciplina. Están obsesionados con la transformación personal y educativa, y por lo tanto tienen la mente abierta a todo lo que les parezca que está ayudando a las personas por las que velan. Nunca se ha de poner en duda que la docencia es una profesión supervocacional, y no hay nada más frustrante para un docente que estar en un aula y no le esté escuchando nadie. Nosotros hemos tenido la suerte de que no nos ha pasado… bueno, me pasó una vez y aún lo tengo clavado. Por ello, los docentes, si ven que una actividad funciona y corre la voz y saben que los chicos, incluso perfiles de alumnos que no han estado nunca interesados en escribir, se motivan y ven también que intercambian o se mueven algunos roles en el aula (que esto es algo muy interesante), se apuntan.

¿Os ha pasado que alumnos considerados mediocres de repente escriben y rapean mejor que los supuestamente buenos?

Sí, y no puntualmente. Alumnos que se sienten muy seguros con el modelo academicista y enciclopédico que yo critico en el libro y que sacan muy buenas notas porque se saben el procedimiento (de hecho, yo era uno de estos), en este tipo de actividades pierden mucha seguridad. Y a la inversa, un chaval que quizás está muy inseguro con el modelo academicista y que toda su red da por hecho que no es bueno escribiendo, se pone a escribir rap y la gente dice “ojo, porque este pavo sí sabe escribir”. A los alumnos que representa que son muy brillantes y acostumbrados a sobresalir, cuando los veo delante de la hoja que no les sale nada, yo siempre les digo, provocativamente: “Pero tú ¿qué eres, una mesa o una silla? Es decir, qué tienes de ser humano si eres muy bueno reproduciendo lo que te dice alguien pero cuando te dicen que escribas lo que te dé la gana no lo sabes hacer?”. Seguramente esto es lo que le falta a la escuela.

Las personas interesantes que nos seducen son personas creativas y la escuela demasiado a menudo considera a los alumnos receptáculos a los que hay que embutir de contenido

¿Qué es lo que les falta?

Las personas interesantes que nos seducen desde un punto de vista personal y que transforman nuestro entorno son personas creativas, que pueden conectar mundos diversos, y la escuela lo que hace demasiado a menudo (aunque afortunadamente han cambiado cosas) es no querer entender cómo funciona el sistema funcional humano ni el aprendizaje, y básicamente se dedica a considerar a los alumnos como receptáculos a los que hay que embutir de contenido. Y desatienden la centralidad de la práctica, la transformación personal, la centralidad de la emoción, la centralidad de la música, de la novela, de la narrativa, de la construcción de tu identidad, de tu plan de futuro…

Y por tanto no es de extrañar que alguien diga que me interesa mucho más el hip-hop que la escuela. Lo siento, lo digo provocativamente. El hip-hop te da muchas herramientas para escuchar gente que está contando su historia de vida, con la que puedes conectar, que quizás tiene tus mismos problemas. Tú te pones a escribir y estás sacando muchas más cosas de las que sacarías en un aula explicando lo que te pasa en casa. Esto es lo que siempre decimos que nos emociona de los talleres, cuando conseguimos que un chaval o una chavala explique algo que quizás nunca había dicho a los compañeros con los que hace seis años que comparte grupo. Me siento inseguro, o soy una chica y me siento juzgada, o en casa mi padre es un hijo de puta por lo que sea.

Os emocionáis haciendo aflorar emociones, vamos.

Quisiera que quede claro que ni hemos inventado nada ni lo hacemos sólo nosotros. Al final, el libro es una invitación a abrir las escuelas a todas estas prácticas, no como una especialización para aquel a quien le interesa el arte, sino que la creatividad esté mucho más presente desde el principio y desde todas las disciplinas, también las que nosotros no controlamos pero nos interesan, como puede ser otro género musical, la ópera o el teatro. Nuestro reto es movilizar aprendizajes, evidenciando que hay otras maneras de hacerlo además de la verbalista y enciclopédica. 

Y conste que yo me siento cómodo expresando conceptos académicos, pero si pienso en qué me llevó a ser una persona interesada en los contenidos y a sacar muy buenas notas, que siempre las he sacado, no tiene nada que ver con la cuestión académica. Siempre son cosas emocionales. Como agradar al padre o agradar a los iguales. Esto es lo que realmente mueve a los jóvenes, como explica también Pablo del Río.

Y quizás también un cierto sentido de la competitividad…

De acuerdo, pero el motor de la competitividad, que es un síndrome que yo también he sufrido y todavía tengo que purgar, también en el fondo es la necesidad de reconocimiento. Y más en una sociedad como la nuestra, que separa productores y propietarios, y en la que es muy difícil no ser competitivo.

Antes has hablado de una experiencia negativa que tienes clavada. ¿La puedes explicar?

Nosotros trabajamos mucho en barrios populares de toda Catalunya, y en una ocasión fui a un centro de la Zona Franca en el que había un grupo en concreto que estaba completamente desconectado del curso. Entré en el aula y todo el mundo estaba mirando el móvil, en la última fila tocando la pared y casi ni levantaron la vista para ver quién entraba. Y a los pocos minutos decidí que me iba, le dije a la directora que no tenía herramientas, que no había un mínimo para que pudiera conectar con nadie. Les metí un poco de chapa antes de irme y me parece que se sorprendieron, pero yo no podía estarme dos horas paseando el pandero para hacer ver que había hecho algo. Tampoco quisiera subrayar una situación dura entre cientos de talleres.

¿Os reclaman más centros con mayor complejidad? ¿Existe el riesgo de que un proyecto como el vuestro se estigmatice también?

No. Vamos a todo tipo de escuelas, sobre todo públicas, pero también hemos ido a concertadas. Tengo la sensación de que las concertadas suelen estar más imbuidas por esta dinámica competitiva del currículo y la necesidad de que los chicos saquen muy buena nota en la sele, y por tanto dan mucho menos espacio a que se rompan dinámicas. En las públicas seguramente hay más conciencia de que esto es importante, pero que no debería ser la parte central de la educación.

O sea que no estáis encasillados en talleres de rap como terapia para alumnos problemáticos.

Quizás al principio podía ser que fuera así, y que un profe pensara que lo que hacía era un pequeño regalito para los alumnos, pero sin más importancia, y creo que, a raíz de nuestra presencia en los centros, han visto que aparte es una práctica significativa porque se trabaja lengua, expresividad, emociones y un montón de competencias que están obligados a trabajar. No estás poniendo un parche. Este es el planteamiento del Pablo del Río, que es que las marías de la educación deberían ser las troncales. Estamos a años luz. Y eso no lo defiende Pablo del Río porque sea un romántico vigotskiano, sino que lo defiende hoy también la neurociencia. David Bueno y otros neurocientíficos están diciendo que en los primeros años de la vida y prácticamente durante toda la infancia lo que es importante es la plástica, la psicomotricidad, o escuchar música durante una hora.

Las referencias a Vygotsky en el libro son constantes. ¿Cómo fue este acercamiento a Vygotsky? ¿Te pones a estudiar porque sabes que quieres hacer un libro y le quieres dar una base teórica a lo que haces?

El motor de fondo en mi caso siempre ha sido intentar comprender las cosas. Puede sonar a tópico, pero es así. En mi otra vertiente formativa, a la que le he dedicado muchas horas y que es lo único de lo que sé un poco, que la economía política marxista, me intereso porque empezaba a militar en espacios de la izquierda independentista, y por lo tanto necesitaba insertarme en este espacio con unos ciertos conocimientos, pero muy rápidamente se transformó en unas ganas de entender cómo funciona la sociedad de hoy en día.

Y el marxismo te da muchas herramientas para entender cosas que no te habías planteado nunca, sobre todo cuando eres joven, y que no te ha dado nadie: cómo funciona el sistema de clases, cómo funciona la distribución de la riqueza o el sistema productivo… El motor siempre ha sido querer comprender, las personas siempre deberíamos tener este motor, partiendo de la base de que no sabemos una mierda de nada.

Y aquí me ha pasado lo mismo. Te haces preguntas muy básicas: ¿tiene sentido esto que estoy haciendo en la educación? ¿Es sencillamente un divertimento? ¿O está pasando algo más trascendente? Otra de las cosas que me enciende la lucecita es cuando Cristina Aliagas, que hace el prólogo del libro, viene a estudiar algunos de nuestros talleres y comienza a señalar cosas que ve interesantes. Tampoco es que yo tenga a la academia en general muy bien considerada, pero resulta que hay alguien de la academia, con buena fe, que dice que está interesada con lo que estoy haciendo.

Esto en cuanto al motor, luego viene la concreción. Tengo un compañero que para mí ha sido un maestro porque es el tío que más sabe de marxismo en Catalunya, aunque no sea conocido ni él haya tenido tirón para dedicarse a cuestiones académicas. Hablo de Xavier Gracia, que es el editor de la web marxismocritico.com. Xavier hacía muchos años que me hurgaba con el tema de la corriente histórico-cultural, con Vygotsky, pero también con Llienkov, Leontiev, etc. Porque él es muy de esta corriente, y yo, la verdad, es que siempre le había dicho que no tenía ganas de abrir este melón. 

Y entonces hay un día que hago un clic cuando veo por internet una charla de 20 minutitos de Pablo del Río, al que he podido conocer y entrevistar para el libro, que me resulta absolutamente reveladora. Me la pongo varias veces, y no es que sea una chapa teórica, pero abre tantos debates allí que me digo “hostia, ¡de diez! Este tío está proponiendo algo que entronca muy bien con lo que nosotros hacemos y quizás puedo entrar por aquí” , y él está referenciando Vygotsky todo el rato. Y a partir de aquí es cuando Xavier me deja pilas de libros, y Pablo también me envía algunos, porque su fundación, Infancia y Aprendizaje, ha hecho un trabajo brutal de editar todo el trabajo de Vygotsky. De todo esto hace sólo dos años.

El materialismo parece una teoría que dice que si haces las cosas bien al final te vuelves un hombre nuevo que sale como una especie de seta. Y Vygotsky es de los primeros que empieza a decir que esto es una tontería y subraya la importancia de la educación para construir personas nuevas

Y ¿qué encuentras en Vygotsky que te permite comprender lo que vosotros hacéis?

Lo que sobre todo me interesa es la interpretación que hace de la importancia del arte y la literatura y el proceso creativo en el aprendizaje. Vygotsky aporta muchas más cosas, no sólo eso, porque al final desde la pedagogía se lo ha recibido por la centralidad de lo que se llama la teoría de la mediación. La idea de que tú no aprendes en el vacío como si tu cerebro fuera un hardware en el que introducen un software, sino que aprendes a través de herramientas que no dejan de ser cosificación de la cultura. Por tanto aprendes a través de la cultura, con procesos prácticos …

Pero a mí lo que me ha interesado más, sobre todo porque la creatividad y el arte no tienen un lugar importante en el mundo educativo, es el interés de Vygotsky por el arte y la cultura. Su tesis doctoral es la psicología del arte. Él comienza estudiando qué hace que una obra de arte nos emocione, que nos deje un impacto hasta el punto que consolide un aprendizaje determinado. Habla de la ley de la catarsis e intenta escrutar en diferentes obras que está haciendo el autor y qué relación existe entre la obra y el espectador, entre el autor y el lector, para que haya esta transformación que él llama catarsis.

Esto es lo que me interesa como “educador” y como artista, y creo que cualquier artista le debería interesar por qué este tema me emociona, o por qué esta peli me golpea, o cómo funcionan los traumas o los bloqueos emocionales. Vygotsky tiene una parte muy interesante sobre esto que es muy guapa de leer, con libros como Psicología del arte o Arte y creatividad en la infancia. Luego están las obras más conocidas, como Pensamiento y lenguaje, pero tampoco tengo claro que hayan tenido un impacto relevante en la comunidad educativa.

O sea que puede que haya más gente que ha teorizado sobre esto y yo no la conozco, pero a mí lo que me flipa es aproximarme a una persona que ha sido capaz de conjugar una perspectiva materialista, es decir marxista y científica, con una cuestión tan importante en mi vida como la cultura y el arte y la emoción. El materialismo siempre parece que debe ser algo crudo que tiene que ver con las leyes de la historia, de la sociedad y de la economía, y que si tú haces las cosas bien al final haces un hombre nuevo que sale como una especie de seta. Y claro, Vygotsky es de los primeros que empieza a decir que esto es una tontería y que subraya la importancia de la educación para construir personas nuevas.

En la entrevista que le haces Pablo del Río dice que esto se puede lograr con cualquier género musical o artístico.

Totalmente.

Pues ya hay una enseñanza musical y artística en el currículo. ¿Los docentes de estas disciplinas no te miran de reojo, o son ellos los que te llaman para hacer los talleres?

En absoluto. Nos llaman maestros de música, de catalán, de sociales, de castellano, tutorías… Pero, no, al revés, los profes de música son gente que está muy abierta, por lo mismo que te decía, porque les interesa conectar con los niños, y hay profes de música que hacen cosas guapísimas. He conocido a algunos que han hecho absolutas virguerías trabajando con los niños, con instrumentos que han hecho ellos mismos, con corrientes musicales actuales…

Ya no es lo de la flauta.

Todavía hay lugares donde sí, pero en muchos lugares no. Estamos en un momento de transformación educativa muy interesante, por lo que yo he visto. He ido a cientos de institutos y veo que son súper diferentes unos de otros, aparte de que estamos en un sistema educativo que está patas arriba, como explico también en el libro, con una segregación brutal. Pero también hay una vocación brutal y unas ganas de hacer las cosas bien por parte de los docentes. Y eso a veces se traslada a prácticas más, desde mi punto de vista.

Yo ya digo en el libro que no quiero dar lecciones a nadie, ni soy maestro ni tengo una clase de 30 niños. El trabajo del maestro es el que más valoro del mundo, ya lo valoraba como alumno y lo sigo valorando ahora. Y cuando pienso en la dificultad para que cambien las cosas intento pensar siempre en dinámicas institucionales, en debates que vayan más allá del voluntarismo y el subjetivismo. Tú no le puedes pedir a un profe que, contra viento y marea, contra una sociedad capitalista que saca lo  peor de las personas, ellos solos pongan en marcha una reconstrucción educativa. 

Hace falta una política de país, hace falta inversión y ratios más bajas. Es muy fácil predicar el principio de flexibilidad, pues aplícalo en una clase de 35 nanos para estar pendiente de las necesidades de cada uno de ellos. Por lo tanto, se necesitan muchas cosas, y lo que sí reivindico el libro es que hay que sentarse a debatir y no refugiarse en el “no se puede hacer nada”. Y en este sentido sí lanzo una pulla algo provocativa a compañeros ideológicos, con toda la buena fe, porque tengo ganas de tener este debate y lo he ido teniendo puntualmente, y es que se han hecho planteamientos desde instancias que no tenían la legitimidad y que las han hecho de una manera que han generado anticuerpos en el profesorado, pero que en el fondo no estaban planteando cosas que estuvieran mal del todo.

No le puedes pedir a un profe que, contra viento y marea, contra una sociedad capitalista que saca lo peor de las personas, ellos solos pongan en marcha una reconstrucción educativa.

O sea que no ves el virus del neoliberalismo en cualquier intento de transformación.

Este es el reduccionismo funcionalista que yo no compro. Pero tampoco estoy defendiendo a nadie. Decía Gramsci que las ideas no viven sin organización, pues el problema es que tampoco viven sin institucionalización, y si tú tienes una gran idea y lo que haces es juntar varios centros y generas este desajuste de unos sí y no, lo que consigues es que mucha gente no se sienta identificada.

¿Ha realizado talleres durante el confinamiento?

Sí, talleres online, creo que hemos hecho cosas chulas y lo hemos salvado. Pero no es comparable a la presencialidad, no tiene el mismo impacto ni mucho menos.

¿Cómo ves lo que nos espera de cara a septiembre?

Los talleres que hemos hecho se llamaban Fight the Covid y estaban pensados ​​precisamente para que los chicos sacaran toda aquella angustia que parecía que podían tener encerrados en casa. Ya no les planteábamos tanto el hecho de reflexionar sobre algunas teorías, sino cómo te sientes, qué echas de menos … Y mi intuición es que son mucho más fuertes y más resilientes de lo que a veces pensamos, que los chicos tienen sus mecanismos para salir de estas situaciones y que los adultos pecamos un poco de paternalismo. Ahora bien, no tengo la menor idea de cómo volverán los chicos en septiembre, dependerá de las condiciones con que hayan afrontado el confinamiento.

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